Fuente: Rubén Darío Montero L.
Cantón El Carmen
Hace muchos años, allá en el cantón El Carmen, en uno de los recintos olvidados de nuestra campiña, muy cerca de la tablada de Limones, en una de las pocas casas que hay en aquel lugar, vivía una tierna jovencita, de unos catorce años, de nombre Bella Inocencia Lema.
Su madre le había dicho que tenga cuidado en sus juegos porque ya no era una niña, sino una hermosa mujer; pero ella seguía comportándose como lo que era, una criatura en cuerpo de mujer.
Cierta ocasión, se fue muy dentro de la finca, hasta donde había un inmenso árbol de limón y comenzó a recoger en su falda todos los limones que ella podía llevar.
Ya en casa colocó los limones en la mesa del comedor; en eso su madre le pregunta a bella Inocencia de qué árbol había cogido los limones, a lo que la joven le respondió: "Del árbol que está cerca del barranco".
Su madre pega un grito de susto y le dice a la hija: "Muchacha de los mil demonios, no sabes que de aquel árbol nadie coge limones, porque ese árbol pertenece al mismísimo duende. La gente comenta que de la noche a la mañana apareció el árbol, sin que nadie lo haya sembrado".
La señora, que era supersticiosa, recogió los limones y los colocó en un canasto y se fue a dejarlo bajo el árbol, pero como el canasto tenía hueco, a medida que ella avanzaba, los limones se caían. Cuando llegó al árbol, se persignó y aventó los limones para después salir en precipitada carrera, el lugar le daba miedo, más aún cuando la tarde ya estaba cayendo.
A medida que regresaba a su casa, se daba cuenta de que en el camino, cada cierta distancia, había limones botados.
Cuando llegó a su casa se da cuenta que bajo la mesa también se habían quedado unos limones. Aquel día terminó con su afán y nerviosismo de la señora, mientras que para la distraida hija no había pasado nada.
Parece que el dueño del árbol de limón, un joven duende, ya se había dado cuenta que le habían cogido sus limones, echando rabietas quería enterarse quién había sido el osado que le había cogido.
Entre la oscuridad divisaba los limones que estaban caídos en el suelo que con la noche brillaban, y era fácil seguir la pista, hasta que llegó a la casa de Bella Inocencia. Por una ventana se asoma y ve los limones en medio de una mesa; este, con coraje, entra a la casa y mira en una cama a una mujer que tenía la prueba en sus manos, porque en la oscuridad sus palmas brillaban.
El duende dueño del árbol de limón se trepó al tumbado de la casa y ahí esperó el amanecer.
Ese día la muchacha muy de mañana se fue a bañar al río, llevó ropa para cambiarse y toalla; colocándola en una alambrada cerca del río, el duende cogió las ropas y se las hizo pedazo. Ese fue el anuncio que daba el duende en represalia.
Otro día la joven chica estaba frente a sus padres, arreglando las fotos que tenía en su álbum; en ese instante, todos los presentes vieron cómo las fotos caían hechas pedazos.
Para su familia era el principio de la venganza del duende, porque todos los parientes que estaban en la casa vieron cómo cuchillos, tijeras, platos y las ollas de barro, caían al suelo aventadas por el duende.
Desde ese momento los padres de la joven se pusieron en guardia, porque ese mismo día la chica comenzó a sentir pellizcones en todo su cuerpo y la casa se movía como hamaca.
Unos parientes enterados de lo que estaba pasando llegaron a rezar el Santo Rosario, cuando estaban en la sala de la casa rezando, con la asistencia de unas veinte personas, del cuarto de la Bella Inocencia salía una de sus muñecas caminando y alzando sus mados, apuntando a la muchacha y le hablaba que devuelva los limones.
La muñeca salió por la ventana y se fue caminando, internándose en el monte.
Esa noche todos los que estaban en la casa se quedaron en vela. Al otro día, los padres de la joven y los que se quedaron a acompañarlos cogieron los limones que se habían quedado en la casa, y rezando se fueron a entregárselos al duende, en el camino iban rezando sin parar y recogiendo los limones que se había caído.
Cuando llegaron al árbol de limones, la chica se agachó y aventó los limones; en el tronco del árbol, no muy lejos, divisó a su muñeca, se acercó y la tomó entre sus brazos y se alejaron.
Así terminó esos días de terror y martirio que habían vivido por haber cogido los limones del duende.
El duende no volvió a visitar más la casa de Bella Inocencia y no se supo más de él.
Rubén Darío Montero Loor, Cien leyendas y cuentos de la campiña Manabita, 2013.
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