Rubén Darío Buitrón

He jugado a ser dios, pero no he podido crearte

a mi imagen y semejanza.

Llevo en mi mochila tus fotografías ajadas por las huellas de mis uñas ardientes.

Trato de que tu recuerdo ilumine los descoloridos años sin ti.

Descienden las contemplaciones y se esconden entre tus senos inasibles.

En el centro de tus muslos habita una promesa como una puerta mal cerrada.

Los abrazos no tienen razón para existir si mis manos ya no escriben las historias de tu piel.

No tengo de ti más que ideas desordenadas

acerca del amor y la resistencia.

Cargo tus sombras sobre las espaldas de la melancolía y del paisaje deshilachado.

¿Qué hemos hecho de nosotros? ¿Cuántos olores han ido recogiendo los olvidos?

El deseo es una máquina desalentadora cuando se queda sin alimento.

El placer es un disimulo y una caja que al abrirse está vacía.

No alcanzo a ver las imágenes que pasan veloces como las ventanas de un tren desesperado.

Tú estás viva en cada indecisión y en cada asalto de mis emociones detenidas.

¿Qué has hecho tú de mí? ¿,Qué he hecho yo de ti?

Algún viento frio y tembloroso me despierta en la mitad de mis dudas.

Otro viento cálido y bochornoso te despierta en el borde de las heridas.

A veces las palabras satisfacen un dolor y a veces no son más que aproximaciones.

A veces los silencios hablan y basta escucharlos para entender la soledad acumulada.