Cerca de mi casa hay una librería que parece haber estado siempre ahí, desafiando al tiempo sin decir palabra. Abre cada mañana, puntual, cuando el sol apenas toca las ventanas y cierra en la tarde, sin ruido, como si se despidiera del día en silencio. A veces, al pasar frente a ella, tengo la extraña sensación de que respira. Durante años la observé desde afuera, sin atreverme a entrar. Pero había algo más que me inquietaba: una figura que volvía siempre.

Era un hombre de pasos tranquilos, de esos que no parecen venir de ninguna parte, como si caminara desde una ausencia larga. Siempre doblaba la esquina con un ritmo pausado, casi ceremonial. Y apenas cruzaba la puerta, la librería se replegaba sobre sí misma, como si dejara de estar en este mundo. No era una metáfora ni un efecto del cansancio. Era una desaparición absoluta, sin sombra ni sonido.

Una mañana me adelanté. Crucé la puerta antes que él y me escondí entre las estanterías. Adentro olía a páginas dormidas y a madera antigua. La luz era tenue, dorada, como si el sol entrara con sigilo. Lo vi llegar, sereno. Caminó hasta una mesa del fondo y se sentó junto a una mujer de su edad. No se dijeron nada. Se miraron. Luego, cada uno abrió su libro y fue como si el silencio comenzara a leerse solo, página por página.

En ese instante lo comprendí, aunque no podría explicarlo con certeza: no era la librería la que se desvanecía, era el resto del mundo el que retrocedía en silencio, como si contuviera la respiración ante algo que no debía interrumpir.

 

Dorys Rueda, Cuentos de sueños y sombras, 2025.

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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