
Esta historia me la contó mi alumno Jefferson Pinza, en noviembre de 2022.
Sucedió en la provincia de Orellana, en el Oriente del Ecuador.
Así comienza la leyenda:
Una tarde de verano, cuando el sol pintaba el cielo de colores cálidos y dorados, un grupo de tres amigos: Kevin, Jairo y Jefferson, recostados sobre el césped del parque, decidieron averiguar si la historia contada por el abuelito de Jefferson era cierta. Según el anciano, una mujer vestida de blanco con una cabellera larga que ocultaba su rostro deambulaba por la zona, atrapando las almas desprevenidas que osaban cruzarse en su camino.
A las nueve de la noche, armados con linternas y acompañados de sus fieles perros que les daban valor, los tres amigos se reunieron en la última calle del pueblo. Estaban seguros de que serían los primeros en desentrañar el aterrador misterio y revelar la verdad detrás de esa leyenda que tanto los había cautivado. La fresca brisa de la selva parecía susurrar secretos en las sombras, mientras el eco de los animales nocturnos se perdía entre los árboles.
Al principio, el sendero estaba iluminado tenuemente por los faros de luz de las linternas y el sonido de los ladridos de los perros les daba cierto consuelo. Pero la noche no les favorecía, pues un manto oscuro y pesado cubría cada paso que daban. A medida que avanzaban, las sombras parecían alargarse, como si quisieran devorar la luz y sumirlos en la oscuridad. A pesar de la incertidumbre, los tres amigos no dudaron y continuaron su marcha, decididos a llegar hasta la planta de tratamiento de agua, el lugar señalado en la historia.
Cuando cruzaron cerca de la malla de ingreso a las instalaciones, algo extraño comenzó a suceder. Las luces de los faros empezaron a parpadear, titilando como si les advirtieran de un peligro inminente. Sin embargo, en ese momento, ninguno de ellos prestó atención a esa señal. Estaban demasiado emocionados por lo que podía ocurrir.
Pasaron varios minutos sin que ocurriera nada relevante. Cada uno decidió ir por su lado, para explorar un poco más el área. Kevin, como siempre, se fue a la izquierda, Jairo a la derecha y Jefferson permaneció cerca del faro, sin dejar de observar a sus amigos.
De repente, el ambiente comenzó a volverse pesado. Una sensación extraña se apoderó de Jefferson, como si algo o alguien estuviera vigilándolo desde la oscuridad. Su respiración se hizo más difícil, como si el aire hubiera desaparecido. Y en medio de esa angustia, escuchó algo que lo heló por completo: una voz, profunda y lejana, llamaba su nombre desde el fondo de la quebrada. No pudo distinguir las palabras, pero el sonido lo atravesó como una flecha. Un escalofrío le recorrió su cuerpo.
Al girar la cabeza hacia la distancia, vio una figura, algo borrosa y distante, acercándose lentamente. Era un hombre vestido de negro y aunque no podía distinguir bien sus rasgos, sentía que algo no estaba bien. El hombre parecía caminar sin prisa y su presencia era aterrorizante.
Jefferson, paralizado por el miedo, comenzó a gritar, pidiendo auxilio, pero nadie respondió. Decidido a encontrar a sus amigos, el muchacho echó a correr, atravesando el sendero a toda velocidad. A su paso, la niebla comenzó a extenderse lentamente sobre el terreno, cubriéndolo todo.
Al encontrar a Jairo, le contó lo que había visto. Este le reveló que también había visto a un hombre de negro, alto y robusto que caminaba alrededor del faro. Este hombre lo saludó con un gesto sombrío, una especie de saludo sin palabras.
Ambos decidieron buscar a Kevin y contarle lo que había sucedido, pero este se mostró incrédulo. “No puede ser. Seguramente están imaginando cosas”, dijo mientras caminaba tranquilo por el sendero. En ese preciso momento, los faros comenzaron a parpadear con más intensidad, como si la luz fuera incapaz de sostenerse ante la presencia de lo que se aproximaba. Los perros, al parecer, también sintieron la amenaza, pues comenzaron a ladrar con más fuerza.
El pánico invadió a los tres jóvenes y sin pensarlo dos veces, soltaron lo que tenían en las manos y salieron corriendo, perseguidos por el crujir de las ramas y los extraños sonidos que se levantaban entre la niebla. Sus corazones latían desbocados y el miedo les empujaba a avanzar más rápido. Pero, cuando ya estaban a punto de cruzar la cerca que marcaba el límite de la planta de tratamiento, Jairo se detuvo repentinamente. Miró hacia atrás y lo que vio le congeló el alma: no era la mujer vestida de blanco, como se suponía que encontrarían. Era el hombre vestido de negro, sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural entre la sombra. Este ser les observaba fijamente…
Jairo intentó gritar, pero las palabras no le salían de su garganta. Kevin y Jefferson, al ver la expresión de terror en su rostro, también miraron hacia atrás y fueron testigos de la misma figura. Nadie pronunció una palabra pero los tres, como si se hubieran puesto de acuerdo, comenzaron a correr sin parar. La niebla parecía perseguirlos, envolviendo todo a su paso, pero finalmente lograron llegar al pueblo, donde el manto de la oscuridad y el hombre de negro quedaron atrás.
Lo ocurrido esa noche los persiguió durante mucho tiempo y, hasta el día de hoy, cada vez que rememoran lo sucedido, el pánico que sintieron en aquel entonces vuelve a apoderarse de ellos.