El ANTES Y EL DESPUÉS
DE LA CHANCLETA A LA DEMANDA
Parte 3: La vida cotidiana y la familia
Ramiro Velasco D.
No había insecticidas de fácil manejo y tampoco se había inventado el matamoscas, por lo que para matar a los molestosos insectos utilizábamos un periódico enrollado que no permitía dar golpes certeros para deshacernos de los molestosos bichos. En la mayoría de casas, las habitaciones tenían los cielos rasos muy altos en los cuales se pegaban unas tiras de papel que tenían cierto pegamento atractivo para los insectos y en los cuales quedaban pegados hasta morir. Cada determinado tiempo aparecía por los domicilios de los habitantes del Valle del Amanecer un hombre que traía en una cajita alargada de madera los papeles mata moscas. El mismo se encargaba de despegar el usado y colocar el nuevo por un precio muy módico. Era muy frecuente y normal hallar en las diferentes casas las tiras verdes de papel mata moscas colgando en cada habitación y luciendo los insectos muertos pegados al mismo.
Nuestros niños no utilizaban pañales desechables y para el nacimiento de cada uno de ellos, en las casas tenía que prepararse el “ajuar” que no solamente tenía que ver con la ropa de los bebés sino fundamentalmente con una serie de telas de las que se disponía en esa época que tenían la función de salvaguardar la salud de los pequeños. Bayetas y otro tipo de tela se usaba para “envolver” a los infantes en una, otra y otra de aquellos retazos, conjuntamente con las fajas, las mantillinas y colchas bordadas por manos milagrosas. Las gorras, los mitones, las chambras y los escarpines completaban la vestimenta. Los pañales que se ensuciaban diariamente se lavaban en piedra de lavar y por parte de alguien que fungía de lavandera que era un oficio que hoy casi ha desaparecido por la presencia de las lavadoras eléctricas instaladas en cada casa o de los centros profesionales de lavado que van en incremento en las ciudades. La ropa se secaba en tendederos que se acondicionaban en cada casa y en la época de lluvias se procedía a secarlas dentro de los dormitorios. El sol y el viento constituían los mejores elementos para secar la ropa y el ahorro de energía eléctrica estaba a la orden del día.
Las disputas más frecuentes entre hermanos, primos o en forma general entre la gente pequeña eran debido a los turnos de lavar los trastes de la comida. Si las personas mayores, especialmente las mujeres y en forma general las madres de familia atendían con los desayunos, almuerzos y meriendas (inclusive los entre días) por lo que se les exoneraba de la tarea de lavar los trastes que, en muchos hogares, se les entregaba en especial a las hijas mujeres que se hacían ayudar por los hijos jóvenes que casi siempre trataban de eludir la responsabilidad. Hoy se tienen lavadoras de vajillas, secadoras y muchos utensilios que no requieren ni siquiera el lavado sino simplemente una limpieza rápida con toallas de cocina. No teníamos licuadoras sin embargo tomábamos jugos de frutas que se las exprimía manualmente en cedazos; no conocimos las batidoras ni manuales peor las eléctricas y las espumillas se las hacía batiendo los huevos con trinches. En los primeros tiempos de nuestra niñez solamente teníamos el tostado yanga es decir hecho en tiesto de barro y luego, se generalizó el tostado de manteca (así se lo llamaba). El ají se molía en piedra que no faltaba en cada hogar y las harinas se las hacía también en casa en piedra de moler muy apropiadas para el efecto. Las tortillas de tiesto eran muy comunes en especial cuando en el almuerzo eran lluspas (bolas de harina de maíz). Hoy se las consigue como comida rara y exótica. Hoy se compra en cualquier tienda, mercado o supermercado las harinas de todo tipo, de todo sabor, color y consistencia y la elaboración de los diferentes fiambres solamente es cuestión ya no de iniciativas, sino de dinero. Los molinos manuales llegaron con posterioridad y facilitó mucho la elaboración de alimentos aunque su uso requería mucho esfuerzo y músculos para lograr el cometido. Moler maíz o hacer pinol era obra de titanes por lo que el reto y la competencia eran los elementos que facilitaban la tarea.
En nuestros hogares, en un alto porcentaje, nunca se contó con duchas y para bañarnos era necesario calentar agua y en los patios de las casas procedían a asearnos especialmente en un día donde reinaba el sol. Algunas casas contaban con los tanques de agua calentados en las cocinas de leña adosadas a los tanques que repartían el agua a duchas en cuartos especiales. Los baños de aseo y en agua caliente lo hacíamos en los baños de la piscina el Neptuno, con el valor de un sucre y dos reales de jabón negro. No conocíamos el shampoo ni los acondicionadores ni ninguna pócima milagrosa para arreglar el cabello y evitar la caspa. Apenas conocíamos la brillantina que arreglaba y mantenía el peinado que en muchos caos era al estilo Elvis Presley.
Washington Ramiro Velasco Dávila
Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad “Físico Matemático” por la Universidad Central del Ecuador.
Profesor de la Universidad Católica Sede en Ibarra, de la Universidad Técnica del Norte y de la Universidad de Otavalo
Miembro de C.E.C.I. (Centro de Ediciones Culturales de Imbabura, Director Ejecutivo del Movimiento Cultural “La Hormiga”.
Publicaciones: Los Avisos y otras Narraciones. (Cuentos), La Pisada (cuentos), · Otavaleñidades. (Ensayos) y El Chaquiñán (Novela)
Portada: https://www.pinterest.es/pin/643592603014142118/