Por: Mario Conde
Cuando los jesuitas llegaron a la selva ecuatoriana, a finales del siglo XIX, encontraron un puñado de nativos que habitaba en las faldas del Pungara Urco o Cerro de Brea, ubicado al oriente de la ciudad de Tena. Tras la catequización, los nativos asimilaron algunas creencias de la religión católica y adoptaron el nombre de comunidad de San Pedro. Sin embargo, nunca dejaron de creer en sus dioses y diablos aborígenes. De ahí que hasta la actualidad evitan acercarse al Pungara Urco. Según ellos, conviene alejarse pues allí viven los diablos.
Los nativos cuentan que en una ocasión, desaparecieron cuatro niños en el río, y por más que los buscaron no hallaron rastro alguno. Así pasaron varias semanas, hasta que dos mujeres fueron a traer agua y no regresaron jamás.
Preocupados por las desapariciones, los nativos consultaron a cuatro chamanes, sus guías espirituales. Los poderosos brujos, precedidos por el más anciano del grupo, hicieron un ayuna ritual de cuatro días, bebieron ayahuasca y hablaron con los espíritus de la selva.
-El río se ha vuelto peligroso porque los diablos se han apoderado de él -dijeron a la comunidad-. Exigen un pago a cambio de agua.
Una exclamación de impotencia se escapó de las gargantas indígenas. Los chamanes ofrecieron ayudar a la comunidad y ahuyentar a los diablos del río.
-Para alejarlos es necesario emplear hierbas ceremoniales –dijo el anciano-. Pero antes hay que pagar cuatro sajinos y cuatro canoas llenas de pescado ahumado.
Cumplido el pago, los brujos se prepararon para conjurar el lugar. Mientras tanto, por las tardes, uno de ellos acompañaba a las mujeres y a los niños al río. Allí les mostraba las piedras a las que no podían acercarse, unos de color negro donde vivían los diablos.
Una noche oscura y lluviosa, los cuatro chamanes se dirigieron al río llevando ollas con extrañas hierbas cocidas. Nadie más asistió al ritual. Toda la noche es escucharon insultos, gritos, maldiciones y silbidos. La lluvia arreció con fuerza. El caudal del río creció. Los animales de la selva enmudecieron. Al día siguiente, los cansados brujos informaron que habían expulsado a los diablos a otro lugar.
Un tiempo después, cuando parecía que la situación había vuelto a la normalidad, se vio un sajino por las orillas del río. Un joven cazador lo siguió sigilosamente hasta el Pungara Urco. Se adentró en sus senderos y no regresó más. Los familiares y amigos fueron a buscarlo. Tomaron el mismo camino y escucharon unos gritos misteriosos, que los invitaban a continuar y perderse en el cerro. Atemorizados, volvieron por donde habían venido. Jamás se supo nada del cazador.
Quienes por desgracia se han aventurado a acercarse al Pungara Urco, en especial en las horas de la noche, dicen haber escuchado unos gritos desgarradores. A estos les sigue una risa diabólica que se alarga como un eco y los llama insistentemente. Pocos han podido escapar de este llamado.
En ocasiones aparecen por las chacras de la comunidad venados, guatusas, sajinos o pavas del monte, pero nadie los caza ni persigue. Los moradores de San Pedro no se dejan engañar. Saben que estos animales tratan de atraerlos al Pungara Urco, el Cerro de Brea donde viven los diablos.
Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma, Abracadabra Editores.