Fuente: Óscar Trampus
Cantón: 24 de Mayo
 
 
Adentrarse en la campiña manabita es encontrarse con leyendas que, al pasar de los años, se vuelven increíbles para ciertas mentes que están lejos de ver la realidad.
 
Allá por los años cincuenta, muy cerca del cantón 24 de Mayo se asienta un poblado llamado La Mocora de San Vicente, camino obligado a los que iban monte adentro; poblado de gente trabajadora y sencilla, todas ellas identificadas con sus apellidos muy propios del sector.
 
Los Alvarado eran gente muy mezquinas, hasta un vaso de agua negaban, mejor dicho  mezquinaban y ellos tenían un pozo de agua, a ellos este líquido vital no les faltaba, más bien les sobraba; pero regalar eso no, eran gente muy especial.
 
Los vecinos contaban que el papá de los Alvarado era un señor muy avaro, egoísta; muchas veces había tenido problemas con los vecinos, y también con los caminantes, por su forma de ser.
 
Un hijo de don Alvarado estaba casado con una muchacha del sector, decían que ella era diferente  y que se distinguía por su amabilidad y espontaneidad.
 
Cuentan que ella tenía un niño de pecho, que, cierto día por el sector, pasó un anciano, viendo que toda la familia Alvarado estaba sentada debajo de la casa, se les acercó muy amablemente y les pidió que le regalaran un mate anchito con agua, lo que fue negado por todos los presentes. El viejito presurosamente salió y  siguió su marcha. Pero la nuera de los Alvarado veía con desagrado la osadía que tenía su suegro para negar un poquito de agua, esto volvió a pasar una y otra vez. Todos en el sector sabían lo mezquino que eran los Alvarado y en especial el papá de ellos.
 
Cierta vez que el anciano pasó y, como siempre, intentaba que le regalaran un poquito de agua, como de costumbre recibía la misma respuesta negativa; en esta ocasión, la nuera lo estaba esperando escondida entre los árboles, con un mate ancho de agua fresca en un brazo y en el otro cargando su tierno hijo, porque ella no aprobaba la actitud de su suegro.
 
Así pasaron varias veces, que el señor pasaba y la joven madre lo esperaba con su mate ancho lleno de agua fresca, escondida tras los árboles para que no la viera su suegro, pero recibiendo agradecimiento a tan bello gesto de parte del anciano que cogía su alforja y su bastón sin ruta fija.
 
Un día, los Alvarado estaban celebrando el cumpleaños de su padre; la fiesta se realizaba entre ellos, sin ningún invitado; habían matado un chancho, olía a fritada en todo el recinto. El viejito que pasaba por allí, se acercó a que le venda un plato de comida; sabiendo que los Alvarado por el dinero eran capaz de todo, él no pidió que le regalen, sino que le vendan; el papá de los Alvarado le contestó al anciano: "Veinticinco centavos, te vale el plato de comida", el anciano, sacando de su bolsillo unas monedas, recogió veinticuatro centavos, faltándole un centavo, por lo que le pidió a don Alvarado que le deje en ese precio porque no tenía más dinero, lo cual no fue aceptado y le sugirió que se largara y no molestara.
 
Entonces el anciano exclamó: "Regálame agua", escuchando esto los Alvarado se enfadaron y lo votaron de su casa, y los veinticuatro centavos que él cargaba se lo aventaron a la tierra polvorienta, que no pudo recogerlas porque el polvo no las dejaba ver.
 
Lejos de la casa, como de costumbre, la caritativa nuera esperaba al anciano con un plato de comida y un mate ancho de agua; el anciano muy despacio le habló a la muchacha diciéndole: "No me preguntes quién soy, pero, esta noche, quiero que no estés presente en casa de los Alvarado, ve, coge a tu hijo y ándate de esa casa", dicho estas palabras el viejito se fue, la muchacha divisó lágrimas correr por las mejillas de aquel señor.
 
La joven madre se acercó con su hijo en pecho hasta donde estaba su marido y le dijo lo que el viejito le había dicho, cosa que irritó al esposo y le contestó: "Si quieres tú, ándate adonde tu familia, pero yo no me voy de aquí y no le tengo miedo a ninguna amenaza de un viejo decrépito".
 
A la asustada muchacha algo le anunciaba que tenía que salir de allí, cogió a su tierno hijo y se fue hasta la casa  de sus padres, que estaba un poco más allá de la des su suegro.
 
Cuando eran las 12 de la noche, un fuerte temblor sacudió el sector, que la casa de los Alvarado con todos ellos, la tierra se los tragó.
 
Contaban los vecinos que algunas personas se acercaron a la casa de los Alvarado  y vieron cómo la tierra se los tragaba; uno de los espectadores intentó salvar a uno de ellos, pero al cogerlo por la mano se le resbalaba como si tuviera grasa en el cuerpo y, para su asombro, poco a poco se iba transformando en pez y un chorro de agua comenzó a manar de la tierra, empezando a llenar el lugar donde antes estaba la casa de la familia Alvarado. Fue así cómo ese sector se transformó en una inmensa laguna, que sirve hasta el día de hoy para que nadie sufra de agua en ese lugar.
 
Si quieren saber más sobre este recinto, vayan a 24 de Mayo y pregunten por el sitio la Mocora de San Vicente y allí encontrarán la laguna.
 
 
Rubén Darío Montero Loor, Cien leyendas y cuentos de la campiña Manabita, 2013
 

 

Portada:  https://manabitmagazine.wordpress.com/tag/laguna/

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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