En esa ciudad, las palabras se desvanecían, disueltas como polvo llevado por el viento. Nadie recordaba la vibración de una voz, ni el eco de una frase. El lenguaje se transformaba en una coreografía silenciosa, donde cada gesto parecía un idioma nacido de la esencia del ser. Un brazo alzado señalaba el camino, la curva de una mano ofrecía ayuda y el toque de un dedo expresaba gratitud. Los gestos, cargados de significado, tomaban un lugar propio, no solo en lo cotidiano, sino también en el arte. La danza, el pincel, la música, todo hablaba sin sonido, pero con la profundidad de una emoción compartida.

Cuando surgían desavenencias, los gestos no se extinguían; se alargaban en el aire como una melodía suave, suspendida. Las manos, sin esfuerzo, tejían la calma, como si en su movimiento hallaran el respiro del silencio. Un suspiro contenido, una mirada que se deslizaba como agua, bastaban para disolver lo que el ruido podría haber exacerbado. Así, incluso en la tormenta, los gestos mantenían su serena danza, transformando el espacio en un refugio donde la palabra nunca tuvo necesidad de entrar.

La cooperación también fluía a través del lenguaje gestual, un simple gesto, una mirada, un asentimiento sellaban pactos y entendimientos. Los cuerpos, hablando más que cualquier palabra, narraban historias sin necesidad de pronunciarse. Sin embargo, en la ciudad comenzaba a fluir una sutil corriente de desasosiego, una distancia que los gestos no lograban deshacer por completo. Había instantes en que, por más que un gesto fuera capaz de todo, algo en el aire quedaba sin decir, como un murmullo que no encontraba su eco. La falta de palabras se hacía presente, sin necesidad de ser nombrada.

La palabra, observando desde la distancia, permanecía en silencio, sorprendida, pero sin perder su esencia. Sabía que su tiempo no había llegado a su fin. En su quietud, aguardaba, serena, consciente de que, cuando el momento lo exigiera, su voz resurgiría. No sería la misma de antes; sería una voz nueva, enriquecida por lo aprendido del lenguaje del cuerpo, dispuesta a decir lo que nunca antes pudo expresar, con una claridad que solo el silencio y el gesto le habían enseñado.

 

  Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025-

Dorys Rueda

Otavalo, 1961


Es fundadora y directora del sitio web El Mundo de la Reflexión, creado en 2013 para fomentar la lectura y la escritura, divulgar la narratología oral del Ecuador y recolectar reflexiones de estudiantes y docentes sobre diversos temas.

Entre sus publicaciones destacan los libros Lengua 1 Bachillerato (2009), Leyendas, historias y casos de mi tierra Otavalo (2021), Leyendas, anécdotas y reflexiones de mi tierra Otavalo (2021), 11 leyendas de nuestra tierra Otavalo Español-Inglés (2022), Leyendas, historias y casos de mi tierra Ecuador (2023), 12 Voces Femeninas de Otavalo (2024), Leyendas del Ecuador para niños (2025) y Entre Versos y Líneas (2025).

Desde 2020, ha reunido a autores ecuatorianos para que la acompañen en la creación de libros, dando origen a textos culturales colaborativos en los que la autora comparte su visión con otros escritores. Entre estas obras se encuentran: Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo (tomo 1, 2022; tomo 2, 2024; tomo 3, 2024), Leyendas y Versos de Otavalo (2024), Rincones de Otavalo, leyendas y poemas (2024) e Historias para recordar (2025).

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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