Me observas desde un lugar que no conozco.

Me escuchas desde alguna selva desconocida.

Me sabes desde las lenguas pronunciadas al besarnos.

Me amas desde el sentimiento que guardas para cuando seamos lo que somos.

Así me salvas desde la raíz. 

 Rubén Darío Buitrón

 

COMENTARIO

Dorys Rueda

Agosto, 2025

 

 

EL LENGUAJE DE LOS CINCO SENTIDOS

 

Rubén Darío Buitrón construye un poema donde la sensibilidad toma forma a través de una arquitectura sensorial sutil y envolvente. Los cinco sentidos no aparecen como ornamento, sino como ejes invisibles que trazan la geografía íntima del amor. No se trata de una presencia inmediata, sino de un amor que habita en la insinuación, se desliza entre lo no dicho y se filtra por las rendijas del tiempo.

La vista es el primer elemento sensorial que da forma al amor en el poema. Se manifiesta cuando la voz lírica, desde una región donde el sentimiento aún no se revela por completo, declara: “Me observas desde un lugar que no conozco”. No es una mirada concreta, sino una presencia que ve sin ser vista, un ojo invisible que habita en la sombra del tiempo. En esta imagen, el yo poético no mira: es mirado. Y en ese acto silencioso, descubre que la vista no es claridad, sino presagio, intuición hecha de luz tenue. El amor aparece como “un lugar que no conozco”, un resplandor que no alumbra del todo, una mirada sin rostro que atraviesa sin tocar, como si “los ojos del otro” respiraran detrás del horizonte. Para el poeta, este amor ve, pero no reclama; ilumina sin mostrarse, como un reflejo sobre el agua que tiembla al ser mirado. Se ama, entonces, a través del presentimiento, con el corazón abierto hacia lo que aún no llega, pero “ya nos contempla”.

El oído es el segundo sentido que moldea la experiencia amorosa. Se manifiesta cuando el yo lírico, desde la hondura de su sensibilidad, pronuncia: “Me escuchas desde alguna selva desconocida”, evocando una escucha que no proviene del mundo visible, sino de un lugar emocional, indómito y secreto. En esa imagen, el poeta reconoce que “la selva” no es paisaje, sino alma en estado salvaje. Allí, el amor no habla, pero “murmura”; no se define, pero vibra. El oído, en esta dimensión interior, no capta palabras, sino resonancias. Percibe la música de “lo no expresado”, el lenguaje sutil que solo quienes aman son capaces de reconocer. Para el autor, “escuchar” es abrazar lo que aún no se nombra, pero que ya habita: es acoger el eco del amor antes de que llegue la voz.

El olfato, aunque no nombrado de forma explícita, es el tercer sentido que embellece lo intangible y da forma al amor que permanece oculto. Se insinúa en el verso: “Me amas desde el sentimiento que guardas para cuando seamos lo que somos”, donde el hablante poético percibe el amor como una esencia contenida, “un perfume sellado” que aún no ha sido liberado, pero cuya presencia ya flota en el aire del porvenir. El olfato, el más silencioso de los sentidos, es también el más fiel: lo que huele permanece, incluso cuando todo lo demás se desvanece. Amar desde “el sentimiento que guardas”, en la voz del poeta, es respirar una fragancia que aún no se ha derramado, pero que ya envuelve, envía señales, permanece sin rostro. Es reconocer en lo invisible la persistencia de lo verdadero, como ese aroma que se adhiere a la memoria y no sabe irse. En esta dimensión, “el amor no se toca, no se dice, no se ve, pero está”: es un aliento detenido, una presencia suspendida que insiste sin cuerpo, pero no sin fuerza.

El gusto y el tacto, últimos en aparecer pero esenciales, revelan la dimensión más íntima y perdurable del amor, esa que se inscribe en la piel y resiste el paso del tiempo. Se vislumbran cuando el yo lírico exclama: “Me sabes desde las lenguas pronunciadas al besarnos”. En ese verso, “las lenguas pronunciadas” funden el sabor, el roce y la palabra en una sola experiencia. El beso deja de ser un gesto físico: se convierte, en la voz del poeta, en una metáfora sensorial de la memoria emocional. El amor se expresa en una lengua que “sabe” mientras acaricia, que dice sin decir. El cuerpo guarda lo que la mente olvida. Para el autor, es un amor que “se saborea desde la ausencia”, que permanece como sal en la piel, como huella que el tiempo no disuelve, aunque el cuerpo ya no esté.

En suma, en el poema de Rubén Darío Buitrón, el amor no se declara: se presiente. Lo más hondo de ese amor habita en lo que no se nombra, en lo que vibra antes del lenguaje y su permanencia se expresa a través de un delicado entramado sensorial. El poeta nos invita a sentir con la piel, a escuchar con el alma, a reconocer en lo invisible lo que ya nos habita. Porque a veces, amar es simplemente eso: intuir lo eterno en lo que aún no ha sido dicho.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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