Cuentan que, hace muchos años, cuando el alumbrado público era escaso y los caminos aún guardaban un aire de misterio, en Otavalo circulaba un rumor inquietante. Se hablaba de una procesión silenciosa que recorría las calles bajo la neblina espesa de la madrugada: hombres vestidos de negro, con abrigos largos que rozaban el suelo, cargando un ataúd iluminado por velas temblorosas. Acompañaban su andar una flauta aguda y un tambor de sonido grave, que retumbaba con una cadencia casi sobrenatural. A aquel fenómeno se lo conocía como la Caja Ronca.

Los más ancianos aseguraban que, si alguien la escuchaba —y más aún si llevaba pecados en el alma—, corría el riesgo de no volver jamás. Por eso, cuando el frío descendía y la bruma comenzaba a cubrir las calles, muchos preferían encerrarse en casa, apagar las luces y guardar silencio. Era mejor no tentar al destino. La Caja Ronca, decían, no perdonaba la imprudencia.

Pero David Salazar, oriundo del pueblo de Espejo, jamás prestó atención a las advertencias. Cada fin de semana viajaba a Otavalo como si fuera a Miami. A veces se metía a la discoteca , otras noches se quedaba en el karaoke entonando pasillos con más drama que voz y cuando no había presupuesto, se reunía con sus amigos en la Plaza de los Ponchos a beber “canelazo del bueno”.

Su madre, resignada pero insistente, le mandaba audios de WhatsApp con voz temblorosa:

Davidcito, no te hagas tarde, que la Caja Ronca no necesita likes, sino almas. ¡Y la tuya anda en oferta!

David solo respondía con emojis de corazones.

Una noche, después de una mezcla explosiva de aguardiente, pasillo y cumbias viejas en karaoke, decidió regresar a pie a Espejo. Ni bien había salido de Otavalo, escuchó una música extraña: una flauta chillona y un tambor profundo, como salida de una procesión andina, pero con bajo y eco.

Cuando giró, vio al cortejo de la Caja Ronca, con sus abrigos rozando el suelo, caminando al ritmo de lo que parecía una marcha fúnebre bien ensayada. El ataúd brillaba tenuemente y, aunque no lograba ver la foto, algo le resultaba inquietantemente familiar.

Pero David, que ya tenía dos cubas libres encima, en lugar de asustarse, se emocionó.

—¡Pero qué estilo se cargan, mis panas! ¡Con esa pinta parecen grupo fusión de ultratumba! ¿Ya probaron el swing andino electrónico? ¡Vamos a la disco, yo invito la primera ronda!

Los hombres espectrales se miraron entre ellos. Nadie había recibido una invitación en siglos. Uno de ellos, el del tambor, asintió y así, sin más, todo el cortejo de la Caja Ronca aceptó.

Cuando llegaron a la discoteca, el encargado del ingreso al local, ni siquiera preguntó. Al ver a ese grupo vestido de negro, avanzando en perfecta formación y con instrumentos en mano, asumió que eran la banda sorpresa anunciada para las tres de la mañana.

—¡Pasen, pasen nomás! —dijo, quitándose la gorra con respeto ceremonial—. ¡Justo a tiempo, los estábamos esperando! Dejen el ataúd aquí al ladito, nomás. ¡Qué chévere, qué puesta en escena! Cuando salgan, les devuelvo todo: cajón, foto y velitas, completito, como nuevo.

Y entonces ocurrió lo inesperado: la flauta fúnebre, antes aguda y desgarradora, cambió a un ritmo hipnótico y profundo. El tambor, por su parte, abandonó su lamento ancestral y comenzó a marcar un ritmo potente, algo entre bomba electrónica y latido de montaña encantada.

La pista vibró. La gente aplaudía, desbordada. Algunos lloraban sin saber si de emoción, de miedo o por puro efecto del canelazo. Nadie entendía lo que estaba pasando…

A las cuatro de la mañana, cuando cerró la disco, salieron abrazados rumbo a Espejo. Nadie entendía cómo los de la banda, después de tantos tragos,  caminaban en perfecta armonía.

Al llegar cerca de Espejo, David —con algo más de conciencia— decidió mirar de cerca el ataúd y vio la fotografía con marco dorado. Era él. ¡La misma selfie que se había tomado esa tarde en TikTok! Todo lo dio vueltas, se le bajó la presión y se desmayó con la elegancia de un presentador de premios.

Los integrantes de la Caja Ronca se detuvieron en seco, cerrando su círculo de sombras.
Uno se inclinó hasta quedar a un suspiro del rostro del hombre y lo olfateó con un aliento que olía a tierra recién removida.

—¿Está muerto? —preguntó el de la flauta, con una voz que sonaba como viento dentro de una tumba.

—No —respondió el del tambor—, pero su alma está buscando señal en el más allá.

—El susto le entró en 4K y con sonido envolvente del inframundo.

—Sí, aunque me simpatiza. Tiene chispa para ser un vivo.

—Entonces dejémoslo. Que viva y que tiemble cada vez que escuche un redoble.

Mientras se alejaban con pasos que sonaban a ataúdes arrastrándose, alguien añadió, con una risa hueca:

—Igual ya lo asustamos para tres vidas y un velorio extra.

Y se marcharon lentamente, fundiéndose con la neblina, cargando el ataúd vacío y dejando a David tirado en la puerta de su casa.

Desde entonces, David Salazar no volvió a salir de juerga, ni a pisar la calle después de las diez.

Cada vez que alguien le dice "vamos por un traguito", él se persigna, mira al cielo y responde:

No, gracias. Yo ya bailé con los muertos.

Ahora solo publica frases existenciales, refranes con tono de última voluntad y encuestas sobre velas aromáticas con fragancia a “paz interior".

Su foto de perfil, antes llena de fiestas y tragos, ahora es una silueta meditando frente a un atardecer que parece comprado en stock. 

Y en cada historia deja caer la misma frase, solemne y dramática: “Ya no soy el de antes”, como si anunciara el fin de una era.

 

 

 Dorys Rueda, Leyendas y magia de Otavalo, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

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