El carbunco, un perro negro gigantesco con ojos como brasas y un diamante encendido en la frente, solía ser el terror de los caminos solitarios en Otavalo. Decían que era una criatura infernal, capaz de espantar sin piedad a todo aquel que se atreviera a acercarse. Pero ahora vagaba como un perro desempleado y triste. Salía a la medianoche listo para sembrar el pánico y lo único que cosechaba eran selfies.
- ¡Qué perrito más raro, parece de otro planeta y hasta tiene Wi-Fi propio! -decían los chicos, mientras le rascaban la panza y grababan videos con filtros de ositos, arcoíris y orejitas animadas.
Pero lo peor fue una noche en que un joven le puso gafas de sol, lo grabó bailando y lo subió a TikTok con el título: “Mister Can Diamante”. El pobre carbunco regresó a su cueva con el diamante opacado por la vergüenza.
Al día siguiente, se inscribió en un curso online llamado “Cómo volver a dar miedo en tiempos modernos”. Aprendió a rugir con eco de teatro (gracias a una app de efectos de sonido), a simular que flotaba usando hilos invisibles y a programar su diamante con luces LED que cambiaban de color desde el celular. Incluso le enseñaron a hacer entradas dramáticas con humo artificial de esos vaporizadores de fiesta.
Una noche, con su nuevo look infernal, se lanzó al callejón más oscuro, decidido a recuperar su fama de espanto. Pero un guardia municipal lo confundió con un perro callejero disfrazado, a pesar de que no era Halloween ni había ningún evento cerca. Le ofreció una salchicha como soborno canino, lo subió a la camioneta y lo llevó directo a la perrera municipal. Allí le tomaron una foto para adopción, lo bautizaron como “Flashito” y le sirvieron croquetas sabor a tocino.
El carbunco nunca había estado tan bien alimentado, tan tranquilo y en tan buena compañía. Pensó que, después de todo, no era tan mala idea jubilarse.
Dorys Rueda, Cuentos de leyendas y magia, 2025