UNA LEYENDA DE TRES GENERACIONES
Dorys Rueda
La leyenda del carbunco del Oriente, que me compartió mi alumna Julia Rodríguez en enero de 2025, tiene una historia de transmisión muy especial. Julia la recibió de su madre, Virgilia de Rodríguez, quien a su vez la escuchó de su propia madre, la señora Celia María Ampudia. Así, esta narración ha sido preservada a lo largo de tres generaciones, manteniéndose viva dentro de la familia. Cada una de las mujeres ha transmitido la leyenda con cariño, enriqueciéndola con sus propias vivencias, pero respetando siempre los elementos esenciales de la historia. Este acto de transmisión no solo preserva la leyenda, sino que también fortalece los lazos familiares, conectando a las generaciones de una manera profunda y significativa.
La historia se remonta a 1924, cuando se construía la primera vía de penetración hacia el Napo, iniciando la colonización de una vasta zona conocida como Baeza (o Baiza) que permaneció en la memoria del indigenado, tanto de la zona alta con Papallacta, al igual que de la zona baja con poblaciones como Archidona.
Entre las familias que se unieron a esta gran empresa colonizadora se encontraba la de Juan Vega, su esposa Dioselina Ampudia y dos hermanas menores de ella, siendo especialmente importante la menor, Celia (abuelita de Julia Rodríguez y madre de Virgilia de Rodríguez). Fue criada por su hermana mayor desde los 20 días de nacida y para el momento del relato, Celia tenía aproximadamente 14 años y había permanecido siempre al lado de su hermana Dioselina, participando activamente en las tareas domésticas del hogar.
En esa época y como consecuencia de la Ley de Estancos; era difícil acceder a productos como los fósforos y la sal, ya que su venta estaba controlada, ocasionando en las áreas alejadas una tremenda carestía, lo que provocó que la población rural desarrollara iniciativas sustitutivas, como la guarda de brasas, considerada un verdadero tesoro, ya que en una emergencia y gracias a la buena vecindad, se socorrían unos a otros.
La provisión de la familia en muy contadas ocasiones entraba en emergencia y cuando esto sucedía, acudían a pedir ayuda a los vecinos. Esta responsabilidad recaía sobre Celia, sin importar demasiado la hora de salida, ya que era la más joven y ágil.
Una tarde, Celia emprendió su habitual recorrido. El trayecto la obligaba a cruzar dos pequeños ríos mediante puentes improvisados, frágiles y a menudo arrastrados por las crecientes lluvias en las temporadas de invierno y como siempre las fuertes lluvias surgían de imprevisto atemorizando a los caminantes.
Durante su caminata, el cielo se oscureció repentinamente, lo que generó un profundo temor en Celia. Temía quedar atrapada entre los dos puentes sin poder pedir ayuda, ya que no había habitantes en ese lugar. Además, en dos ocasiones anteriores, al regresar al campamento, había observado un animal negro, similar a un perro grande, emergiendo desde la orilla del río. Informó a su hermana sobre estos encuentros y le pidió que intentaran capturarlo, pero nunca lo hicieron. Esa noche, ya bastante oscura, Celia vio una pequeña luz brillando a la salida del segundo puente. A medida que se acercaba, un animal se le aproximó, iluminando su camino con una luz que emanaba de su frente. De repente, el animal se erizó en el puente, impidiéndole el paso. Cuando intentó regresar, se cruzó junto a sus piernas y, a partir de ahí, no recuerda más
La preocupación se apoderó del campamento al notar la tardanza de Celia, quien aún no regresaba, habiendo transcurrido más tiempo del habitual en su recorrido. Ante esta situación, se organizaron para acompañar a Doña Dioselina en la búsqueda de su hermana. Al llegar al primer puente, encontraron a una mujer indígena que intentaba levantar a Celia. Al acercarse, descubrieron que Celia estaba desmayada. La mujer les explicó que ella se dirigía al campamento por sal, cuando había encontrado a la joven caída en el puente y que parecía estar muerta. El recipiente con los carbones encendidos aún estaba junto a Celia, lo que indicaba que algo extraño había ocurrido en su camino de regreso, luego de pedir “la candela”, así llamaban comúnmente a esa tarea, hasta se popularizó un juego infantil con el nombre de: “regale una candelita”.
Doña Dioselina, desesperada, intentó cargar a su hermana, pero aceptó la ayuda de un trabajador que lo hizo sin dificultad. Al llegar al campamento, encendieron fuego, la abrigaron y, tras hacerle inhalar colonia, Celia recobró el sentido y, aterrada, balbuceó: "El animal, el animal." Después de calmarla, Celia relató su experiencia, describiendo cómo el can se había interpuesto en su camino, no la dejaba pasar y le enfocaba con una luz que salía de su frente. Cuando ella intentó regresar, el perro impidió que avanzara y terminó enredándose con su cuerpo, cayendo al suelo, sin recordar nada más.
La mujer indígena que había encontrado a Celia comentó: "Ahora entiendo, era el carbunco, quería entregarle la fortuna que tiene en la frente, una gran esmeralda que brilla en la noche." Doña Dioselina recordó en ese momento lo que la gente contaba sobre el carbunco y le dio miedo cómo el animal puso en riesgo la vida de su hermana. Reflexionó sobre cómo este encuentro pudo haberle costado la vida a su hermana, quien pudo haber caído en el río, ya que el puente era simplemente una estructura de palos sobre el agua, sin ninguna baranda de protección.
Este encuentro de Celia con el carbunco dejó una marca indeleble en la familia de Dioselina, recordándoles la importancia de respetar las leyendas y creencias locales y de tener precaución al adentrarse en territorios desconocidos o al interactuar con elementos de la naturaleza que puedan tener significados profundos y misteriosos.