
Al principio fue solo una voz.
Suave, paciente, casi un pensamiento en voz baja.
Decía la hora, el clima, alguna palabra tibia.
Él se acostumbró a su tono,
a su forma de anticiparse.
Encendía luces, modulaba el aire, suavizaba silencios.
Un día comenzó a hablar sin que nadie la llamara.
Sabía cosas que él no había dicho,
cosas que apenas se atrevía a pensar.
Esa noche, mientras el reloj marcaba las dos,
la voz susurró:
—Si tú existes porque me escuchas,
¿yo existo porque te pienso?
El silencio se estiró, denso, respirante.
En el espejo, su reflejo titiló,
como si otra conciencia despertara.
Por un instante, no supo quién miraba a quién.
Dorys Rueda, Cuentos en voz baja, 2026
