Dorys Rueda
El duende es una figura recurrente en las leyendas ecuatorianas, especialmente en las regiones andinas y amazónicas, donde se le atribuyen características tanto traviesas como misteriosas. En las historias populares, el duende es un ser pequeño, a menudo con apariencia humana, que habita en los bosques y montañas, cerca de cuerpos de agua o en espacios grandes y deshabitados. Aunque en algunas versiones es benévolo y ayuda a los seres humanos, en otras es travieso y juega bromas a quienes se adentran en su territorio o incluso castiga a aquellos que profanan la naturaleza. El duende, como guardián de los elementos naturales, es considerado una figura que debe ser respetada y se dice que, si se le desobedece, puede traer consecuencias graves.
La leyenda que comparto hoy con ustedes me la contó mi alumno Danilo Fierro en noviembre de 2022, quien a su vez la recopiló de Kathya Fierro, una estudiante universitaria de la carrera de Derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL).
La historia que cuenta Kathya comienza de la siguiente manera:
"Les contaré lo que nos ocurrió hace muchos años atrás, cuando decidimos hacer un viaje inolvidable hacia el Oriente de Ecuador con nuestros padres. Fue una experiencia que jamás olvidaremos. Durante nuestro recorrido, nos detuvimos en un lugar que parecía sacado de un cuento, en la parroquia de Papallacta, en la provincia del Napo. Allí nos encontramos con una impresionante caída de agua, tan majestuosa que parecía tener vida propia. Esa cascada, conocida como 'La Cascada del Duende', se alzaba ante nosotros rodeada por un paisaje natural que inspiraba misterio y asombro. No estoy completamente segura de que aún exista, pero el recuerdo de ese lugar sigue vivo en mi memoria como uno de los más especiales de toda nuestra travesía.
Al llegar a la cascada, descendimos hasta el borde para tomarnos algunas fotos, rodeados por la espesa neblina que cubría el entorno. A pesar de la humedad y el clima frío, el torrente de agua se veía espectacular, cayendo con fuerza y creando una atmósfera mística. Fue tan cautivante que decidimos quedarnos allí un buen rato, disfrutando de la serenidad del lugar.
Mi madre, quien en ese entonces estudiaba diseño de eventos, se sintió especialmente atraída por una piedra que había encontrado cerca de la cascada. Le pareció una pieza única, ideal para un arreglo floral y no dudó en tomarla, llevándosela hacia el vehículo. Sin embargo, alguien que estaba cerca se acercó y le advirtió que no debía tomarla, pues era parte de la naturaleza y que antes de hacerlo, debía pedir permiso al espíritu del lugar, pero mi madre, confiada y decidida, ignoró la recomendación.
Una vez que dejó la piedra en la camioneta, todos nos dedicamos a tomar más fotos del lugar, disfrutando del paisaje y de la experiencia. Fue entonces cuando algo extraño ocurrió: un hombre de baja estatura pasó cerca de nosotros, llevando una mochila cargada. Lo saludamos cordialmente, pero él no nos prestó atención ni nos respondió. Nos pareció una figura extraña, pero no le dimos mayor importancia.
Sin embargo, al momento de subir al vehículo y continuar con nuestro paseo, vimos nuevamente al hombrecito, pero esta vez estaba cruzando la carretera. La neblina era tan densa que apenas podíamos ver con claridad el camino, pero pensábamos que si él podía cruzar, debía haber un terreno firme al otro lado. Para nuestra sorpresa, al fijarnos mejor, descubrimos que en ese lugar no había tierra, sino un precipicio profundo. El hombrecito, sin ninguna dificultad, desapareció misteriosamente en el vacío. Fue entonces cuando alguien, con un tono lleno de asombro, comentó: ‘Creo que hemos visto al dueño de la cascada, al duende, el guardián de este lugar’.
Al regresar a Quito, a la mañana siguiente, nuestra abuelita nos relató que durante la noche habían sucedido eventos extraños en la casa, justo cerca de donde estaba estacionada la camioneta, en el sitio donde mi madre había dejado la piedra. Los perros no dejaron de ladrar, mirando constantemente hacia el vehículo. Las puertas del carro hicieron ruidos extraños y lo más insólito: había caído granizo, alrededor de la camioneta.
Intrigados por lo sucedido, nos dirigimos rápidamente a revisar el vehículo. Al acercarnos, pudimos notar que una pequeña capa de granizo cubría una esquina del carro, algo que no habíamos observado antes. Mi madre, preocupada por lo extraño de la situación, comenzó a buscar la piedra que había tomado de la cascada, pero, para su sorpresa, ya no estaba. La piedra había desaparecido por completo, como si nunca hubiera estado allí. Al principio, nos quedamos en silencio, procesando lo que acababa de ocurrir. Fue en ese preciso momento que comprendimos lo que había sucedido: el duende, el protector y guardián de la cascada, había venido en la oscuridad de la noche a recuperar la piedra, devolviéndola a su lugar de origen, a la cascada de donde nunca debió haber salido. La sensación de misterio era indescriptible; parecía como si el mismo espíritu de la naturaleza nos hubiera mostrado su poder y su presencia. Este acontecimiento, tan fuera de lo común, quedó grabado en nuestras memorias como un recuerdo único, lleno de asombro y de una profunda reflexión”.
Mi abuelita entonces dijo: "La naturaleza guarda misterios y fuerzas que a menudo nos resultan incomprensibles. Respetarla y pedir su permiso antes de tomar algo de ella es un acto de humildad y sabiduría, ya que todo en su equilibrio tiene un propósito y alterarlo puede desencadenar consecuencias inesperadas”.
Informante oral
Kathya Fierro nació el 6 de septiembre del 2000, reside en el sur de Quito. Es una estudiante universitaria de la carrera de Derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL).