ANTES DEL SILENCIO
Justo antes de la anestesia
la música baja
y se afina.
Blanco.
Luces transparentes.
Un olor leve a desinfectante,
mezclado con calma.
El tiempo sostiene
una nota larga
que no pesa.
El miedo entra
en rojo oscuro.
Late.
El aire se vuelve más denso,
como si el cuerpo
supiera antes que nosotros
que algo importante ocurre.
Afuera espera la familia,
en un rojo tibio.
Un acorde firme
que nos nombra
y nos sostiene.
Con ellos llega
el aroma conocido:
la casa,
la memoria.
En destellos dorados
cruza lo pendiente,
ligero,
como una melodía breve:
palabras guardadas,
abrazos en pausa,
promesas que todavía
respiran.
El amor no se apura.
Es azul claro.
El que espera sentado,
el que besa la frente,
el que vuelve
con solo pensarlo.
Huele a cercanía.
La música lo acompaña.
Y algo, por dentro,
empieza a ceder.
La divinidad se hace presente.
No hace ruido.
Es fuerza mansa,
pulso perfecto,
sostén invisible
cuando soltamos el control.
Entonces todo se aquieta.
La música abriga.
El color descansa.
El aire se vuelve amable.
Es la anestesia.
La luz baja.
La música sigue.
El olor se queda.
Dorys Rueda, Reflexiones Volumen 2, 2026.
