Fuente: Rubén Darío Montero L.
Cantón: Puerto Lópéz
Mirando lo hermoso del cerro Montecristi, desde aquel sector donde con pinceles el maestro Ivo Uquillas impregnó la esencia misma de lo que es Manabí, deambuló mi mirada a lo profundo de Montecristi, tierra bella cual ninguna, cuna de lo más grande que pueda parir un pueblo, sus hombres.
Tiempo atrás, cuando el rugir del viento se adentraba en aquellas casas de quinche y barro, ahí se contaba esa leyenda.
En aquellos días en Montecristi, en una de sus casas vivía una bella criatura, con su piel canela, ojos negros adormitados, unos 14 años tenía.
Los habitantes del sector la miraban al verla pasar, moviendo su cintura al bajar las calles, más de un muchacho estaba loco por querer compartir amistad y algo más con aquella criatura nativa de Montecristi.
En la casa, ella alegraba y alumbraba con su mirada, su risa era una violeta, como lo era su nombre.
En aquellos días, las mujeres eran recatadas, no a todos daban a conocer su gracia; a Violeta la felicidad la reflejaba al caminar y al soltar sus palabras.
Cierto día en aquel chalet, en dode vivía Violeta, escucharon en el tumbado unos sonidos, los padres de ella preocupados salieron a la calle para alumbrar con una linterna de mano quién estaba o qué estaba haciendo bulla en el tumbado de la casa. Aquella noche fue el augurio de lo que iba a vivir esa familia, porque así como Violeta había despertado interés en los jóvenes de Montecristi, también un ser venido de lo más ocuro de la tierra se había enamorado de la bella Violeta. no era otro que un duende, aquel ser que en aquellos días era fácil verlo, con sus pies torcidos, grandes orejas, con uñas largas, sucias y filudas, su sombrero puntiagudo; parece que había caído en el hechizo de la hermosura de Violeta, porque a partir de aquel día, él a su manera comenzaría a enamorar a Violeta, por las noches llegaba y comenzaba su serenata o ritual, tumbar tejas de la casa, la ropa de la familia la hacía pedazo y en una esquina del cuarto de Violeta se colocaba. Histéricamente Violeta se retorcía en la cama, gritaba como si alguien la rasguñara; sus padres no sabían qué hacer.
Al pasar los días aquella flor se marchitó, Violeta no comía, porque el duende después de danzar en el tumbado, bajaba y comenzaba a martirizarla; hasta que cierto día una anciana que vivía en los bajos de Montecristi se enteró de lo que estaba pasando con esta familia, y se acercó sugiriéndole a los padres de Violeta que cuando sea de noche y antes de que llegue el duende, con la misma caca de la joven la embarren todo su cuerpo y la dejen con ella toda la noche, porque sino el duende se la va a terminar llevando.
Aquella noche como que el duende sabía lo que los padres de Violeta habían hecho, porque cuando llegó, histérico comenzó a lanzar a la calle las tejas de la casa; los vecinos de aquellos días en Montecristi escucharon y otros vieron al duende cómo lanzaba las tejas. Rato después bajó y cuando se da cuenta que la joven estaba todo su cuerpo cubierto de excremento y apestaba, comenzó a la indefensa criatura a rasguñarla, para después salir refunfuñando rumbo al cerro, y en la oscuridad de la noche desaparecer para siempre de la vida de Violeta y su familia.
La segunda parte de la receta "ahuyentar duendes" también se la dio la anciana a la familia de la bella chica; les sugirió que para que el duende no regrese, la casen lo más pronto posible, sino el duende viéndola tan bella y joven la volvería a corretear.
Así a los pocos meses y después de recuperarse del todo lo que vivió, Violeta buscó novio; pretendientes le sobraban, pero como en toda elección o historia de amor, siempre uno solo es el ganador.
Montecristi por muchos años recordó esta leyenda, cuando ellos vieron al duende en el tejado.
Rubén Darío Montero Loor, Cien leyendas y cuentos de la campiña Manabita, 2013.
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