En esa ciudad, dormir se había convertido en un lujo reservado para quienes podían pagarlo. Todo comenzó cuando una gran empresa desarrolló la tecnología para capturar y registrar los sueños, convirtiéndolos en productos con valor comercial.

La tecnología funcionaba de un modo inquietante y preciso: mediante sensores instalados en almohadas, colchones y dispositivos portátiles, la empresa lograba registrar la actividad cerebral mientras las personas dormían. Los sueños se codificaban en imágenes, sonidos y secuencias narrativas. Eran almacenados en servidores y transformados en archivos únicos, listos para ser vendidos o licenciados como contenido exclusivo.

Al principio, la ciudad se resistió. Hubo protestas, la gente gritaba en las plazas que dormir era un derecho natural. Pero la empresa, respaldada por leyes ambiguas y hábiles campañas de marketing, acabó por convencer a la población. Prometían sueños de mejor calidad, diseñados a medida. Sin pesadillas ni recuerdos no deseados. Ofrecían paquetes premium: sueños felices, motivadores o eróticos, según el gusto del cliente.

Desde entonces, soñar dejó de ser un acto natural. Cada sueño tenía un precio, porque estaba registrado y protegido por leyes de propiedad intelectual. Para dormir y soñar legalmente se requería una licencia. Quienes cerraban los ojos sin permiso y dejaban volar su mente eran acusados de robar ideas y emociones patentadas.

Los ricos compraban sueños hermosos, viajes al pasado, amores imposibles, la libertad de volar sin miedo. La clase media se conformaba con sueños modestos, deudas saldadas, hipotecas canceladas, vacaciones que nunca llegaban. Los pobres apenas podían alquilar breves siestas infestadas de pesadillas prefabricadas o, peor aún, noches de vigilia forzada. Los que no podían pagar simplemente no soñaban. Ni siquiera dormían. El insomnio dejó de ser una enfermedad, se convirtió en una sentencia social.

La ciudad entera sobrevivía a base de café, píldoras y una luz azul constante que nunca se apagaba.

Un día, Lucía, una joven ama de casa, harta de no dormir desde hacía años, decidió entrar en una antigua biblioteca abandonada. Entre estantes polvorientos encontró un cuaderno olvidado, donde se describía cómo eran los sueños antes, gratuitos, libres, incontrolables.

Movida por una nostalgia que no era suya, Lucía comenzó a escribir sueños que nunca había vivido: volar sobre montañas, abrazar a quienes perdió, caminar bajo una lluvia de luz. Y al escribirlos, su mente cansada, dejó de resistirse. Por primera vez, cerró los ojos y durmió.

En ese momento, algo se quebró en la ciudad de los despiertos. Las sombras comenzaron a moverse de otro modo, como si recordaran lo que era la noche. Así empezó la primera revolución callada, donde soñar volvió a ser el acto más subversivo y hermoso de todos.

 

  Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025.

Dorys Rueda
Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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