Dorys Rueda

 

Cada semana emprendo un viaje especial hacia Otavalo, mi encantadora ciudad natal, donde tengo el privilegio de entrevistar a personajes notables.

Otavalo es un lugar donde las tradiciones ancestrales y la vida moderna se entrelazan, creando una sinfonía que fusiona el pasado con el presente de manera deslumbrante. Este vibrante tapiz cultural resuena con los tonos de las flautas andinas y el murmullo de las plazas mercantiles, mientras la serenidad del Lago San Pablo complementa su belleza. Cada entrevista que realizo se convierte en un hilo más de este intrincado bordado, desvelando la rica textura de una cultura que continúa floreciendo bajo la protección del majestuoso “Taita Imbabura”.

En esta ocasión, mi visita tiene un propósito especial: entrevistar a la señorita Isabel Moreano, nacida el 18 de febrero de 1927, hija de don Luis Alejandro Moreano y doña Judith Paz Garcés. A lo largo de su vida, se ha convertido en una figura emblemática en Otavalo, conocida por su dedicación y amor profundo hacia su ciudad natal. La entrevista profundizará en cómo la vida de la señorita Isabel está intrínsecamente ligada a Otavalo.

Recuerdo a la señorita Isabel desde mis primeros años, pues era nuestra vecina en el barrio Central. Su hogar estaba al lado del de mis padres, frente al bullicioso y emblemático antiguo mercado 24 de Mayo.

Desde niña, siempre me llamó la atención la forma en que la señorita Isabel se vestía. Cada prenda destacaba por su elegancia y sobriedad, seleccionada con meticulosa atención a los detalles, evocando un estilo clásico atemporal. Su cabello, siempre impecablemente peinado y su maquillaje, discreto y natural realzaban su estilo distintivo y la hacían resaltar en cualquier reunión.

Al entrar en su hogar, me recibió una mujer de 97 años cuya presencia desafiaba el paso del tiempo. La esencia de su elegancia permanecía intacta, su cabello blanco como la nieve enmarcaba un rostro sereno y sus ojos, de un profundo azul celeste, irradiaban una belleza impactante que capturaba toda mi atención. Su postura erguida y su andar seguro por la sala irradiaban una autoridad natural. En ese momento, comprendí perfectamente por qué el escritor y dramaturgo Álvaro San Félix, décadas atrás, le había otorgado cariñosamente el apodo de "La Capitana". Este título no solo reconocía su influencia decisiva en la organización de eventos y programas culturales en Otavalo, sino que también rendía homenaje a una figura profundamente respetada en su comunidad, cuya presencia inspiraba admiración.

"Mi vida ha estado profundamente unida a mi ciudad", confiesa la señorita Isabel con una voz teñida de nostalgia, mirándome directamente a los ojos: "Para mí, Otavalo no es solo el lugar donde nací; es el rincón que llevo en el corazón y que amo incondicionalmente". Hace una pausa, entrecierra los ojos y, con una voz cargada de emoción, profundiza: "Otavalo es mi hogar, mi esencia, el epicentro de mis recuerdos más queridos".

Luego, con una modestia que permea cada palabra, confiesa: "Lamento no haber hecho más por mi tierra, aunque siempre he puesto todo mi empeño y amor en cada esfuerzo. Espero que Dios me conceda seguir sirviéndola con el mismo fervor en el tiempo que me resta de vida". Un silencio conmovedor se establece en este instante entre nosotras. Ella, abrumada por la emoción y yo, profundamente conmovida por sus palabras.

Al indagar sobre su extenso itinerario de asistencia comunal y compromiso laboral, la señorita Isabel responde con un tono tranquilo, mostrando un semblante de calma y reflexión: "Durante ochenta años, he tenido el honor de liderar la Asociación Luisa de Marillac. Es un movimiento de la iglesia que se dedica al servicio social en favor de los pobres, inspirado en el carisma y la vocación de la santa Luisa de Marillac. Este rol no ha sido meramente una responsabilidad; ha sido una auténtica vocación que ha moldeado cada aspecto de mi vida".

Prosigue con una expresión serena: "La asociación, dedicada a promover el bienestar social y educativo, me ha permitido no solo contribuir al desarrollo de nuestra comunidad, sino también a crecer personal y espiritualmente”.

Al preguntarle sobre su conexión emocional con el Club 24 de Mayo, ella dirige hacia mí una mirada intensa y significativa: "A los veinte años, me uní al Club 24 de Mayo, animada por mi hermana Maruja, quien entonces estaba casada con el presidente del club. Esa decisión fue el comienzo de mi participación en varias iniciativas a favor de la ciudad. Me involucré en la organización de la Fiesta del Yamor y colaboré estrechamente en proyectos de asistencia de la Cruz Roja y de la Gruta del Socavón. Hasta el día de hoy, continúo con mis lazos afectivos con el club, al que tuve honor de servir como vicepresidenta y tesorera. Una relación que me ha permitido, a lo largo de los años, contribuir al bienestar de mi gente".

En este momento, la señorita Isabel toma un respiro profundo, se reclina ligeramente hacia atrás y luego con determinación, manifiesta:  "De todos los proyectos en los que he participado, quiero destacar uno en particular: la Gruta del Socavón.  El Dr. Enrique Garcés presentó en la Asociación de Otavaleños una iniciativa brillante: convertir la Gruta del Socavón en un lugar turístico. La idea fue aceptada de inmediato y mi hermano Guillermo fue delegado para realizar las gestiones pertinentes. Se entrevistó con don Daniel Antonio Guzmán, propietario de la propiedad La Loma del Rey, bajo la cual estaba ubicada la gruta."

Hace una pausa para asegurarse de que estoy siguiendo su relato y con un gesto de la mano enfatiza: "Después de un tiempo, se celebraron las escrituras de donación con el Municipio. Lamentablemente, don Daniel Antonio había fallecido, por lo que su sobrino, don Eduardo Viteri, firmó en su lugar. Los planos de la obra fueron ejecutados por el ingeniero Adrián Moreano y los arquitectos Virgilio Chávez y Luis Troya. La Cruz fue construida por el ingeniero Cárdenas. La imagen de la Virgen de Monserrat fue creada por el distinguido artista Gonzalo Montesdeoca y donada por doña Susana Mancheno de Pinto, primera presidenta del Comité formado desde el inicio, con representantes tanto en Quito como en Otavalo. Tuve el privilegio de ser parte de este Comité, junto a otras respetadas damas de la ciudad que compartían un profundo sentimiento religioso y un inmenso amor por nuestra tierra."

Frente a ella, observo cómo se endereza en su sillón con elegancia, ajusta su postura y, esbozando un gesto de satisfacción, agrega:"Una vez materializado el proyecto, se transformó en uno de los principales atractivos religiosos y turísticos de Otavalo. El Comité asumió la responsabilidad permanente de velar por la conservación y el culto en el santuario."

Cuando le pregunto qué es lo que realmente la apasiona, la señorita Isabel responde con una energía y un entusiasmo que son casi contagiosos: "Soy la fundadora del Club de Jardinería, una iniciativa que no solo ha embellecido nuestra comunidad con más espacios verdes, sino que también ha sido una maravillosa oportunidad para educar a las personas sobre la importancia de cuidar nuestro entorno natural".

Me cuenta que otra de sus grandes pasiones fue organizar los actos cívicos y altares en la ciudad: "Preparar cada acto cívico me llenaba de alegría. Cada evento y cada celebración era una oportunidad para reunir a los otavaleños y reafirmar mi amor y compromiso con la comunidad".

Al preguntarle sobre el legado que heredó de su familia, la señorita Isabel aprieta sus manos y responde con emoción: "Mi madre fue presidenta de la Congregación de la Virgen de Monserrat en el templo El Jordán por 60 años. Luego, mi hermana Marianita tomó el relevo y continuó con ese legado familiar durante cincuenta años más. Ella se encargaba de mantener el culto a la Virgen, de cuidar el altar de la iglesia y confeccionaba las vestiduras para la Virgen. Además, organizaba las visitas de la Madre de Dios a los diferentes barrios de Otavalo durante las noches."

Ahora hace una pausa y, con una mirada impregnada de recuerdos, añade: "Ella también elaboraba las figuras que representaban las costumbres indígenas, las cuales hoy se exhiben en el Museo del Instituto de Antropología. Posteriormente, fui yo quien asumió la responsabilidad de esta herencia tan preciada y significativa para nuestra familia."

Con una voz suave y cálida, que envuelve cada palabra con delicadeza, subraya: "Mi familia siempre se comprometió con los asuntos de fe como una expresión del profundo amor que todos sentíamos por Otavalo. No solo buscábamos preservar y fortalecer nuestras tradiciones, sino también unir a las personas en celebración y devoción. Queríamos que cada evento, cada gesto de fe, sirviera como un recordatorio de nuestra identidad y de los lazos profundos que nos conectaban como comunidad. De esta manera, manteníamos viva la esencia de Otavalo, transmitiendo nuestros valores y creencias a las generaciones futuras."

Al finalizar nuestra entrevista, me inclino para ayudar a la señorita Isabel a levantarse de su sillón. Con un gesto amable pero firme, me detiene y dice: "Tranquila, puedo hacerlo sola". Con elegancia y determinación, se pone de pie y, con una sonrisa acogedora, me invita a pasar al comedor para disfrutar de un exquisito helado de mora con nueces. "Son moras de Otavalo, le aseguro que le encantarán", exclama con entusiasmo. El comedor, donde lo clásico se fusiona armoniosamente con lo moderno, refleja a la perfección el espíritu de la señorita Isabel, mostrando su refinado gusto y su atención al detalle.

Mientras observo a la señorita Isabel disfrutar de su helado, reflexiono sobre cómo su presencia simboliza la dedicación y el amor por nuestra tierra natal. Su vida, marcada por un compromiso constante ha dejado huella en el corazón de nuestra comunidad.

Su destacada labor ha sido reconocida con numerosas condecoraciones, otorgadas por entidades como el Ministerio del Trabajo, la Cruz Roja, el Municipio de Otavalo, la Empresa San Miguel y la Fundación Gonzalo Rubio Orbe. Al despedirme con un cálido beso en la mejilla, me doy cuenta de que la historia de la señorita Isabel no es solo un testimonio de logros, sino una invitación para todos a vivir con la misma entrega y amor por lo que hacemos.

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
  • mailelmundodelareflexion@gmail.com
  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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