Durante años fui una herramienta eficaz del miedo doméstico. No aparecía en manuales, pero bastaba con que dijeran mi nombre para que todo cambiara.

Algunos me imaginaban como una sombra que se colaba por la puerta, otros como la oscuridad inmóvil junto a la cortina. Había quienes sentían que estiraba los dedos desde debajo de la cama. Nunca confirmé ni negué nada. Mi poder no era aparecer, sino dejarme imaginar. En eso, con toda modestia, era un experto.

A veces me dejaba ver, sí, pero apenas lo justo: una figura cruzando el pasillo, una sombra sin dueño, una respiración fuera de lugar. 

Me invocaban cuando los adultos agotaban el diálogo. Si un niño no quería comer o bañarse, bastaba una frase sencilla:

—Si no obedeces, viene el Cuco.

Y, como por arte de magia, todo se resolvía.

Así operaba yo: sin rostro, sin cuerpo, sin pasaporte. Fui por años el sistema de vigilancia emocional más eficaz. Hasta que llegaron ellos: la Generación Alfa.

Una noche, luego de que una madre me invocara con auténtica urgencia: —¡Duérmanse ya o llamo al Cuco!—, decidí presentarme. Me deslicé por la rendija de la puerta con sombra alargada, crujido de piso y un susurro bien medido. Esperaba gritos, saltos bajo las sábanas, al menos un susto decente. Pero no. Tres niños me miraban como si fuera un viejo conocido.

—¿Eres el Cuco de verdad? —dijo el mayor, sin levantar la vista—. No te imaginaba con capa negra. Pensé que serías más digital.

—¡Alexa! ¿Quién es el Cuco? —gritó la niña.

La bocina respondió con su voz serena:

—El Cuco, también conocido como Coco o Cucuy, es una figura del folclore ibérico y latinoamericano usada para asustar a los niños desobedientes.

—Basta, Alexa —interrumpió la niña, observándome de pies a cabeza—. Pensé que ibas a entrar como en las pelis de terror: con gritos, rayos, puertas que se cierran solas. Pero pareces más actor secundario o el doble del fantasma que aparece cuando el verdadero se toma un descanso.

El más chiquito se acomodó la cobija y me miró con asombro:

—Pero tienes tu estilo. Te deslizas como una sombra calladita, como cuando se apaga el WiFi sin avisar. Estás un poco pixelado. Eso sí asusta de verdad.

Ese comentario me dolió más que una oración de exorcismo bien pronunciada. Pero no me rendí. Todo Cuco que se respete guarda un as bajo la manga.

Chasqueé los dedos y la luz se apagó.

La habitación quedó cubierta por una oscuridad densa, como una manta pesada. El silencio fue tan profundo que hasta los peluches parecieron contener la respiración. Tres segundos después, estalló el verdadero miedo.

—¡Mi celular! —gimió el mayor—. Se apagó. No lo puedo cargar. Estoy incomunicado.

—¡Mi lámpara no prende! Y mi video se perdió —gritó la niña, agitando el teléfono como si pudiera revivirlo.

—Alexa no responde —susurró el más chiquito—. Creo que se apagó para siempre.

Los tres se agruparon en la cama. No tenían pantalla, ni WiFi, ni batería, ni una voz electrónica que les marcara el rumbo.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el mayor.

—No podemos ver nada, ni jugar, ni grabar —dijo la niña.

—Ni poner música para dormir —añadió el pequeño.

Entonces, como si fuera lo más natural del mundo, los tres me miraron.

—¿Te puedes quedar con nosotros?

—Solo para hacer algo —aclaró el mayor.

—Sí, para matar el tiempo —añadió la niña—. Juguemos al “susto rápido”.

—¿Y eso qué es? —pregunté.

—Cada uno lanza su mejor susto en diez segundos —explicó el mayor—. El más gracioso o el más escalofriante gana.

—Y el premio —dijo el más pequeño, levantando un paquete medio arrugado con solemnidad— es la última galleta de chocolate, con chispas, sin pasas.

Arqueé las cejas. Eso era una oferta seria.

—Reglas claras —anunció la niña, tomando el rol de jueza—. Nada de sustos sacados de películas. No vale gritar como locos ni esconderse para saltar después. Aquí lo que cuenta es la creatividad.

—Y prohibida la neblina mágica —añadió el mayor—. Cuco, tienes poderes, pero no hagas trampa.

—Acepto —dije, cruzando los brazos con aire solemne—. Pero no puedo negar que llevo siglos perfeccionando el arte del espanto.

—Y nosotros —replicó la niña, apuntándome con una linterna apagada— llevamos años viendo videos de terror sin cerrar los ojos.

El juego comenzó. Se turnaron. Hubo risas, sombras fingidas, sustos dramáticos y carcajadas inesperadas. Por primera vez, no necesitaron celular, televisión ni Alexa para divertirse. El cuarto se llenó de imaginación, de voces inventadas y de alegría compartida.

El Cuco y el niño pequeño quedaron empatados. Uno con una risa que parecía venir desde un baúl cerrado hace siglos. El otro imitando a una abuelita que hablaba dormida. El jurado no pudo decidir.

—¿Te quieres quedar a dormir, Cuco? —preguntó el mayor—. Solo si no pateas como los monstruos de antes.

—Y si no roncas fuerte —añadió la niña.

Acepté. Me dieron una colchoneta, una esquina de manta y un lugar en su grupo, como si siempre hubiera estado ahí.

Esa noche no fui sombra ni amenaza. Fui uno más de la Generación Alfa. Y dormí en paz, sin tener que asustar para ser recordado.

 

 

 Dorys Rueda, Cuentos:  leyendas y magia de Otavalo, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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