Roberto comenzó a notar algo extraño, algo que no podía explicar. Al principio, fue tan leve que pensó que se trataba de cansancio o distracción. Pero poco a poco, las palabras que decía parecían dejar una huella distinta en el aire. No eran insultos ni gritos, según él, solo pequeñas frases, sin más importancia: una respuesta rápida aquí, un comentario cortante allá. Al principio no lo notó, pero un día, después de soltar una palabra de rechazo a su compañero de oficina, el aire alrededor de él se espesó. La sala, que siempre le había parecido cómoda, ahora parecía más grande, como si algo dentro de él se estuviera reduciendo, como si él mismo comenzara a encogerse.
A lo largo de los días, las palabras seguían saliendo, deslizándose con facilidad, sin que pudiera evitarlo. Un murmullo de desdén al cajero del supermercado y sintió una ligera presión en el pecho. Pensó que era solo un malestar pasajero, pero al caminar hacia la salida, algo estaba fuera de lugar. Las calles parecían más largas, las personas más altas y él, de alguna forma, sentía que el mundo lo miraba desde una altura diferente, más distante. Cada palabra pronunciada aumentaba esa distancia. Aunque no encogiera físicamente, algo dentro de él se reducía con cada frase, lentamente, sin remedio.
En casa, la situación no era diferente. Cada palabra dicha con desgano, cada sílaba vacía, se sentía ahora como un peso invisible que lo alejaba, que lo sacaba de su espacio, de su lugar. Sus hijas lo miraban con una distancia que antes no existía, y su esposa ya no le respondía con la misma cercanía. Intentó controlar sus respuestas, detener la caída, pero ya no podía. Las palabras lo arrastraban, como cuerdas que se ceñían con fuerza creciente, llevándolo hacia un rincón cada vez más estrecho y lejano.
Una tarde, al mirarse en el espejo, Roberto no vio un reflejo distinto, pero algo en su interior sabía que no era el mismo. Las cosas a su alrededor parecían distantes, fuera de su alcance, como si él hubiera retrocedido y el mundo siguiera creciendo más allá de él. El peso de sus palabras había dejado un vacío y en ese vacío, algo de él ya no cabía.
Finalmente, Roberto comprendió lo que había ocurrido. No podía deshacer lo dicho. Las palabras que había soltado ya no podían recogerse. Habían configurado su destino sin que él lo supiera. Ya no era solo un eco vacío, sino el espacio mismo entre él y el mundo, un abismo que lo separaba y que no podía llenar.
Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025.