Tú siembras flores violetas, Black, en las palmas de mis manos.
Tú me muestras purgatorios de otro olor y textura.
Tú llenas de pasiones mis debates por la vida.
Tú haces de mí un abrazo alucinado y repentino.
Tú me das de beber el vino imposible de tus dedos desnudos en mi espalda.
Tú pones alas en mis palabras atormentadas.
Tú llenas de miel las copas de mis suposiciones.
Tú desafías desde mi espera la ley de la gravedad.
Tú me enseñas estrategias para sobrevivir.
Permaneces en mí aunque yo no te lo pida.
Me haces el amor como si nunca me lo hicieras.
Pronuncias mi nombre cuando requiero escuchar música desde los tambores del regreso.
Tú me proteges con tus brazos invisibles del momento más insólito.
Yo soy un sol alimentado con tu fuego distante.
Soy el hombre que soy desde que naces en mí en cada estremecimiento.
Me alimentas de ti para hacerme claro y sereno cada vez que me temo.
Hay una iluminación desde el saberte aquí.
Mi yo apacible dice que contigo estoy en mí.
Desde el yo más cuerdo puedo decirte gracias por tu alimento.
Desde mi yo más sencillo doy fe de que solo me amo en ti.
Qué amor tan intermitente, Black, qué amor tan telegráfico, qué amor tan de escondites y de reesperanzas.
Apenas hace un año te conozco y aún no posees mis totalidades ni mis euritmias.
Cómo será esa madrugada, Black, cuando por fin alguna lluvia decida abrigar las resistencias.
Rubén Darío Buitrón
COMENTARIO
Septiembre, 2025
La figura femenina surge en el poema "Black", de Rubén Darío Buitrón, como arquetipo y voz, paisaje y mito íntimo: un rostro múltiple que encarna lo universal, interrumpe el silencio con su palabra, se convierte en territorio simbólico y, al mismo tiempo, en invención eterna de lo inalcanzable.
El texto se abre con la cadencia de una letanía. La repetición insistente del “Tú” construye un arquetipo: Black es fuerza vital, manantial de alimento, luz que protege aun desde la distancia. Sus dones son simbólicos y concretos a la vez: flores violetas en las manos, vino imposible en la espalda, alas en las palabras atormentadas. En ese inventario amoroso, Black aparece como figura iniciática, alguien que otorga estrategias de sobrevivencia y que enseña a sostener la vida incluso en la intemperie.
La voz lírica no se limita a describirla, sino que le presta un tono de confesión directa, casi de plegaria. “Tú me proteges con tus brazos invisibles del momento más insólito”, dice el yo lírico, en un gesto que mezcla la fe con la vulnerabilidad. El diálogo se convierte en invocación: hablarle a Black es invocar su presencia, aunque ella no esté físicamente. Su nombre mantiene abierta la comunicación entre lo visible y lo invisible, entre lo deseado y lo que apenas se insinúa en la imaginación.
El paisaje del poema no es exterior, sino interior: un territorio de estremecimientos, de insomnios que encuentran resguardo en la imagen de la amada. El yo poético se sabe transformado por ella: “Soy el hombre que soy desde que naces en mí en cada estremecimiento”. Black habita en lo íntimo como raíz y como fuego. El mundo aparece filtrado por su intermitencia: un amor de escondites, de señales fugaces, de silencios que pesan más que la continuidad. El paisaje afectivo es, así, un territorio de distancias encendidas.
De ese vaivén surge el mito íntimo de Black: “Qué amor tan intermitente, qué amor tan telegráfico”. El vínculo no es plenitud constante, sino mensaje breve que insiste en llegar a pesar de la distancia. Black es figura fragmentaria, amor que ocurre en ráfagas, como un telégrafo que transmite vida en pulsos cortos y a veces dolorosos. Su nombre concentra la paradoja de un amor que protege y hiere, que transforma pero no se entrega del todo.
En suma, el poema se cierra en espiral hacia lo universal. La pregunta final —“Cómo será esa madrugada, Black, cuando por fin alguna lluvia decida abrigar las resistencias”— abre la esperanza a lo que aún no ocurre, al porvenir de los amores que sobreviven en su intermitencia. Black ya no es solo interlocutora personal, sino símbolo de todas esas presencias que sostienen desde la ausencia, que iluminan con destellos breves y que nos enseñan que la continuidad no siempre es necesaria para la intensidad. El amor telegráfico, con su ritmo fragmentario, revela que a veces basta una chispa para incendiar la memoria, que lo breve y lo intermitente puede ser también lo inolvidable.
Autores
Rubén Darío Buitrón y Dorys Rueda, 2025.