En Otavalo, como en muchas ciudades del Ecuador, tenemos un sobrenombre que nos distingue: “Apaga velas”. La historia viene de antaño y mezcla picardía, rivalidad y valor. Algunos dicen que todo empezó en un juego de cartas entre otavaleños e ibarreños, cuando, al ver la derrota inminente, uno de los nuestros sopló las velas, recogió las apuestas y salió corriendo. Otros aseguran que el apodo se ganó gracias a la leyenda de dos jóvenes que, sin miedo, apagaron la vela del temido espectro de la “Caja Ronca”, descubriendo que era un ladrón disfrazado.

Pero esta vez la historia se traslada a pleno siglo XXI. La “Caja Ronca” ya no avanza por calles empedradas del pasado, sino que aparece por la calle Modesto Jaramillo, en plena Plaza Cívica —el antiguo Mercado 24 de Mayo— y se dirige lentamente hacia el Parque Bolívar. No son pocos los que comentan que, tras su paso, las cámaras de seguridad muestran sombras extrañas y que, misteriosamente, han desaparecido mercaderías de varios locales.

Dos jóvenes, intrigados por las historias que circulaban en grupos de WhatsApp y publicaciones de Facebook, decidieron ponerle fin al misterio. Esa noche, se apostaron en la entrada de la Cámara de Comercio de Otavalo, en uno de los laterales de la plaza. Llevaban sus celulares en modo avión para que ninguna notificación interrumpiera la misión, pequeñas cámaras sujetas al pecho para registrar cada segundo y una linterna táctica que, según ellos, era capaz de “asustar hasta al mismísimo satanás"

A medianoche, vieron cómo se aproximaba una procesión silenciosa encabezada por un esqueleto con una vela encendida, seguido de cinco figuras encapuchadas que cargaban un ataúd. Era como si los personajes de las películas de terror hubieran decidido hacer un desfile, digno de una transmisión en vivo con millones de vistas.

Cuando el cortejo pasó frente a la puerta, uno de los jóvenes dio un salto y apagó la vela de un soplido, como quien apaga las de un pastel sorpresa. El otro sujetó al esqueleto por el cuello, y, entre forcejeos, el disfraz cayó, revelando a un hombre de carne y hueso que, lejos de ser un fantasma, era parte de una banda que aprovechaba el miedo para robar.

El momento fue registrado desde tres ángulos distintos —porque en Otavalo no se desperdicia la ocasión de sacar una cámara cuando ocurre algo inusual— y, como era de esperar, se viralizó en TikTok, Instagram y hasta en cadenas de estado de WhatsApp con el hashtag #ApagaVelasChallenge.

En pocas horas, las redes se llenaron de memes, stickers y videos de parodia: hubo montajes con música de la película Misión Imposible, ediciones en cámara lenta como si se tratara de un gol en la final del Mundial y recreaciones caseras con efectos especiales de dudosa calidad.

Algunos creadores de contenido locales transmitieron reacciones en vivo, mientras que en plataformas de video corto surgieron bailes inspirados en el famoso soplido. Incluso aparecieron filtros de realidad aumentada que permitían “apagar la vela” desde la pantalla del celular.

En las calles, comerciantes ingeniosos comenzaron a ofrecer camisetas con la frase “Yo también soplé”, acompañada del dibujo de una vela apagada.

Las ferias improvisadas vendían tazas, gorras, llaveros y hasta velas falsas que se apagaban solas con sensor de movimiento, promocionadas como “souvenirs oficiales de la leyenda”.

En los restaurantes, el menú se adaptó al momento: la “chicha apagavelas” se coronó como la bebida estrella, la “hamburguesa Caja Ronca” —con pan negro y queso fundido— fue el plato más fotografiado en redes, y los Soplitos (pequeñas empanadas doradas y crujientes) se convirtieron en el manjar más esperado por propios y turistas.

En las discotecas se tocaba una versión bailable de una canción que intercalaba, entre cada estrofa, el grito de “¡Apaga velas!”, mientras que en los puestos callejeros se vendían postres con forma de vela y chupetes que, al morderlos, se encendían como si guardaran una chispa mágica.

El fenómeno no se quedó en los espacios públicos. En los hogares, las familias reproducían el video en la televisión como si fuera parte del noticiero principal; en las escuelas, los estudiantes hacían dramatizaciones durante los recreos y en la Universidad de Otavalo se organizó un concurso de cortometrajes inspirados en la historia, con categorías como “mejor soplido” y “mejor disfraz de esqueleto”. Los artesanos bordaban en tela la escena del soplido, los talladores de madera creaban pequeñas figuras de la Caja Ronca y los comerciantes del mercado ofrecían sus productos junto a relatos improvisados para los visitantes.

Los músicos locales componían pasillos, sanjuanitos y hasta rap, fusionando tradición y humor en sus letras. Los adultos mayores recordaban la versión antigua de la leyenda y la comparaban con esta nueva, manteniendo viva la tradición oral.

Los turistas seguían la ruta de la Caja Ronca desde la Plaza Cívica hasta el Parque Bolívar, tomando fotografías y grabando sus propias versiones para redes sociales.

Los clubes deportivos y barriales se sumaron al fenómeno, adaptando sus uniformes para lucir camisetas con la leyenda impresa, acompañadas de ilustraciones del famoso soplido o de la Caja Ronca en plena procesión. En sus canchas se organizaron campeonatos donde los equipos entraban al terreno de juego con una vela simbólica que debía mantenerse encendida hasta el inicio del partido y donde el saque inicial se hacía apagando una vela al centro de la cancha, en honor al sobrenombre.

Las barras organizadas componían cánticos adaptados a la leyenda, mezclando humor y orgullo local y al final de cada encuentro, el equipo ganador recibía, además del trofeo, una réplica artesanal de la vela como recuerdo del evento.

En Otavalo, “Apaga velas” dejó de ser solo una palabra que evoca la picardía de antaño: hoy es un símbolo vivo de ingenio, valor y sentido del humor, una marca que viaja del susurro cómplice de las abuelas al recorrido sin fin del dedo sobre la pantalla. Porque aquí, en Otavalo, la leyenda no muere: se reinventa, se cuenta y se comparte, cruzando generaciones y espacios, uniendo la memoria de quienes escucharon la historia en noches de tertulia con la creatividad de quienes hoy la transforman en videos, canciones, bordados y risas. Así, cada soplido, real o recreado, sigue avivando el fuego invisible que mantiene encendida la identidad de un pueblo.

 

 

 Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961

 

 

Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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