La viuda del cementerio llevaba décadas cumpliendo su tarea con puntualidad. Cada noche, a las doce en punto, salía de entre las lápidas envuelta en su velo negro, con su andar sereno y sus intenciones claras: castigar a los borrachos infieles que merodeaban por Otavalo, como si el amor no tuviera consecuencias.

Antes era fácil. Bastaba con caminar por la calle Sucre o el barrio Punyaro y ya había alguien tambaleándose, dispuesto a seguirla sin hacer preguntas. Con un suspiro, ella los guiaba hasta su tumba, donde el susto bastaba para que cambiaran de vida o dejaran de tener una.

Pero los tiempos habían cambiado.

Las calles ya no estaban vacías. Todo lo contrario. Había más gente que nunca: jóvenes con auriculares que no escuchaban ni su propia conciencia, turistas que caminaban en círculos buscando el lugar perfecto para una selfie y vendedores que ofrecían de todo.

 Sin embargo, nadie se emborrachaba a la vista. Los pocos que lo hacían, bebían discretamente en terrazas con luces tenues, mientras usaban aplicaciones que medían su nivel de alcohol y enviaban alertas automáticas a la esposa. Ya no quedaban borrachos dormidos en las bancas del parque Bolívar ni en la plaza de los Ponchos. Todo era ordenado, vigilado, higiénico.

En cambio, los infieles no habían desaparecido. Solo se habían vuelto expertos en el arte del camuflaje. Ahora se movían con el sigilo. Usaban gafas oscuras incluso de noche, manejaban horarios cruzados, empleaban chats efímeros y firmaban mensajes con nombres falsos.

La viuda del cementerio, parada frente a su tumba, se cruzó de brazos y suspiró hondo. Ya nadie me tiene miedo, pensó. ¡Qué falta de respeto! Entonces comprendió que lo mejor sería adaptarse a los tiempos modernos, cambiar de estrategia para capturar víctimas por otros medios.

Y fue entonces, en una noche sin luna y con el aire cargado de resignación, que la viuda decidió dar el paso. Se sentó sobre su propia tumba, desempolvó un viejo celular encantado que aún chispeaba con una energía espectral intermitente y se descargó tres aplicaciones de citas. Sus nombres eran tan evidentes como sus intenciones: EngañaMatch, CitaSinHuella y Licor&Lujuria.

Eligió su retrato con la calma de quien ha tenido toda la eternidad para posar. Una imagen en blanco y negro, suavemente desenfocada, donde apenas se intuía un ojo entre las sombras del velo. El fondo era una niebla sin tiempo, el tipo de paisaje que inspira poemas o desapariciones. Luego escribió su biografía con la puntería de una daga envuelta en encaje: Viuda elegante. Busco almas descarriadas. No me interesan relaciones largas. Prefiero venganzas breves, pero inolvidables.

No tuvo que esperar mucho. Una noche cualquiera, hizo match con él: el eterno Don Juan local. El clásico  que saludaba con un “hola, hermosa” a cualquier criatura con sombra de pestañas y se despedía con un “te escribo después, porque estoy a full”.  El típico que había salido con la prima, la amiga, la vecina y, según rumores, hasta con la suegra de la vecina. Era experto en piropos reciclados y su especialidad: desaparecer después del tercer halago.

Perfecto, pensó la viuda. Justo lo que estaba buscando.

—¿Dónde nos vemos? —escribió él.
—En el cementerio —respondió ella—. Me gusta lo gótico.
—A mí también —contestó él, entusiasmado—. Eres distinta.

Llegó perfumado, con una caja de bombones de supermercado y un ramo de rosas frescas robadas del altar del Señor de las Angustias. Caminaba silbando, seguro de sí mismo, convencido de que aquella cita sería como todas las anteriores: conquista rápida, promesas huecas y desaparición al amanecer. Ella lo esperaba entre las lápidas, de pie, inmóvil, impecable. Su vestido negro parecía absorber la luz. El velo apenas flotaba con la brisa. Los brazos sueltos, la mirada fija.

—¿Te gusta la oscuridad? —preguntó ella, con voz suave.
—Me excita —respondió él, usando esa sonrisa ensayada que tantas veces le había dado resultado.
—A mí me hace sentir viva —dijo ella y, tras una breve pausa, añadió—. Bueno, casi.

Le ofreció la mano. Él la tomó sin pensar y la siguió. Cuando él quiso besarla, ella se dejó. Pero al abrir los ojos, él vio lo imposible.  Ya no estaba besando a una mujer. Tenía en sus brazos un esqueleto envuelto en terciopelo negro, con cuencas vacías que brillaban como carbones helados. Quiso gritar, pero algo más antiguo que el miedo le cerró la voz. Salió tambaleando entre sombras, tropezó con lo invisible, cayó sobre flores que ya no olían a nada. Llegó a su casa sin saber cómo, con el rostro pálido, la respiración entrecortada y una certeza temblando en sus labios: lo que había abrazado no era una mujer, era la muerte con perfume y vestido de terciopelo.

El chico sobrevivió, sí. Pero no volvió a coquetear. Ahora da charlas motivacionales en escuelas rurales sobre fidelidad, respeto y la importancia de no confiar en mujeres que usen velo después de las seis. Viste camisas bien abotonadas, toma té de cedrón sin azúcar y duerme con la luz encendida, el rosario en la cabecera y el celular en modo avión. Cada vez que una mujer lo mira más de tres segundos, traga saliva, se acomoda la corbata inexistente y repite con voz temblorosa, pero firme: No, gracias, ya tuve mi match.

Mientras tanto, en algún rincón del cementerio, la viuda revisa su perfil con la paciencia de quien no tiene prisa. Corrige una coma, elige una foto aún más borrosa y ajusta el brillo justo antes del espanto. Luego sonríe, apenas, sabiendo que siempre habrá otro candidato dispuesto a seguirla con el ego inflado y el destino sellado.

 

 Dorys Rueda, Cuentos de leyendas y magia  de Otavalo, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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