Hace muchos, muchos años, en una antigua estación de tren en Otavalo, tres amigos decidieron reunirse una noche para contar historias y jugar. Aunque la estación estaba vacía y un poco oscura, los niños no tenían miedo porque estaban juntos, y eso los hacía sentir valientes y seguros. Se reían, charlaban y se divertían mucho.
De repente, cuando el reloj de la iglesia sonó las doce de la noche, algo curioso empezó a pasar. Una suave brisa sopló, y de pronto, vieron a una señora vestida de blanco caminando despacito por las viejas vías del tren. Los niños la miraron sorprendidos, sin saber quién era. La señora parecía triste, como si estuviera buscando algo. Llevaba un manto blanco y caminaba muy despacio hacia ellos. Los niños empezaron a sentirse un poquito asustados. Uno de ellos tropezó y cayó al suelo, mientras los otros dos se abrazaban fuerte, como si eso los protegiera.
La señora se paró frente a ellos y se quitó el manto que le cubría la cabeza. ¡Lo que vieron los dejó sin palabras! En lugar de una cara, tenía huesos blancos, como una calavera. Llenos de miedo, los amigos corrieron lo más rápido que pudieron, sin mirar atrás.
Llegaron hasta llegar a la Gruta del Socavón, donde estaba la Virgen de Monserrat. Allí, con mucho cuidado, tocaron el agua bendita y se hicieron la señal de la cruz, esperando que la Virgen los protegiera.
Después, llegaron a la casa de uno de los amigos y golpearon la puerta con urgencia. La mamá salió rápidamente, preocupada al verlos tan asustados. Cuando le contaron lo que había pasado, la abuelita de la casa también salió y les dijo con una sonrisa: "Esa mujer era un 'alma en pena', un espíritu que busca a alguien que amó mucho. Solo aparece por la noche, esperando encontrar a su alma gemela".
La abuelita les aconsejó que no tuvieran miedo. Si alguna vez la veían de nuevo, solo tenían que pedirle a la Virgen que ayudara a esa alma a encontrar paz. Los amigos aprendieron que, a veces, hasta los espíritus solo buscan a alguien que quisieron mucho y que no siempre hay que temerles.