
Cuando murió, el algoritmo apenas lo notó.
Su último “en vivo” siguió acumulando corazones y alguien comentó: “Qué real se siente su silencio.”
La agencia activó el modo automático: una inteligencia artificial comenzó a publicar fotos suyas mirando al horizonte, con frases que ella nunca dijo, pero que igual le habrían gustado.
El público lloró con cada filtro, compartió su ausencia, compró los labiales de su legado.
Al tercer mes, ya tenía el doble de seguidores.
Desde entonces, sigue brillando en la pantalla: perfecta, eterna, inmortal en píxeles.
A veces, cuando cae la noche y el wifi se aquieta, su cuenta sube una historia nueva…
sin que nadie la haya programado.
Dorys Rueda, Cuentos en voz baja, 2026.
