En el antiguo Teatro Apolo, las jovencitas que asistían a la función nocturna vivían algo más que la emoción de la película. Justo antes de que terminara la proyección, con la sala todavía a oscuras, sentían golpes insistentes en sus tobillos. Al mirar de reojo, veían a un hombre diminuto, de sombrero grande y sonrisa burlona, sentado a su lado. Tan pequeño que apenas tocaba el suelo, pero tan seguro de sí que parecía el dueño de la fila. El miedo las paralizaba y, cuando por fin se encendían las luces, el extraño desaparecía sin dejar rastro, dejando apenas las marcas en la piel como inquietante prueba. La gente mayor aseguraba que el duende sentía predilección por las muchachas de ojos grandes y cabellos largos, como si las eligiera para ser sus cómplices de travesura.

Con el paso del tiempo, el Teatro Apolo desapareció, pero la leyenda no murió. Dicen que el duende no soportó quedarse sin función y buscó un nuevo escenario: terminó instalándose en otro cine, en plena calle Bolívar, en Otavalo. Allí se convirtió en el espectador más fiel, siempre de sombrero, siempre atento.

Algunos otavaleños lo llaman el Duende detective, pues tiene una verdadera obsesión por el suspenso psicológico. Es un entusiasta de las películas de Sherlock Holmes y de los thrillers de Agatha Christie, esas en las que cada pista cuenta. Los espectadores aseguran que se pasea por los pasillos con paso sigiloso, como un sabueso en plena investigación, husmeando la alfombra en busca de huellas invisibles. Siempre lleva consigo una lupa diminuta —del tamaño de una tapa de botella— que apunta hacia la pantalla en las escenas cruciales, como si quisiera asegurarse de que la historia vaya por el camino correcto.

Cuando la trama llega a su punto más tenso, golpea suavemente la butaca del espectador más concentrado, como si le susurrara “vamos, que el culpable no se va a atrapar solo”. Si alguien adivina el final antes de tiempo, responde con un golpecito que suena a pequeño aplauso; si no, guarda un susto perfectamente calculado para el giro más inesperado, logrando que toda la sala salte y que él se ría por lo bajo, satisfecho de su obra maestra. Dicen que una vez, al terminar la función, dejó en una butaca vacía una servilleta con un garabato de lupa y la nota: “Caso resuelto. Pueden aplaudir”.

Otros manifiestan que el duende se volvió un auténtico cinéfilo gótico. Tiene debilidad por las películas de Tim Burton y por clásicos como El extraño mundo de Jack o Beetlejuice. Cuando la trama se oscurece, se ríe bajito, una risa tan grave que parece venir del asiento vacío de al lado. Si la escena es demasiado predecible, suelta un pequeño suspiro de desaprobación que se confunde con el sonido del proyector; si le encanta, mueve el sombrero como quien aplaude en silencio. Hay quien jura que, en el estreno de Beetlejuice, el duende apareció vestido igual que el personaje principal, solo para hacerle competencia.

También hay quienes aseguran que, en los últimos años, se ha convertido en un auténtico duende gourmet. Se roba el canguil y los nachos de los espectadores sin el menor remordimiento: uno está sirviéndose y, en un parpadeo, el balde queda vacío y el queso de los nachos ha desaparecido. También le gusta la Coca-Cola, así que no es raro que de pronto el vaso quede a la mitad sin que nadie lo haya tocado.

Dicen que, con tantos atracos culinarios, el duende ha subido de peso y que ahora las butacas crujen un poco más cuando se sienta a disfrutar de la función. Los empleados del cine aseguran que, cuando termina la función, a veces quedan palomitas regadas en perfecta fila, como si el duende hubiera dibujado un camino secreto hacia la salida. Otros juran que han visto vasos vacíos agitarse solos, como si alguien invisible estuviera apurando la última burbuja de Coca-Cola. Por eso se dice que es el único espectador que nunca pasa por la dulcería, pero siempre sale del cine con la panza feliz y el sombrero un poco más apretado.

Hay quienes afirman que el duende ha desarrollado un gusto especial por las películas donde los personajes tienen doble personalidad. Es fanático de Dr. Jekyll y Mr. Hyde y de toda cinta en la que el héroe sea su propio villano. En esas funciones se pone especialmente travieso: empuja la butaca justo cuando aparece el “otro yo” del protagonista o susurra frases ambiguas, como si él mismo quisiera interpretar el papel de alter ego. Algunos dicen que en esas películas se ríe dos veces: una con voz grave y otra con voz chillona, como si fueran dos duendes discutiendo entre sí quién disfruta más la función.

Y algunos otavaleños aseguran que, con el tiempo, el duende se ha convertido en un verdadero crítico de cine. Si la película es buena, se queda quieto en su asiento, se acomoda el sombrero con solemnidad y deja escuchar un discreto golpecito de aprobación en la penumbra, como si estuviera otorgando su sello de calidad. Pero si la película es mala, no perdona: se levanta de un salto, suelta un bufido que resuena entre las butacas y abandona la sala con paso airado, como buscando una historia que esté a su altura.

Una noche, cuentan que el duende se encontró con Dorys Rueda, una otavaleña que gusta mucho del cine y que nunca se pierde un buen estreno. La película era tan buena que ella permaneció inmóvil en su butaca hasta que sintió un leve golpe en el codo. Al mirar de reojo, lo vio acomodarse el sombrero y sonreír, como quien dice “bien hecho, escogiste una gran función”. Antes de que subieran las luces, el duende metió su diminuta mano en el balde, se llevó un par de palomitas y, con total descaro, le guiñó un ojo. Cuando parpadeó, ya no estaba. Desde entonces, cuentan que cada vez que Dorys Rueda escucha un golpecito en la penumbra, sonríe en lugar de asustarse. Sabe que es el duende del Teatro Apolo quien aprueba la película y quien sueña, quizá, con el día en que pise la alfombra roja y aplauda el estreno de su propia leyenda.

 

 

 Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961

 

 

Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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