El corazón se encoge

cuando no lo llenas.

Se vuelve chiquitito,

pájaro recién nacido

entre las ramas frágiles

y el aire humedecido.

El corazón se encoge

cuando no lo matas

con alguna pasión brusca.

Se desafecta, se seca,

es ratoncito de luna

entre refugios antiguos

y los recuerdos inasibles.

El corazón se encoge

cuando no lo seduces.

Minúsculo se vuelve,

caricias damnificadas,

túnel en busca de túnel,

ruido insólito en el frío.

 

  8 de septiembre de 2023

 

COMENTARIO

 
 
Dorys Rueda
Septiembre, 2025
 
 

En el  "Poema 10", Rubén Darío Buitrón convierte un sentimiento cotidiano —la pérdida de vitalidad afectiva— en una experiencia orgánica, casi biológica. El poema no describe un estado emocional: narra una mutación interior, un proceso en el que el corazón, al no ser nutrido por el amor, la pasión o el deseo, cambia de forma, se reduce, se repliega. El poeta utiliza imágenes de una delicadeza perturbadora —“pájaro recién nacido”, “ratoncito de luna”, “túnel en busca de túnel”— para mostrar cómo la sensibilidad humana atraviesa ciclos de expansión y contracción. La anáfora “El corazón se encoge”, que inicia cada estrofa, actúa como un pulso rítmico que imita los latidos que se apagan: repetición y respiración entrelazadas. En esa cadencia, el poema traza una poética de la pérdida, donde el lenguaje no llora, sino que observa con precisión anatómica cómo el alma se achica cuando deja de sentir.

Desde la primera estrofa, el corazón aparece como un ser vivo que experimenta su propia metamorfosis. El poeta lo representa con una imagen inaugural de fragilidad: “pájaro recién nacido entre las ramas frágiles y el aire humedecido.” La ternura de esta figura no elimina su precariedad: el ave apenas sobrevive en medio del aire que la amenaza. La textura verbal —las consonantes suaves, la cadencia breve, la aliteración de las “r” y las “h”— crea un tono de temblor, de vida al borde de apagarse. El corazón, como el pájaro, necesita del entorno para sostenerse: del afecto, de la ternura, del calor de otro cuerpo. Cuando ese entorno falta, la criatura comienza a encogerse y el poema se vuelve una especie de registro fisiológico del sentimiento.

A medida que el texto avanza, el corazón se transforma: ya no vuela, sino que se esconde. En la segunda estrofa, escritor lo convierte en “ratoncito de luna entre refugios antiguos y los recuerdos inasibles.” El desplazamiento simbólico es sutil pero decisivo: el corazón abandona el aire y busca amparo en lo subterráneo. El diminutivo “ratoncito” introduce un tono de ternura degradada, una compasión que roza la melancolía. Las palabras “refugios” y “recuerdos” trazan un territorio de retiro y nostalgia: el amor no desaparece, pero se conserva en madrigueras. El poeta hace visible ese movimiento interior de repliegue —del vuelo a la huida— y con ello describe un tipo de tristeza muy humana: la del que no muere, pero deja de expandirse.

Sin embargo, la raíz de esta contracción no es el desamor, sino la ausencia de energía vital. Cada estrofa se articula sobre una negación: “cuando no lo llenas”, “cuando no lo matas”, “cuando no lo seduces.” Esta estructura repetitiva, casi litúrgica, revela que el corazón necesita ser sacudido, interpelado, incluso herido, para mantenerse vivo. El verso “cuando no lo matas con alguna pasión brusca” contiene una paradoja esencial: aquello que podría destruirlo es también lo que lo salva. El escritor sugiere que la pasión, con su violencia luminosa, preserva la intensidad de la existencia. En cambio, la quietud, la prudencia o la falta de deseo son las verdaderas formas de muerte. La música del poema —su ritmo pausado, su sintaxis fluida, la repetición del condicional— refleja esa pérdida de impulso: el corazón late, pero cada vez más despacio.

El cierre del poema condensa su metamorfosis final. La imagen “túnel en busca de túnel, ruido insólito en el frío” es, al mismo tiempo, la más desoladora y la más contemporánea. En ella, el corazón deja de ser una criatura viva —ya no es “pájaro” ni “ratón”— para transformarse en un espacio hueco, en un vacío que se interroga a sí mismo. La metáfora del “túnel” alude a una interioridad que ha perdido su dirección: el yo lírico se adentra en sí, busca sentido, pero solo encuentra otra cavidad, otro eco. La repetición “túnel en busca de túnel” funciona como un círculo sin salida, un movimiento perpetuo donde la identidad se diluye.

En ese punto, el corazón deja de ser un símbolo romántico —centro del sentimiento o del amor— y se convierte en metáfora de la conciencia moderna, aquella que se repliega sobre sí misma, aislada del deseo y del otro. Es un corazón que ya no late hacia afuera, sino que vibra dentro de su propio eco, transformado en ruido interior. Rubén Darío Buitrón logra así representar con sencillez poética una tensión profundamente actual: la del ser humano que, rodeado de conexiones, vive sin verdadero contacto.

Sin embargo, el poema no termina en el vacío, sino en la posibilidad. Aunque el corazón se haya encogido, todavía late. En su pequeñez sobrevive una forma de esperanza: la del renacimiento a partir del propio silencio. El escritor no lamenta la extinción del amor, sino que insinúa la necesidad de reinventarlo. En un mundo donde los vínculos se enfrían y los deseos se moderan, el poema propone otra manera de sentir: no desde la abundancia, sino desde la conciencia de la fragilidad.

 

 Rubén Darío Buitrón

 

 

Rubén Darío Buitrón (Quito, 1966) es Director General de NOTIMERCIO, el nuevo periódico de Quito. Dirige también la nueva Escuela de Cronistas del Ecuador. Es poeta, docente y cronista. Máster en Periodismo por la Universidad de Alcalá, en España. Tiene tres premios nacionales de Periodismo. Autor de 13 libros en diversos géneros. Su libro más reciente es «Dicen que mis demonios son inofensivos» (2023). Es director del portal periodístico y literario loscronistas.org

 

 

 

 

 

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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