
Cada noche parto, aunque nadie me anuncie.
Mis vías no figuran en los mapas y, aun así, encuentro a quienes esperan sin saber qué esperan.
Avanzo por paisajes que cambian sin moverse, con paradas de bruma donde nadie baja, donde el tiempo se detiene, y yo prosigo, sin rumbo, guiado por el eco de un destino que nunca conocí.
Llevo vagones cargados de pensamientos que desbordan la almohada: promesas sin llegada, culpas en círculo, nombres que callan.
En el primero viajan los que temen cerrar los ojos; en el segundo, los que temen abrirlos; en el último, los que ya no saben si sueñan o despiertan.
En la estación del eco, los relojes hilan el tiempo al revés y el aire conserva el perfume de las cartas que nadie escribió.
Allí, las sombras de mis pasajeros se alzan y dibujan lo que dejaron atrás: un abrazo no dado, una palabra no dicha.
Me detengo y mi corazón de hierro suspira, deseando, por un instante, ser uno de ellos, libre de mis rieles sin regreso.
Vuelvo a andar.
A veces me cruzo con trenes cargados de sueño profundo y una punzada de envidia me oxida el alma.
Ellos avanzan despacio, con luz tibia en las ventanas, mientras mis pasajeros miran su reflejo en el vidrio y lo confunden con el descanso.
He aprendido a reconocerlos:
la mujer que reza pensamientos en un rosario sin fin,
el hombre que ensaya palabras que mueren en su lengua,
el niño que busca a su madre en el temblor de mis rieles,
el escritor que corrige la misma frase en la oscuridad,
el sacerdote que reza sin fe, esperando que el sueño lo absuelva,
y la joven que ama con los ojos abiertos, temiendo que el sueño la aparte de quien sueña con ella.
Al amanecer, todos se desvanecen.
Sus asientos quedan vacíos, tibios todavía de su desvelo.
Yo sigo, arrastrando murmullos, respiraciones suspendidas y el eco de un silbido que nadie oye.
Dicen que, al cruzar cierta estación donde el reloj olvidó la hora, mi sombra se desliza entre el sueño y la vigilia.
Algunos creen que existo; otros, que soy solo la forma que adopta el desvelo cuando quiere viajar.
No lo sé.
Solo comprendo que, mientras alguien permanezca despierto, seguiré avanzando,
no hacia un destino, sino hacia ese punto donde la noche teje sus pensamientos con hilos de mi silbido,
y yo, eterno, escucho el rumor de una estación que nunca pronuncia mi nombre.

Libro inédito, 2026
