Esta leyenda fue recopilada por el profesor Óscar Ruiz, un destacado maestro, a partir de los relatos de sus alumnos: Juan Ruiz, Hilary López, Fernanda Tamay, Kimberly y Hurtado Manuel Quiroz, quienes la recogieron de las voces de su comunidad. Yo, por mi parte, he adaptado la historia.
En una región apartada de las montañas de Ecuador, donde la naturaleza parecía hablar en susurros, existía un río conocido por su serenidad y aguas cristalinas, al punto que sus aguas reflejaban el cielo como un espejo. En sus márgenes, se asentaban tribus ancestrales que vivían en comunión con la tierra y los espíritus que habitaban sus ríos y selva.
Entre estas tribus, destacaba la tribu Kuntur, conocida por su conexión profunda con el mundo espiritual. En ella vivía un chamán llamado Kuntuka, un hombre sabio que había dedicado su vida a estudiar las fuerzas invisibles que regían el universo. No solo era un sanador de cuerpos, sino también un guía espiritual, capaz de comunicarse con los elementos y de realizar rituales que mantenían el equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. Sus curaciones eran milagrosas y su sabiduría, que había sido transmitida por generaciones, era venerada y respetada en toda la región.
Un día, el chamán Kuntuka enfermó gravemente. Antes de morir, llamó a sus seguidores y les reveló un secreto: sus poderes no deberían perderse, incluso después de su muerte. Les pidió que, al morir, incineraran su cuerpo y esparcieran sus cenizas en el río sagrado. Siguiendo sus instrucciones, los discípulos del chamán esparcieron sus cenizas en el río, creyendo que su espíritu continuaría protegiendo la región. Sin embargo, poco sabían que el espíritu de Kuntuka, en su inmenso poder y deseo de proteger, se había vuelto perturbado y enfadado por el desdén de algunos de la tribu hacia la naturaleza.
Con el tiempo, extraños sucesos comenzaron a ocurrir en el río, trastornando la paz que había reinado durante siglos. Las aguas, que antes fluían serenamente entre las rocas y la vegetación, comenzaron a agitarse sin razón aparente, como si algo invisible las estuviera empujando desde las profundidades. La corriente se volvió impredecible y los pescadores ya no podían confiar en las aguas del río, que parecían cambiar de temperamento con cada amanecer y cada puesta de sol. Además, una espesa niebla comenzó a cubrir las riberas al anochecer, despojando al paisaje de su claridad habitual, haciendo que los árboles y las rocas se fundieran en sombras tenebrosas. Era como si la tierra misma se cubriera de un manto de misterio y nadie se atrevía a adentrarse en la niebla por temor a lo que pudiera acechar en su interior.
Los habitantes de los alrededores empezaron a notar un fenómeno aún más inquietante. Susurros y lamentos, apenas audibles, emergían del río, flotando en el aire como ecos de una voz lejana y desesperada. Algunos decían que estos sonidos no eran producto de la corriente ni de los animales, sino de algo más: un espíritu que trataba de comunicarse desde el más allá. Estos susurros se intensificaban al caer la noche, envolviendo a quienes se acercaban al río en una sensación de angustia y confusión. Era como si el propio río estuviera tratando de hablar, de advertir a los vivos sobre algo oscuro que acechaba bajo su superficie.
Una noche, un grupo de jóvenes decidió desafiar las advertencias de los ancianos y se aventuraron al río durante la madrugada. No se les volvió a ver. Los buscadores encontraron sus pertenencias en la orilla, pero no había rastro de ellos. En su lugar, una espesa niebla los rodeaba y los pocos que se acercaron vieron el agua del río volverse negra como la tinta, sin una explicación lógica. Las historias sobre su desaparición se esparcieron rápidamente y el temor se apoderó de los habitantes.
Desde entonces, nadie se atreve a acercarse al río al caer la noche. Los ancianos dicen que el espíritu del chamán Kuntuka sigue ahí, atrapado entre el mundo de los vivos y los muertos, protegiendo la naturaleza pero castigando a aquellos que no la respetan. Y se dice que, en noches sin luna, se pueden ver sombras moviéndose bajo el agua y los susurros del chamán se escuchan con más claridad que nunca, recordando a todos que la naturaleza no debe ser desafiada.
Perfecto, aquí tienes una versión con un tono más fluido, legendario y evocador del cierre de la leyenda:
Así, el río que alguna vez fue fuente de vida, calma y sabiduría ancestral, se transformó en el temido Río Maldito. Aquel cauce sagrado, que otrora acogía a la tribu con sus aguas puras y susurros de paz, ahora guarda en su profundidad la presencia latente del chamán Kuntuka. Su espíritu, aún poderoso, aguarda el respeto y la reverencia que un día recibió, velando desde el umbral de los mundos.
Nadie se atreve a cruzarlo sin antes ofrecer palabras de perdón y gestos de humildad, temiendo despertar la furia del guardián eterno. Se dice que en sus noches más oscuras, cuando la luna desaparece del cielo, su fuerza se agita y recuerda a todos que la naturaleza es sagrada y no debe ser desafiada.
La enseñanza de esta historia permanece hasta nuestros días: aquel que olvida el respeto por la tierra y sus espíritus ancestrales, corre el riesgo de invocar fuerzas que no comprende, ni podrá dominar. La tierra nunca olvida y sus guardianes tampoco perdonan.