Desde hacía varios años, las noches de Otavalo tenían un visitante muy particular: un alma en pena que no arrastraba cadenas ni lanzaba lamentos desgarradores, como dictaban las viejas leyendas. No. Este espectro se presentaba vestido con un impecable terno blanco, peinado con raya al medio y con una elegancia fantasmal que descolocaba a cualquiera.

Tenía una voz suave y educada, como si, en lugar de vagar por el más allá, estuviera haciendo antesala en el banco o esperando su turno en el registro civil.

—Disculpe la molestia, ¿tendría la amabilidad de indicarme dónde se llevará a cabo mi misa de cuerpo presente? —solía preguntar con cortesía.

Así, sin levantar la voz ni mover una silla, interrumpía en cafeterías, cenas familiares, reuniones de barrio e incluso en velorios ajenos. Y aunque su tono no era amenazante, la sola pregunta, lanzada desde la penumbra, bastaba para que más de uno saliera huyendo a grito pelado, santiguándose con una mano y sujetando el rosario con la otra, como si el mismísimo diablo viniera detrás.

Nadie sabía con certeza cómo había muerto. En el barrio Punyaro se rumoreaba que simplemente se había cansado de esperar en la fila del Hospital San Luis, donde pasó días entre trámites, firmas, autorizaciones y cambios de turno, hasta que su alma, harta de tanta burocracia, se desprendió del cuerpo con total dignidad y salió caminando sola.

Lo único en lo que todos coincidían era que el difunto nunca supo dónde lo estaban velando. Una confusión administrativa, de esas que no perdonan ni a los vivos ni a los muertos, lo registró como “trasladado a Ibarra”, cuando en realidad estaba en un cuartito del mismo hospital. Desde entonces, el pobre fantasma deambulaba por los pasillos de la casa de salud y las calles empedradas de Otavalo, buscando su propio velorio y misa correspondiente.

Una noche especialmente fría, el alma pasó por la calle Sucre y vio una casa iluminada, con flores de papel crepé en la entrada y muchas sillas plásticas alineadas en los bordes del patio. Por la ventana se asomaba una tenue luz de velas y varias personas, vestidas de colores oscuros, estaban reunidas alrededor de una mesa larga.

—Por fin encontré mi velorio —pensó emocionado, sintiendo que, al fin, su largo y nebuloso recorrido tenía sentido.

Se acomodó el terno blanco con esmero, se alisó el cabello con sus manos invisibles y entró en puntitas, con la cabeza erguida, como quien llega con elegancia a su propio homenaje póstumo.

Pero al cruzar el umbral, todo comenzó a parecer extraño. En lugar de rezos, sonaba a todo volumen una versión en salsa de “Las Mañanitas”. En vez de una caja mortuoria, colgaba del techo una enorme piñata en forma de unicornio con brillos en los ojos. Las flores que tanto lo habían ilusionado no eran coronas fúnebres, eran centros de mesa con dulces, globos y serpentinas.

Un niño disfrazado de Hombre Araña corría detrás de otro vestido de dinosaurio. Al verlo entrar, ambos se detuvieron en seco. En segundos, un grupo de niños lo rodeó con gritos y aplausos.

—¡Ya llegó el que va a dirigir los juegos!

—¡Se parece al mago del año pasado! ¿También haces desaparecer monedas?
—¡No se te ocurra robarnos el pastel, eh!

El fantasma, perplejo pero siempre amable, levantó una mano para explicar su presencia, cuando, de pronto, la madre del cumpleañero salió de la cocina y lanzó un alarido que hizo temblar los vasos de vidrio:

—¡Jesús, María y José! ¡Entró un ladrón disfrazado de enfermero! ¡Auxilio! ¡Cierren la puerta!

La escena se volvió un carnaval de caos. Una tía le lanzó un florero plástico como proyectil. Un primo agarró una silla de respaldo azul como si fuera un escudo romano. Y la abuelita, más rápida que todos, tomó la escoba de barrer y le cayó a escobazos con una puntería envidiable.

—¡Fuera, delincuente! ¡Aquí no te robas ni los caramelos de los niños!

Aunque los escobazos no le dolían —porque ya estaba muerto, después de todo— el alma en pena sintió cómo le apaleaban la dignidad. Retrocedió torpemente, cubierto de serpentinas y espuma de carnaval.

Ya en la vereda, con el terno arrugado y el moño de la piñata aún pegado a la espalda, el fantasma se acomodó la corbata con aire resignado y murmuró:

—Yo solo buscaba mi velorio. En otros tiempos, uno podía morirse tranquilo. Pero hoy, ya ni los muertos pueden descansar en paz.

Siguió cabizbajo en dirección al barrio La Joya. A lo lejos, distinguió una casa iluminada: luces suaves, flores blancas adornando la entrada, velas encendidas y un silencio reverente. Todo, por fin, parecía tener sentido.

—Es aquí. Me están esperando —pensó con alivio, y se acercó con paso solemne.

La puerta estaba entreabierta. Al empujarla, una joven apareció frente a él, vestida de rojo y con una sonrisa tan encantadora que hasta la niebla pareció detenerse.

—¡Eres tú! —exclamó ella con entusiasmo—. Sabía que vendrías.

El alma se quedó desconcertada, pero encantada. Algo en esa voz lo hizo estremecer.

—¿Nos conocemos? —preguntó, intrigado.

—Claro, ¿no te acuerdas? Nos conocimos por la app “Citas entre mundos”. Tu perfil me llamó la atención de inmediato. “Alma sin rumbo busca conexión verdadera más allá del tiempo y del espacio”. Me pareciste tan sincero, tan maduro, tan etéreo.

El alma, que en vida había sido un donjuán de corazón aventurero, comenzó a sonreír como hacía décadas no lo hacía. Se alisó el terno con disimulo, enderezó los hombros y, dejando a un lado la búsqueda de su velorio, empezó a coquetear como en sus mejores tiempos.

—¿Y cómo te llamas, hermosura? Porque si estoy soñando, no quiero despertar.

La joven soltó una risita encantadora y lo invitó a sentarse. Hablaron de todo: de lo difícil que era encontrar a alguien auténtico y de las conexiones espirituales.

Todo iba tan bien que, por un momento, el alma en pena se olvidó de que estaba muerto. Sonreía, asentía, hasta ensayaba una postura más elegante. Pero entonces, ella se le acercó con una mirada dulce y le dijo con voz suave pero decidida:

—¿Sabes? Yo no busco solo pasar el rato. Yo soy de las que se casan.

El alma se quedó helada. Como un rayo, le cruzaron por la mente los desastres de su vida amorosa: tres romances fugaces que terminaron peor de lo que empezaron y una boda frustrada, en la que él nunca llegó a la iglesia y que, incluso en el más allá, seguía arrastrando como una maleta llena de remordimientos.

—¿Casarnos? —repitió con la voz quebrada.

—Sí, no importa que seas un poco translúcido. Lo importante es lo que tienes en el interior.

Y eso fue demasiado.

El alma se incorporó de un salto y salió disparada por la puerta, con el terno blanco ondeando detrás de él como bandera en tormenta y los pies flotando a pocos centímetros del suelo. Se desvaneció entre la neblina, una vez más, con el corazón acelerado y una certeza renovada: por ahora, era mucho más seguro seguir buscando su velorio y su misa que arriesgarse a otro compromiso eterno.

—Ni muerto me caso —alcanzó a decir, antes de desvanecerse en la noche, como quien escapa no solo de un anillo, sino también de los fantasmas de su propio pasado.

 

 Dorys Rueda, Cuentos:  leyendas y magia, 2025.

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

 

 

 

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