Hacía tiempo que escribir se sentía como empujar aire con las manos. Las palabras estaban ahí, en algún lugar, pero no se dejaban alcanzar. A veces me sentaba frente al computador y pasaban horas sin que una sola frase apareciera. Solo el cursor, parpadeando con obstinación, seguía firme como un corazón artificial que no me pertenecía.
Esa noche no fue diferente. Me limité a observar la pantalla en silencio, como quien espera que algo suceda sin atreverse a nombrarlo. El cursor titilaba con la paciencia de quien no exige nada, pero lo espera todo. Sentí que me observaba, más que yo a él. Un punto intermitente al borde del abismo.
Entonces ocurrió algo que no supe explicar. Una palabra, apenas formada, se desprendió de la línea superior. Cayó lentamente por el borde de la pantalla como una gota densa. Tocó la base del monitor y se deshizo en un humo digital que se filtró por el teclado. No era una palabra cualquiera. Era el inicio de una leyenda que había comenzado hace años, sobre una niña que hablaba con los árboles. Nunca la terminé.
Tras ella vinieron otras. Una estrofa inconclusa de un poema que alguna vez escribí. Un ensayo sin título, lleno de preguntas que no quise enfrentar. Una reflexión apenas esbozada sobre el temor a desaparecer incluso en la propia memoria. Todas salían sin ruido, como si ya supieran el camino.
Las ideas se fugaban por las teclas. No volaban. Se escurrían, como si el computador las estuviera liberando. Intenté detenerlas. Presioné “guardar”, “copiar”, “ctrl+z”… pero nada respondió. La pantalla ya no obedecía. Brillaba, inmóvil, como un lago sin fondo que contenía todo y no ofrecía nada.
Me quedé allí, inmóvil, frente a ese resplandor blanco y entonces, justo cuando creí que todo se había ido, algo apareció. Una frase, pequeña y tímida, surgió en el margen inferior. No era la que se había fugado. Era nueva. Le siguió otra y luego otra más.
No eran fantasmas ni regresos. Eran otras palabras, completamente distintas. Llegaban transformadas, como si hubieran aprendido a hablar sin miedo. No se arrastraban, no huían. Se posaban, suaves, sin exigir espacio. Volvían a mí como si lo hubieran decidido, no como si yo las llamara.
Entonces lo comprendí: no se trataba de retener, sino de permitir. Dejar espacio en el silencio, abrir la puerta apenas lo suficiente, por si alguna decidía regresar por voluntad propia. Y esa noche, tras tanto tiempo, escribí sin apuro ni exigencias, como si cada frase brotara por primera vez, sin forzar, sin temer. Luego, con el corazón en calma y la mente en quietud, dormí profundamente. Y en paz.
Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025.
Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.
Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).
Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).