Por: Alonso Flores Velasco
Era un paraje maravilloso, fértil y de gran exuberancia, cercano al río Tena, le llamaban Biotopo, algo así como (vida limitada) un arroyo de cristalinas aguas bañaban el lugar, dando origen a un hermoso salto, ocultando una cavidad existente en el barranco, en cuya cueva aparece un duendecillo de cabello largo y descuidado, de aspecto grotesco y figura desgarbada; que se divertía asustando a los visitantes de la cascada; cuando se hacían ciertas señales, salía con un sombrero multicolor a refrescarse en las blancas aguas.
Pero la verdad no era un sombrero cualquiera sino, el arco iris que había capturado y lo sacaba a relucir sobre las aguas dando un espectáculo mágico; los visitantes decían ¡mira qué bello el arco iris! Señalando con el dedo índice al lugar: mas, sucedía que después de poco tiempo, la persona que señalaba comenzaba a ver que su dedo se le iba secando y era imposible que regrese a su estado normal, así había muchas personas del lugar con el dedo seco. Ya nadie señalaba el arco iris del duendecillo por ese temor.
En cierta ocasión el pícaro duendecillo quiso divertirse a su manera en una blanca noche de luna, e invitó a la fiesta a diablos huma, vacas locas, carishinas, payasos de narices rojas, duendes verdes y ninfas del río.
Entre los invitados estaba un conocido personaje de cierto pueblo de la Amazonía que hacía de viuda alegre y daba la despedida a los años viejos con llamativos atuendos y vestida de negro, pronunciado escote, curvas postizas, muy abultadas, que con sus bailes y chistes picantes hacía subir los colores al rostro de los asistentes... Le llamaban la viuda alegre.
También acudieron brujas de largos vestidos rojos, gorras altas y escobas desgastadas, habían venido desde la ciudad de Brujas o de castillos medievales del viejo mundo.
Pero también asistió a la fiesta la bruja "Matra" de las cuevas de Jumandi, fingiendo ser amiga del duendecillo, trayendo como regalo un horrible traje hecho de la piel de sapos y que era encantamiento para convertirse en un viejo batracio y acabar con los poderes maléficos del gnomo.
Todos los invitados y el dueño de la cascada festejaron hasta el amanecer; cuando llegaba clareando el día, los asistentes se dieron cuenta de que ya no estaba el pícaro duende, sólo había un voluminoso sapo que croaba sobre una gran piedra del remanso; tampoco estaban las brujas que aprovecharon el ruido de los tambores de la fiesta para robarse el arco iris. ¡Quién sabe a qué lugares se llevaron!, quizá lo tengan en muchas comunidades indígenas como símbolo de la tenacidad de los movimientos sociales.
A la mañana siguiente llegaron los turistas, atraídos por la leyenda del arco iris, del duendecillo causante de los dedos secos, pero solo hallaron un sapo que croaba y la caída del agua que golpeaba el risco y cantarina rodaba por la pendiente.
Cuentos y Leyendas de la Amazonía, Imprenta Colorgraf-Quito, 2009.