La vida parece tranquila hasta que aparece el villano más temido del siglo XXI: el ícono de “sin conexión”. Es pequeño, gris e inofensivo, pero tiene el poder de arruinar hogares enteros.

Un estudiante queda expulsado del examen virtual y jura que no fue por flojo, sino por culpa del Wi-Fi. Incluso amenaza con añadir a su defensa una cláusula inédita: “caída de red, artículo 1, inciso b”. Una madre pierde su tutorial de cocina justo cuando la sopa se rebalsa y descubre que improvisar es más peligroso que seguir la receta, sobre todo cuando el caldo burbujea como si estuviera a punto de independizarse. Un abuelo, que veía la misa en streaming, se queda con el sacerdote congelado en una bendición eterna, como estampita digital. El escritor observa cómo la nube digital se traga su borrador y empieza a sospechar que esas nubes no guardan textos: almuerzan escritores. Un médico se congela en plena videollamada con la cara menos profesional posible, una mueca entre bostezo y susto. A una joven, para colmo, le llega el mensaje de ruptura justo cuando no hay señal para defenderse; redacta mentalmente una gran réplica. Y el perro, llamado Osito, mientras tanto, ladra como si fuera el único con derecho a expresarse en ese apagón universal, convencido de que, sin Wi-Fi, él por fin es la voz oficial de la casa y el portavoz de la cuadra.

El caos se vuelve ritual. El estudiante reinicia el router con fe de monje medieval, convencido de que tres reinicios equivalen a un milagro y que el cuarto ya sería herejía. La madre limpia la sopa derramada mientras cuenta hasta diez, pero en el número siete ya promete que, si vuelve la señal, jamás volverá a cocinar siguiendo un tutorial (aunque en el fondo sabe que caerá otra vez en la tentación). El abuelo mueve las manos como espantando un mal de ojo invisible y aprovecha para lanzar una bendición casera al módem, no vaya a ser que, además de técnico, haga falta un exorcista. El escritor busca su lápiz, aunque sospecha que ese lápiz conspira contra él porque nunca tiene punta y siempre se esconde cuando más lo necesita. El médico respira como si estuviera en clase de yoga, aunque su postura congelada frente a la pantalla lo hace parecer más estatua griega que médico moderno. La joven borra y reescribe cinco posibles respuestas. Y el perro ya ronca en la alfombra, dueño absoluto del salón, como si supiera que en el fondo toda la humanidad depende de una caja de luces parpadeantes y que él, al menos, está libre de ese destino.

Y entonces sucede lo inesperado: en esa pausa forzada, algo mejora. El estudiante, sin distracciones, descubre que sí había estudiado y hasta resuelve un ejercicio extra, como quien prepara una venganza académica contra el Wi-Fi. La madre prueba su sopa rara y resulta sabrosa, aunque nadie sabrá nunca si fue por talento culinario o porque el Internet, al caerse, también desconectó el sentido crítico de su paladar. El abuelo riega las plantas mientras silba un canto alegre, convencido de que los geranios lo entienden más que el sacerdote congelado en la pantalla. El escritor encuentra una frase brillante que no estaba en el borrador y sonríe. El médico vuelve a llamar con tanta calma que parece aceptar que, en esta vida, es más fácil curar un resfriado que lograr una videollamada estable. La joven empieza a pensar que quizá la ruptura era liberación y ensaya una sonrisa frente al espejo como si se tratara de un casting de “exnovias felices”. Y el perro, por supuesto, se estira con solemnidad, como recordándole a todos que él ya practicaba mindfulness mucho antes de que inventaran la palabra.

Cuando la señal regresa, todos suspiran como si hubieran sobrevivido a un cataclismo. Las pantallas vuelven a encenderse y, con ellas, las risas: nadie lo dice en voz alta, pero todos saben que la señal solo se tomó unas vacaciones breves y que, tarde o temprano, volverá a irse para recordarnos quién manda. Mientras tanto, Osito bosteza con solemnidad de oráculo, como si confirmara que la verdadera conexión no depende de antenas ni contraseñas, sino de tener un perro que nunca falla en su cobertura.

 

Libro inédito

Octubre 17, 2025

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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