HOMBRE DE INQUEBRANTABLE FE
Franklin Raymundo Mora
Ustedes recordarán, que aquí en Otavalo, bastantes años atrás, hubo un varón de la palabra, que cuando en voz en cuello hablaba, sonaban al unísono todas las campanas de las más altas cúpulas de nuestros santuarios. A quien me refiero y del que con deferencia quiero hablarles es del Dr. José Nabor rosero Calvachi, Vicario foráneo de San Luis y, luego canónigo, hombre superior y recto, de dimensión espiritual modesta, que practicó la ley de la delicadeza escrupulosa, coloquial y lírico, del verbo mágico, ajeno a la prédica demagógica. Sin contaminarse, adquirió una sensibilidad individualista que no fue egoísmo vulgar ni desinterés por los ideales que agitaban a la sociedad de esa época.
Él fue la protesta viviente contra todo servilismo. Recordarán tan claro como el día, sus elocuentes sermones ecuménicos, encaramado en la potestad del púlpito arengaba con su franqueza no exenta de dureza, a los otavaleños de mal vivir, a los degenerados consuetudinarios, a las mujeres chismosas, a los vagos sin oficio ni beneficio y a los que malgastan su dinero en cosas mundanas. Mucho habló de las cosmovisiones ideológicas, de las aflicciones, de las pasiones donde habitan las nociones primigenias de la vida y la muerte, el mito y el rito, el ser y la nada, lo espiritual, el sexo y el género. Fustigó a los sacerdotes que no vestían sotana, a los herejes, a los ateos, agnósticos y paganos, y a la sociedad que se desintegra y colapsa.
Blandiendo su mano derecha juzgaba a los mojigatos que estaban entre las demás gentes golpeándose el pecho con los ojos cerrados en misa, sugiriendo en nombre de esa imagen que estaba en la cruz, cambien de carácter y de actitud. Con su alto timbre de voz sentenciaba: “¡Los hombres honestos no roban, no asesinan, no oprimen, no sueñan mal, no faltan a misa, porque de hacerlo, merecen el purgatorio!
La presencia de este sacerdote de ascendencia carchense, alto, delgado, con lentes finos, de hábito negro y mirada profunda dejó huellas indelebles donde pisó. Solo para los ciegos, sordos y mudos no tuvo influjo su obra. Él supo responder a lo que la gente le pidió en esa época con decisiones cruciales inmediatas. Fue fundador del recordado colegio Marianita de Jesús y fundador de la escuela Ulpiano Pérez Quiñónez. Fue quien rescató al “Cristo de las Angustias” que de por vida estuvo guardado y cubierto de polvo en la capilla lateral derecha de la iglesia de San Luis.