Por: Mario Conde
En una tranquila y próspera comunidad indígena de la selva amazónica, vivía una bellísima muchacha llamada Sañi. Todo el mundo le expresaba cariño y admiración, pero a ella no le importaban los sentimientos de las personas y nunca se conmovía por nada ni se enternecía por nadie. La conocían por eso como La que nunca llora.
Cuando llegó el invierno, cayeron unos aguaceros torrenciales que de la noche a la mañana desbordaron los esteros y los ríos de la comunidad. Las chozas, las chacras y los animales fueron arrasados. La gente se lamentaba y lloraba ante el desastre. Sólo Sañi se mantenía indiferente, sin derramar una sola lágrima.
Afligidas por la destrucción, las personas de la comunidad criticaban con amargura la frialdad de Sañi.
-Mírenla, no le importa nada, comentaban unos.
-Ni siquiera le conmueve el llanto de los niños –critican otros.
-Ella tiene la culpa de lo que nos pasa. Los dioses nos están castigando por su falta de sentimientos –juzgaba la mayoría.
En eso, una mujer anciana, la más sabia de la comunidad, aseguró sólo el llanto de Sañi acabaría con la lluvia y las terribles inundaciones. Pero la pregunta era cómo hacerla llorar, si se mostraba indiferente incluso ante el dolor de su familia. Al final, la anciana manifestó que era necesario que Sañi conociera el dolor para que su alma se conmoviera.
Un día nublado, mientras La que nunca llora caminaba por la selva, se le presentó la anciana:
-Por favor, ayúdame a recoger ramas secas –le suplicó-. Tengo que calentar mi choza pues mi nieto está muriendo de frío.
Sañi la miró con indiferencia y siguió su camino. Casi al instante, se le apareció una joven madre con un niño enfermo en brazos:
-Te lo ruego, ayúdame a encontrar unas hierbas para curar a mi hijo.
Aunque Sañi sabía dónde encontrar esas hierbas, no quiso ayudar a la joven madre. Iba a continuar su camino, cuando oyó la voz de la anciana que la maldecía.
-Los dioses te castigarán por no apiadarte de una madre y una abuela. Jamás serás abuela ni madre. Todo el daño que nos has causado por no llorar, desde hoy lo pagarás con tu llanto, que traerá el bien a los demás.
Al escuchar las palabras de la anciana, Sañi sintió que su cuerpo se volvía rígido. De pronto sus pies empezaron a hundirse y los dedos se prolongaban y se arraigaban en la tierra; la piel de su cuerpo comenzó a endurecer y a resquebrajarse, sus brazos engrosaron y se expandieron como ramas. Al final, Sañi se convirtió en un árbol.
Desde entonces la selva se pobló de una nueva especie de árbol medicinal, al que se le hiere la corteza para que sienta dolor y llore por la herida. Las lágrimas de ese árbol curan infecciones, quemaduras, úlceras, etc. De esta manera se cumplió la maldición de la anciana; el alma de Sañi, atrapada en la savia de la madera, calma el dolor y trae el bien a las personas. Los nativos de la selva amazónica conocen a esta especie medicinal como árbol de Sangre de Drago.