En aquella casa de la calle Rocafuerte, en Quito, la oscuridad no solo caía con la noche: echaba raíces. Era una presencia antigua, heredada en silencio, que se deslizaba por la sangre y se alojaba en los cuerpos. No se hablaba de ella, pero habitaba en todo: en las miradas que se esquivaban, en las palabras que nunca se decían, en la rabia contenida, el miedo sin nombre, la vergüenza arrinconada.

Cada emoción reprimida se transformaba en una sombra más. La familia las acumulaba, como si pudieran conservarse, no en frascos de vidrio, sino en frascos de memoria: opacos, delicados, frágiles. Cada uno contenía lo que no se dijo, lo que dolió demasiado, lo que nunca se pudo soltar. No llevaban etiquetas, pero todos sabían lo que guardaban. No estaban escritos con tinta, sino con dolor.

Esa colección invisible se ocultaba en el sótano, detrás de una vitrina polvorienta, entre telarañas que no eran de arañas, sino del tiempo que se había detenido. Nadie bajaba. Nadie quería mirar de frente lo que tanto costaba aceptar.

Pero ella, la más joven, de unos ocho años, todavía sin cicatrices visibles, sentía cómo una sombra le crecía en el pecho, como una semilla oscura que no había elegido sembrar. No quería repetir los silencios de su madre, ni la furia contenida de su padre, ni las mentiras suaves de sus hermanos, esas que disfrazaban el dolor para que todo pareciera estar bien.

Una noche, bajó al sótano. No para esconderse, sino para enfrentar lo que todos evitaban. Se paró en medio de las sombras y, sin lágrimas ni gritos, dijo en voz baja: “Conmigo termina”.

Entonces, por primera vez, uno de los frascos se agrietó. No estalló. No se rompió en mil pedazos. Solo se resquebrajó, apenas lo suficiente para que la oscuridad escapara, como un humo antiguo buscando aire fresco.

Desde entonces, no hubo más frascos nuevos en la casa. La oscuridad seguía existiendo, sí, pero ya no pasaba de cuerpo en cuerpo. Ahora, cada quien aprendía a mirarla, a nombrarla, a dejarla ir.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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