Nadie sabía de dónde venía ni a quién respondía. El sombrero aparecía cuando el aire no se movía y las palabras ya no alcanzaban. Deslizaba su sombra entre tejados, bajaba sin ruido, rodaba por calles sin nombre. Era negro, antiguo, delgado como la línea entre lo dicho y lo callado. Y cuando elegía, caía.
Al hombre que fingía gobernar, el sombrero le cayó sin aviso en mitad de la inauguración de una obra que jamás soñó: diseñada por otros, levantada por manos que nunca saludó. Entonces vio: su nombre oxidado en una placa torcida, palomas dormidas donde imaginó flores y el aplauso enlatado de una multitud que ya no escuchaba. Las palabras comenzaron a temblarle. Balbuceó promesas que no recordaba, pactos sin tinta, discursos en los que nunca creyó y sin rabia, renunció. No por virtud ni culpa, sino porque, de pronto, ya no supo para qué seguir. El pueblo celebró sin saber por qué, como si el aire hubiera cambiado de golpe. Solo el sombrero, aún girando en lo alto, pareció entenderlo todo.
A quien confundía el deseo con la conquista, el sombrero le cubrió los ojos justo al repetir, sin alma, un “te amo” que ya no sabía a quién pertenecía. Y entonces vio. Vio su voz multiplicada en otras bocas, los “te amo” lanzados como migas, sin destino ni intención. Vio cuerpos recorridos sin mirada, lágrimas que no esperó, silencios que no escuchó. Cada recuerdo le cayó encima como piedra guardada años en el fondo del bolsillo. No pidió perdón. No prometió nada. Solo empezó a quedarse más tiempo donde antes huía, a hablar con las manos, a tocar la tierra como quien la escucha. Y cuando alguna flor se abría cerca, la cuidaba, como quien por fin comprende que lo frágil no se conquista, se merece.
A una mujer que ofrecía su cuerpo pero resguardaba su nombre, el sombrero la encontró en una esquina sin faroles, donde la noche no alumbraba ni juzgaba. No hubo redención, tampoco castigo. Solo una voz antigua, casi olvidada, que una vez le dijo: “sirves para más de lo que te hicieron creer”. Al día siguiente, subió al primer bus sin mirar destino. Lavó silencios en un río ajeno, caminó sin agachar la mirada, rió como quien rompe un pacto con la sombra. Desde entonces, nadie supo bien dónde vivía. Pero en los pueblos por donde pasaba, el agua quedaba más clara y el aire, decían, olía a primer respiro.
Usted, que ha llegado hasta aquí, recuerde esto: el sombrero no pesa, no hiere. Cae. Y cuando lo hace, algo cambia. A veces sin ruido, a veces sin que nadie lo note. Quien lo ha llevado, aunque intente seguir como antes, ya no camina igual. Como si los pasos, después de ver lo que vieron, no pudieran volver a mentirle al suelo.
Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025-
Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.
Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).
Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).