LEYENDA DE CARCHI
 
 
 
 
 
 
Fuente oral: Émily García, Josselyn Rivera,
Félix Andueza, Clara Isabel García Ruano
Adaptación: Dorys Rueda
Diciembre, 2020
 

 

Había una vez, en un lugar muy lejano llamado San Vicente de Chitacaspi, un pequeño pueblo donde las personas vivían muy felices. En ese pueblo había un puente especial que cruzaba una acequia, que era como un río pequeño. Este puente no era muy grande ni muy fuerte, y la gente debía tener mucho cuidado al cruzarlo porque si alguien no tenía cuidado, ¡podría caer al agua! 

Un día, cuando yo tenía siete años, yo, Clara Isabel García Ruano, me fui con mi hermanita Juanita a buscar agua al río. Teníamos que cruzar el puente para llegar al agua. Mi hermana cruzó muy rápido, pero yo, que era más miedosa, me resbalé y casi caigo al agua. ¡Qué miedo! Pero justo en ese momento, Adán y Lauro, nuestros vecinos, me tomaron por los pies y me salvaron. Si no hubiera sido por ellos, el agua me hubiera arrastrado con las rocas. ¡Menos mal! 

Desde ese día, algo raro comenzó a pasar todas las noches. Un duendecillo muy pequeño, con un sombrero grande de paja, venía a mi ventana. Tenía la piel muy blanca y los ojos azules como el cielo. Se reía todo el tiempo y siempre me llamaba por mi nombre. ¡Era muy extraño!

El duende me decía que me daría pan y naranjas. Yo pensé que me traía algo rico, pero cuando miré el pan, ¡me di cuenta de que no era pan de verdad! ¡Era algo que olía muy mal! Y las naranjas que me dio no eran normales, ¡eran naranjas de una planta venenosa! Me dio mucho miedo, pero él seguía apareciendo todas las noches. 

Mi mamá se dio cuenta de que algo raro estaba pasando y me dijo que nunca debía seguir al duende. Ella me contó que el duende tal vez quería llevarme con él al bosque y eso no era bueno. Me asusté mucho porque no podía dormir, así que mi mamá decidió ir a hablar con el cura del pueblo. 

El padre le dijo a mamá que tal vez el duende se había "enamorado" de mí y quería llevarme a vivir con él. Pero el cura también le dijo que, para protegerme, debía hacer la Primera Comunión. Así, estaría bajo la protección de Dios y el duende ya no me molestaría más. 

Mi mamá me llevó a la iglesia y el día que hice la Primera Comunión, me sentí muy feliz y protegida. ¡Y como por arte de magia, el duende nunca volvió a aparecer! Desde entonces, ya no tenía miedo, porque sabía que estaba cuidada y protegida por Dios. 

Así, aprendí que no siempre las cosas que parecen divertidas o misteriosas son buenas para nosotros. A veces, debemos escuchar a los adultos y seguir su consejo para estar a salvo y felices.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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