Franklin Raymundo Mora

 

El doctor José Nabor Rosero Calvachi, vicario foráneo de San Luis, canónigo, hombre superior y recto, de ascendencia carchense, alto, delgado, con lentes finos, de hábito negro y mirada profunda dejó huellas indelebles donde pisó. Solo para los ciegos, sordos y mudos no tuvo influjo su obra.

Él supo responder a lo que la gente le pidió en esa época con decisiones cruciales inmediatas. Fue fundador del recordado colegio Marianita de Jesús y fundador de la escuela Ulpiano Pérez Quiñónez. Fue quien rescató al “Cristo de las Angustias” que de por vida estuvo guardado y cubierto de polvo en la capilla lateral derecha de la iglesia de San Luis. Él trasladó esta imagen con un entusiasta grupo de creyentes a Cayambe, al taller del afamado escultor cotacacheño don Gregorio Ortega, para que restaurara las manos, la cabeza y los talones de esta escultura admirable. También fue quien se preocupó de que se trabajara el altar en San Antonio de Ibarra con el inolvidable artista Ezequiel Rivadeneira. Fue un tallado en filigrana, cubierto con láminas de pan de oro, para que, en este escenario, esta joya de arte ni un minuto más estuviera oculta, sino expuesta a los ojos de su pueblo.

También fue responsable de la inigualable devoción al “Señor de las Angustias” que es el corazón de la ciudad. Otavalo, la Venecia de los Andes, la zagala del hermoso Lago, ha demostrado en el transcurso de centurias su devoción profunda al Señor de las Angustias. Con taita curita Rosero, de una vez y para siempre, quedó señalado cada tres de mayo como el día de fe, de gratitud y de júbilo, porque contagiados tenemos latente, esta admirable devoción, igual que el civismo que arranca del corazón del Libertador, el título de la ciudad.

Él, con su carácter recto, con su franqueza acrisolada criticó a quienes sacaron de su imaginario la tontera de decir que el “Señor del amor de Caranqui”, el “Señor de Íntag” y el nuestro son hermanos, con el hábil cuento de que vinieron sin rumbo a lomo de mulas. Entre los artilugios, estos desconocedores del ámbito de las artes hasta le atribuyeron nombre al autor de la escultura de nuestro Cristo, ignorando la verdad, pues en determinado lugar de esta pieza están las iniciales de su autor, impregnadas con gubia y escoplo (J.M.M. 1735. Juan Martínez Montañez).

Taita curita Rosero siempre estuvo vinculado con la verdad, su cabeza era una enciclopedia de datos fidedignos, que no admiten cuestionamientos, para él los libros y los documentos escritos por quienes se autocalificaban como eminencias, carecían de legitimidad. Ellos solo torcían la historia, neutralizaban su versatilidad. Manifestó conocer a ciencia cierta a quienes tallaron los relieves de las monumentales puertas del templo (Rafael Suárez) igual, lo que el pueblo debe saber para estar alerta, hoy que se habla con solemnidad y encomio de la existencia de un museo permanente en la casa parroquial y, a donde deben exhibirse las obras artísticas de la más alta jerarquía que le pertenecen a Otavalo por ser su patrimonio: Entre esta riqueza están:  la “Corona de Espinas”, las “Potencias y los Clavos del Crucificado”, la “Custodia”, elaborados por los orfebres Manuel Jácome y Juan Francisco Bonilla, en oro puro; las puertas del Retablo Mayor y de la Capilla en plata repujada; estatuas coloniales, lienzos antiguos como el de las almas, un reloj inmenso de péndulo que estuvo suspendido en una de las columnas de la iglesia, obsequiado por su señor Julio Chiriboga; chineros extranjeros, gentileza de doña Teresa Valdivieso de Larrea; una fuente de plata, benevolencia de doña Mercedes Vallejos; una copa artística de plata donada por los empleados municipales en el año 1954; otra copa de plata con incrustación de oro donado por el barrio Monserrat; una tarjeta de plata bondad de la señora Rosario Chacón de García; la Cruz del Calvario ofrecida por el señor Alejandro García; una campanilla hermosa gentileza del señor Miguel Ángel Alzamora Pástor.

Muchos papeles empolvados y casi en deterioro por la inclemencia del tiempo certifican lo mentado. Estos reposan en mis manos por un hecho casual y fortuito, a sabiendas de mis intereses y la abnegación por mi tierra. Sin duda, taita curita Rosero se acercó al destino que más le interesó, esa fue su serena elocuencia. A este hombre de intrínseca personalidad, Otavalo le debe y, mucho. Él renunció a la pedantería de la figuración. En cambio, luchó contra los ciclos históricos, propendiendo a la supervivencia comunitaria, sin perder el alma del verdadero sacerdote que jamás infringió la verdad y, se llevó a Otavalo en su corazón.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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