Muy cerca a las tres de la mañana se tenían que levantar, cogiendo sus aderezos para salir de pesca al ancho mar.
No eran unos, sino algunos que emprendían la caminada y, para empezar la jornada con linterna en mano comenzaban a trotar.
Recuerdo con nostalgia aquellos días felices que nos íbamos a pescar con velas para podernos alumbrar.
Eran los años cincuenta, cuando la vitrola se tocaba para animar a la gente y con esa música se bailaba.
Los habitantes de este lugar por las noches se reunían en los portales, sentados en rústicos bancos de cañas, sobre su jornada de pesca, se ponían a conversar.
Juan, Pedro y José contaban que el duende correlón de mañana con ellos caminaba, que cuando ellos trotando pasaban, el duende con rápida carrera los pasaba; con la gran pava que llevaba su cara la tapaba, para que su fea cara no la miraran.
A los más arriesgados también se les presentaba y el duende no los asustaba, cogían la literna y a la cara lo alumbraban.
Pero el duende correlón no se amilanaba, con los pescadores todas las mañanas, viajaba y el día que no llegaba los pescadores lo extrañaban. De todo esto en las noches se conversaba.
Cuando la fiebre de las bicicletas a Jama llegó, poco a poco el duende de la vista de los pescadores desapareció.
Qué tiempos aquellos, cuando con nosotros el duende correlón viajaba hasta el mar, este duende era osado, un día a Pedro el pescador en la parte trasera de la bicicleta se le subió, desde Jama a El Matal en dos minutos Pedro llegó.
Él no supo lo que pasó, solo sintió que su bicicleta por los aires voló, pero de ahí el duende no pasaba.
Eso eran las travesuras que el duende realizaba y doy fe lo que en Jama pasó por mucho tiempo, porque fui uno de tantos, de los que con el duende correlón viajó.
Rubén Darío Montero Loor, Cien leyendas y cuentos de la campiña Manabita, 2013.
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