Fuente oral: Fernando Suárez
Recopilación: Steven Suárez
Transcripción: Dorys Rueda
Enero, 2025

 

  

Cuando tenía unos 17 o 18 años, viví una experiencia que hasta el día de hoy recuerdo con mucha claridad. Ahora tengo 60, pero lo ocurrido hace 42 años en un lugar llamado Chalupas sigue grabado en mi mente. En esa época, mi papá tenía una relación cercana con el dueño de la Hacienda Antisana y siempre se mencionaba que en Chalupas, entre las provincias de Napo y Cotopaxi, había una gran cantidad de truchas. Como nos encantaba la pesca, decidimos hacer el viaje.

El camino era extremadamente difícil y casi inaccesible. Viajamos con mis tíos en tres o cuatro vehículos, todos equipados con orugas para poder avanzar. Al llegar al Morro, un punto desde el cual se ve todo el río que desciende hacia el Oriente, nos encontramos con una encrucijada: uno de los caminos llevaba al río y otro descendía hacia el volcán. Es importante mencionar que Chalupas es un megavolcán y su nombre proviene del río Chalupas, que fluye en la parte sur del volcán.. El sendero hacia el río era como una gran serpiente que se aleja y desciende hacia el Oriente. El paisaje era impresionante, con el río flanqueado por árboles y un entorno natural verdaderamente hermoso.

Una vez allí, comenzamos a pescar en el Río Grande, que tiene aproximadamente 15 metros de ancho. La pesca fue excelente: las truchas medían entre 20 y 25 centímetros. Algunos comentaron que, río abajo, había truchas aún más grandes, pues la zona era casi inaccesible. De hecho, éramos de los primeros en llegar, ya que mi papá había tenido que construir puentes improvisados que llevábamos desarmados en las camionetas. Sin esos puentes, no habríamos podido cruzar algunas partes del camino.

Una vez instalados, decidimos explorar más a fondo. Más abajo, encontré un río más pequeño, de unos 3 metros de ancho y decidí adentrarme en él. A medida que avanzaba, el paisaje cambiaba: menos paja y más árboles, hasta llegar a un bosque denso y complicado. Antes de internarme demasiado, pesqué algunas truchas de unos 18 o 20 centímetros, pero el terreno se volvía cada vez más difícil. En un momento, encontré un pequeño hueco entre los árboles, me arrastré hasta el río y logré ubicarme en un espacio donde podía estar semiacuclillado.

En esa parte, el río formaba una curva interesante. El agua era clara y tranquila, como si estuviera detenida. Me pareció un buen lugar para pescar, así que lancé mi anzuelo. No alcanzaba la curva exacta, pero seguí intentándolo hasta que finalmente logré que mi línea cayera en un punto distante, a unos 4 metros de donde estaba. Fue entonces cuando ocurrió algo increíble.

Apenas el anzuelo tocó el agua, vi movimiento a unos 3 metros dentro del bosque. Me levanté para observar mejor y, para mi sorpresa, vi una figura extraña. Era algo o alguien, de aproximadamente 2 metros de altura, con una espalda ancha, tal vez unos 90 centímetros y brazos largos y robustos. Su cuerpo estaba cubierto con un pelaje marrón oscuro, sucio y grueso, similar al de un borrego. Lo que más me impresionó fue que parecía moverse como un humano. Al darse cuenta de mi presencia, comenzó a correr rápidamente, abriéndose paso entre los árboles. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció, dejando un olor fuerte y desagradable en el aire.

Estaba completamente helado, sin saber qué pensar. Después de un rato, regresé al campamento y les conté a los demás lo que había visto. Con el tiempo, he compartido esta experiencia con muchas personas, pero la mayoría lo toma como una historia más. Sin embargo, para mí fue algo real. Curiosamente, años después, escuché un relato de un hombre llamado Alex Villacís, que vive en la región de Píllaro. Él contó haber visto algo muy similar cuando tenía unos 12 o 14 años. Según su historia, se encontraba en un bosque cerca de una hacienda cuando se cruzó con una figura gigantesca, de casi 2 metros de altura, con una espalda muy ancha y un pelaje similar al que yo vi.

La moraleja de esta historia es que la naturaleza guarda secretos que a veces no estamos preparados para comprender. Aventurarse en lo desconocido nos recuerda que, aunque tratemos de dominar el mundo que nos rodea, aún existen fuerzas y misterios que nos superan. Respetar el entorno, escuchar las historias de quienes han vivido antes que nosotros y mantener una mente abierta son esenciales para convivir con lo inexplicable. A veces, lo desconocido no busca dañarnos, pero sí recordarnos lo pequeños que somos frente a la inmensidad de la vida.

 

Portada: creación de Steven Suárez por IA

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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