La ternura se expresa en los pliegues invisibles del alma, donde las palabras se disuelven y los gestos hablan por sí mismos. Es un lenguaje que no requiere elocuencia verbal para ser comprendido. En la ternura, las palabras sobran porque lo esencial es la conexión profunda. Podría compararse con ciertos aromas, como el de lavanda, rosa, vainilla o almendra, que se perciben de manera delicada, envolviendo el espacio sin ser invasivos y ofreciendo una calma serena, sin necesidad de destacar o llamar la atención.
La ternura se manifiesta con sutileza en el lenguaje corporal, en la forma en que el cuerpo se entrega sin resistencia. Los movimientos suaves, la postura relajada y la serenidad de la mirada transmiten un mensaje de cariño y comprensión. Esta ternura se asemeja al aroma cálido del pan recién horneado, que llena la casa de una presencia acogedora sin ser imponente, invitando a la calma y al bienestar. Es también como el olor de la tierra mojada después de la lluvia, fresco y limpio, que se infiltra en el aire y nos recuerda la serenidad que llega con la quietud. En su presencia, todo parece más suave, más amable, como si el entorno mismo se suavizara con solo estar allí.
La ternura también se manifiesta como una presencia silenciosa, capaz de ofrecer apoyo sin necesidad de que se pida. Es esa forma de estar allí para el otro, de escuchar sin intervenir, de ser una fuente de calma simplemente con nuestra disponibilidad. Esta forma de ternura se asemeja al aroma fresco del bosque, donde la tierra húmeda, las hojas caídas y los árboles liberan un perfume sutil que se mezcla con la frescura del aire, creando una sensación de calma profunda. Una fragancia que, como la ternura, se instala sin hacer ruido, proporcionando refugio y serenidad con su presencia discreta, como una brisa suave que recorre el bosque, tocando todo a su paso, pero sin prisa.
La ternura, en su forma más completa, no solo se ofrece, también se recibe. Al ser recibida, tiene el poder de transformar a quien la experimenta, abriendo puertas al entendimiento y al afecto, creando una danza de vulnerabilidad mutua en la que tanto el que ofrece como el que recibe se ven tocados por la magia de un gesto simple pero profundo.
En suma, la ternura es un lenguaje silencioso que se expresa en gestos sutiles, en la presencia desinteresada y en el cuidado que damos sin esperar nada a cambio. Es una forma de conexión profunda que va más allá de las palabras, que se manifiesta en la comprensión y el apoyo mutuo. En su esencia, la ternura nos recuerda la capacidad humana de ser vulnerables y generosos, de estar presentes sin necesidad de ser vistos y de brindar consuelo solo con nuestra disposición a estar allí para el otro. Practicar la ternura en cada uno de nuestros actos no solo transforma nuestras relaciones, sino que también nutre nuestra propia alma, enseñándonos a ser más conscientes del poder que tienen los gestos pequeños en la vida diaria.
Dorys Rueda, Reflexiones personales, 2025