Dicen que el viento despierta a las montañas
pero es la memoria la que las viste de eternidad
Otavalo duerme en una hamaca de cielo
bajo nubes lentas
El Lago San Pablo
la toca con su aliento de vidrio dormido
y la luz empieza a moverse en su piel
Entonces la tierra se tensa
y el Tayta Imbabura irrumpe del fondo callado
Entonces ella se alza
liviana como la niebla
Peina su cabello con penumbra
y él la viste
Le cubre el pecho con hojas que callan
con tejidos de brisa y rito callado
Le calza sandalias de lava quieta
para cruzar lo que aún sueña
Le anuda pulseras de silencio
como si la piel cantara
Le cubre los hombros con una manta de brasas antiguas
que huele a monte sagrado
a cascadas que murmuran en sueños
a mitos que laten en lo hondo
a leyendas que aún respiran
Otavalo ya no duerme
Camina envuelta en voces que no se apagan
con el día encendido en los dedos
y el alma bordada de cielo
en su paso despiertan los elementos
vestidos de fuego agua tierra y viento
y lo primero la habita como raíz que no muere
Dorys Rueda
7 de junio, 2025
BREVES PALABRAS SOBRE MI POEMA
El poema es un homenaje profundamente sentido a mi padre, don Ángel Rueda Encalada y a la ciudad de Otavalo.
Aunque no soy poeta, al dar forma a este texto poético imaginé a Otavalo como una mujer dormida que despierta al ser vestida por el Tayta Imbabura. Desde ahí, nació la posibilidad de retratar a la ciudad como un ser viviente y cercano, hecho de tierra, memoria e historia. Vi en el paisaje un cuerpo que siente, en el volcán una figura paterna y en el amanecer, un rito antiguo que se repite en silencio.
Cada elemento natural -el lago, la montaña, la lava quieta, las cascadas- lo elegí no como decoración, sino como símbolo. Quise que hablen por sí mismos, que transmitan arraigo, herencia, permanencia. En ellos está lo que no se rompe, lo que sigue latiendo debajo de todo.
Usé versos breves y pausas, porque deseaba que el ritmo fuera sereno, reflexivo, casi ceremonial. Que cada imagen tuviera espacio para respirar. Que el lector o el oyente pudieran detenerse, cerrar los ojos y ver, oler, sentir.
Algunas expresiones nacieron con fuerza propia: “manta de brasas antiguas”, “sandalias de lava quieta”, “día encendido en los dedos”. En ellas intenté fundir sonido, sentido y emoción. Me dejé llevar por una voz que no buscaba explicar, sino evocar.
El cierre lo trabajé con mucho cuidado. Esa línea: “y lo primero la habita como raíz que no muere” representa para mí la permanencia del origen, la huella de todo lo que fue y sigue siendo. No importa cuántas capas se acumulen: lo primero sigue ahí, latiendo.
Aunque el poema está inspirado en mi padre, no lo menciono dentro del cuerpo. Siento que su memoria está en cada imagen, en cada línea, en cada símbolo. Él está en la tierra, en el lago, en la montaña, en el acto de despertar a Otavalo. Este texto es mi forma de abrazarlo, de recordarlo y de agradecerle el amor que me dejó por esta tierra.
Ángel Rueda Encalada
Otavalo: 1923-2015
Fue un autodidacta que impulsó la modernización de Otavalo, logrando grandes transformaciones para su ciudad. Entre sus logros se cuentan la automatización de los teléfonos, la construcción del Banco de Fomento, la llegada del Banco del Pichincha, la edificación del Mercado 24 de Mayo, la creación de la Cámara de Comercio, la restauración del templo El Jordán y la reconstrucción del Hospital San Luis. Durante décadas, fue benefactor de las escuelas Gabriela Mistral y José Martí. Además, fundó varias instituciones locales desde las cuales desplegó su labor a favor de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad de Trabajadores México y del Club de Tiro, Caza y Pesca. Formó la Cámara de Comercio, trabajó incansablemente para ella y fue nombrado su presidente vitalicio.
Marcelo Esparza, presidente de la Cámara de Comercio de Otavalo, comunicación personal, julio 12, 2015).