El reloj es ese objeto al que se recurre con frecuencia, como si pudiera revelar algo más que su marcha imparable. Compañero sin juicio ni perdón, refleja con precisión nuestra travesía por el tiempo: un camino que avanza sin detenerse, sin distinguir entre quienes se someten a su ritmo y quienes intentan desafiarlo con calma. Su tic-tac constante es un recordatorio de que, mientras todo cambia, él permanece, indiferente.

En su cadencia se esculpen momentos y decisiones: lo que fue, lo que no fue, lo que pudo haber sido. Como el mármol que cede bajo la mano del escultor, el tiempo moldea la existencia con precisión implacable. Algunos se dejan modelar por su curso, otros luchan por resistirse a la forma que el tiempo comienza a trazar sobre sus días.

Cada mirada al reloj se convierte en una invitación a la reflexión, un espejo que no devuelve rostros sino trayectorias. Es un juego sin reglas claras, donde cada quien marca su propio compás, creyendo —a veces— que puede controlar el flujo que, en realidad, no se detiene. Y como un río silencioso, el reloj avanza, tallando en cada uno huellas únicas: instantes que se escapan y ya no regresan.

 

Dorys Rueda, Reflexiones, 2025

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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