JORGE VALDOSPINOS

OTAVALO: PASADO Y FUTURO

Dorys Rueda

 

Me dirijo a la residencia de Jorge Valdospinos para entrevistar a una figura prominente, no solo de Otavalo sino de todo el país. Su notable carrera en la gestión pública incluye roles como gerente administrativo de la EMAAP-Q, miembro del Consejo de Expertos Electorales de Latinoamérica (CEELA), diputado por Imbabura, coordinador general del Congreso Nacional, sub gerente general del BEDE y miembro del Consejo de Regentes de la Universidad UTE.

A pesar de que Jorge Valdospinos ha dejado una huella significativa en diversos ámbitos, tanto nacionales como internacionales, nuestra conversación se centrará en su profunda conexión con Otavalo, su ciudad natal.

Nuestro primer contacto directo tuvo lugar en 2019 cuando le escribí solicitando una anécdota para mi segundo libro. Para mi sorpresa, no solo respondió, sino que me compartió un relato fascinante, con tintes humorísticos. Ahora, años más tarde, he llegado al edificio donde reside, ubicado en una zona tranquila y moderna de Quito. Al verme en el vestíbulo, me recibe con un caluroso abrazo que evidencia sinceridad y un genuino placer por nuestro encuentro.

Su hogar es sumamente acogedor. La decoración demuestra un gusto exquisito por los detalles, siendo el elemento más destacado una imponente pintura del renombrado artista otavaleño Jorge Perugachi, que ocupa un lugar preeminente en la pared principal de la sala. Esta obra no solo añade belleza al espacio, sino que evoca el rico patrimonio artístico de Otavalo.

Le pregunto sobre sus recuerdos de infancia y adolescencia. Con una mirada tanto reflexiva como alegre, responde: “Crecí en Otavalo en el antiguo barrio San Sebastián, hoy conocido como La Florida, en el límite de la ciudad, junto al río Machángara, donde casi terminaba la ciudad”.  Luego, con emoción me cuenta que en su adolescencia forjó amistades significativas con sus vecinos:  Jany y Libio Hidalgo, los hermanos Carlos y Marcelo Bucheli, Carlos Larrea Estrada y su primo Jaime Rubio Espinoza, con quienes formó el grupo "Junior 2".

Más tarde, la hermandad se extendió. Recuerda con mucho afecto a Guido y a su hermano Franklin Haro. Este último pertenecía al grupo “Junior 1” y era miembro del famoso “Club de Tiro, Caza y Pesca”. Un día, Franklin les ofreció las instalaciones del Club como un refugio amistoso y acogedor, una alternativa a la calle. Les permitía estar allí siempre, excepto en las noches en que la directiva tuviera sesiones. En ese momento, hace una pausa y con añoranza recuerda a don Ángel Rueda Encalada y a su esposa, propietarios de la casa donde funcionaba el club. Cada noche, les recibían con gran amabilidad, sin cuestionar su presencia a pesar de no ser miembros de la institución, concluye con un tono nostálgico: “Fueron noches inolvidables de una bohemia sana en casa de sus padres, mi querida Dorys”.

Mientras saboreo unas exquisitas galletas y unos deliciosos chocolates que amablemente me ofrece, Jorge subraya con entusiasmo el profundo vínculo con Otavalo y la región, un lazo heredado de sus padres: "Ellos me enseñaron que la tierra era lo principal, a la cual debía regresar siempre.  Viajo cada quince días a Otavalo y no se imagina cuánto disfruto de mi permanencia. Allí están los grandes amigos,  los de toda una vida, y  por supuesto, también la  familia".

Luego, evoca con cariño el ambiente de su juventud: “Otavalo era un lugar pequeño y familiar. Todos nos conocíamos y los clubes locales eran los centros sociales por excelencia. El Club de Caza y Pesca, el Club México, el Club Otavalo y el Club 24 de Mayo, entre otros, eran puntos de encuentro habituales, donde nuestros padres y nosotros mismos nos reuníamos. Los domingos eran encantadores, asistíamos a la retreta en el parque Bolívar e íbamos al cine al teatro Bolívar o Apolo. En las noches nos aventurábamos a dar serenatas a las enamoradas, siempre con el temor de despertar a los padres y ser reprendidos”.

Me cuenta con una amplia sonrisa que en  aquellos tiempos, declararse a alguien era un asunto serio: “Los jóvenes nos preparábamos concienzudamente. Las mujeres, en cambio, pedían un período de espera, que rara vez era breve. Pero la perseverancia era clave en los varones. Recuerdo a un amigo que se levantaba todos los días a las 4 de la mañana, hora en que su enamorada asistía a misa con su madre, solo para verla de lejos. Luego retornaba a su casa lleno de felicidad.”

Jorge señala con nostalgia que a los otavaleños les encantaba visitar lugares emblemáticos como la Fuente de Punyaro y las piscinas de El Neptuno y Las Lagartijas. Además, disfrutaban de los bailes dominicales en San Pablo del Lago, en el muelle de la familia Echeverría. Los jóvenes, por su parte, solían pasar las noches en el local "Bambie" o en la tienda del señor Carrillo, donde se deleitaban con los famosos hervidos de mora y naranjilla.

Su voz se anima aún más al rememorar las Fiestas del Yamor y cómo los jóvenes con sus padres festejaban a la ciudad en las calles. La gente se desplazaba de un barrio a otro y había un ambiente familiar en toda la ciudad.  Sus ojos se iluminan al recordar a una joven: Ruth Castro Luna, candidata a Reina del Yamor: “Ese año me propusieron que fuera su caballero. Acepté. Ella fue la flamante ganadora y es así cómo se inició nuestra historia de amor. Fue un amor a primera vista.  Nos casamos y hemos estado juntos toda una vida. Tenemos tres maravillosos hijos y una nieta muy hermosa.”

La política, aunque inicialmente no era el tema central de nuestra conversación, surge de forma inevitable y Jorge habla de ella con un evidente orgullo. Me cuenta cómo su pasión por la política fue una herencia de su padre, que fue siete veces concejal por Otavalo. Con mucha emoción exclama: "Me enseñó que la política debía estar ligada al servicio. He abrazado este principio desde los 20 años, sirviendo no solo a Otavalo sino a toda la provincia", concluye con convicción.

Este profundo compromiso con la comunidad ha sido ampliamente reconocido. Jorge ha sido condecorado con la medalla de la ciudad de Otavalo, el escudo de Cotacachi y la máxima condecoración de Ibarra, el Cristóbal de Troya. Cuando se retiró de la política activa, Jorge buscó nuevas formas de seguir sirviendo a su comunidad. Fue así cómo nació la Fundación Gonzalo Rubio Orbe, de la cual es su presidente. Creada para reconocer en vida a los otavaleños destacados en diversas áreas como la literatura, la música, la gastronomía, la ciencia y otras disciplinas. Con visible orgullo, afirma: "Ahora, las nuevas generaciones toman la posta. Jóvenes profesionales han ingresado a la Fundación con el deseo ferviente de perpetuar el legado de excelencia y compromiso que hemos cultivado durante estos 30 años".

Le pregunto sobre el legado que le gustaría dejar a las futuras generaciones. Reflexivo, coloca su mano en el mentón y responde con seriedad: “El primer legado está en relación con la participación política de los jóvenes. Es crucial que los jóvenes se involucren activamente en la política, eligiendo el partido que prefieran, entendiendo siempre que su participación es un servicio esencial para la ciudad, la provincia y el país. El segundo legado se relaciona con el reconocimiento y la preservación de la rica herencia cultural de nuestra ciudad, algo que hemos promovido desde nuestra Fundación. Es imprescindible que los jóvenes valoren y recuerden a las figuras ilustres de nuestra comunidad para que continúen con el trabajo iniciado por sus predecesores, fortaleciendo así el respeto y el aprecio por el patrimonio cultural de Otavalo”.

Lamenta que muchos jóvenes hoy en día no conozcan a los ciudadanos ilustres de Otavalo. Agrega: “En nuestra época, los maestros normalistas eran los verdaderos guardianes de la historia local. Nos hablaban de los grandes personajes como Isaac J. Barrera, Fernando Chávez Reyes, Francisco Moncayo Parreño, Gustavo Alfredo Jácome, Gonzalo Rubio Orbe, etc. Ahora, muchos desconocen quiénes son estos personajes y el legado que dejaron a la comunidad”.

Al concluir nuestra entrevista, le pregunto qué espera para Otavalo en un futuro inmediato. Con una mirada que refleja tanto determinación como esperanza, menciona: "Mi mayor deseo es ver a nuestro Otavalo abrazar plenamente la interculturalidad, que los diversos grupos étnicos y culturales de nuestra ciudad no solo coexistan, sino que también interactúen de manera profunda y significativa, enriqueciéndose mutuamente a través del intercambio de experiencias y conocimientos en todos los aspectos de la vida comunitaria".

Me despido de Jorge Valdospinos con un cálido abrazo, llevándome una profunda admiración por su valioso servicio a la comunidad. Mientras el elevador desciende lentamente, el inmenso amor que Jorge siente por Otavalo y la provincia de Imbabura sigue resonando en mí, dejando una huella indeleble de nuestro encuentro. Al salir del edificio y caminar hacia mi vehículo, reflexiono sobre las palabras de Jorge, la importancia de preservar nuestra cultura y dejar como legado este patrimonio a las futuras generaciones.

 

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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