Dorys Rueda

 

Entre las páginas del libro “Anécdotas, sobrenombres y biografías de nuestra tierra Otavalo”, publicado en enero de 2024, se encuentra la biografía de Paco Viniachy. Al leerla, mi curiosidad se despertó y me pregunté quién era realmente este destacado otavaleño. Su vida y su talento artístico eran excepcionales, por lo que decidí entrevistar a quien por años fue director de arte de los diarios: "El Comercio" en Quito y "Expreso" en Guayaquil.

Con la dirección en mano, emprendí mi viaje en auto hacia el barrio "Las Orquídeas", sector de Monjas, en la ciudad de Quito, para conocer a Francisco Vinicio Viñachi Gutiérrez, conocido cariñosamente como "Paco" Viniachy, nacido en Otavalo en 1947. Me habían informado de que en su residencia había un jardín donde exhibía esculturas confeccionadas a partir de materiales reciclados que se movían en sintonía con la dirección e intensidad del viento. 

Llegué y Paco ya me esperaba afuera de la casa. Con una sonrisa cálida, me invitó a entrar y, una vez en la sala, observé el espacio: era cómodo y placentero. Entre las muchas obras de arte que colgaban de las paredes, una ocupaba un lugar de honor. Era el retrato de una mujer que dominaba el ambiente con una serenidad y elegancia inigualables. Cada línea y sombra en el rostro reflejaba el talento y la dedicación de Paco. No era solo una representación visual, sino una declaración de amor y admiración hacia su esposa, a la que había perdido tres años atrás.

"Era una gran mujer", dijo el artista con un suspiro lleno de nostalgia. Sus ojos se nublaron y su voz tembló ligeramente al recordar el mensaje de cumpleaños que ella le había dejado poco antes de fallecer: "Hoy, mi Dios, deseo darte gracias por darme a mi amado Paqui como el compañero de vida, por tenerlo siempre a mi lado, por darles a mis hijos un padre lleno de amor y entrega generosa, y el mejor abuelito a mis amados nietos. Te amo por siempre, mi pintor favorito.

"¿Cómo surge su afición por el arte?", le pregunté a quien llegó a ser docente de la Universidad Católica de Guayaquil y de la Universidad Central de Quito. Mientras tanto, mis ojos se detenían en un gigante candado de hierro que colgaba de una de las paredes. Era una pieza impresionante, con detalles intrincados y una llave enorme, evidentemente hecha con mucho cuidado y dedicación. Paco notó mi interés y sonrió: "Es una de mis obras", me dijo. Me acerqué para observar más de cerca la habilidad y precisión de su trabajo, notando cada curva y ornamento que reflejaban no solo talento, sino también una pasión profunda por la creación. "Es el momento de servirnos un delicioso café", replicó.

Mientras tomábamos el café recién hecho, Paco recordaba su juventud y cómo su padre no quería verle en casa sin hacer nada: “Estaba desesperado porque había intentado de todo conmigo y no había logrado que terminara el colegio. Me puso a trabajar en la famosa imprenta de don Daniel Antonio Guzmán en Otavalo, donde trabajaban mis tíos. Allí contaba hojas y ponía colores con tinta especial en las fotos de blanco y negro que se vendían en la ciudad como souvenirs. Descubrí mi talento, por lo que decidí irme a estudiar al Instituto Superior Tecnológico de Artes Daniel Reyes, en San Antonio de Ibarra. Mi padre accedió de buena gana, pero no me ofreció su apoyo económico. Me dijo que tendría que mantenerme con mi propio trabajo. Como era maestro y director, me prometió mandarme a todas las personas que necesitaran material didáctico para sus clases. Fue lo mejor que me pudo pasar. Trabajaba día y noche en mi pequeña habitación, rodeado de pinceles, pinturas y cartulinas. Con precisión y creatividad, dibujaba letras perfectas y elaborados diseños. A veces dormía poco, pero ganaba bastante dinero en esa época. ¡Imagínese!, hacía todos los carteles del Normal Superior de San Pablo”.

Un día, cuenta que el rector del instituto le llamó de manera urgente a su oficina. Sin sospechar el motivo, se dirigió al rectorado. Cuando se presentó, el rector le dijo: “Así que tú eres el famoso Paco. Mañana mismo te presentas con tu padre en esta oficina.” Al siguiente día, el rector le dijo a su progenitor: “Su hijo Paco es buen dibujante, tiene un buen futuro. Quise que lo supiera.” Paco se graduó como el segundo mejor egresado. El primero fue Paco Salvador, con quien formó un grupo de danza en el instituto. Hasta ahora mantienen una buena relación. 

En Quito, Paco se inició en “Ideas Internacional”, una agencia de publicidad en la que le dieron un contrato por un año, pero solo estuvo siete meses porque consiguió otro trabajo. "Dios siempre ha estado conmigo. Doy fe de lo que Él ha hecho con un paisano como yo. Ese día, al salir de la oficina, un vocero me ofreció el diario El Comercio. Lo abrí y fui directamente a los avisos clasificados, que eran como siete páginas. Pedían un dibujante publicitario en la calle Chile. Me presenté inmediatamente con mi carpeta y me llené de paciencia porque había una cola muy larga para entrar. No pasó mucho tiempo cuando vi a un hombre elegante, con terno azul y corbata roja, que se acercaba a mí. Al verme, me dio un coscacho y me preguntó qué hacía allí. Era mi ángel de la guardia, mi amigo y gran pintor del Daniel Reyes, Gustavo Cáceres Rueda, que trabajaba en el diario. Me hizo entrar y me presentó al gerente de publicidad, don Marcelo Landívar Mantilla, un hombre alto y grueso. Encima de su oficina estaba el altillo del departamento de arte, donde Gustavo producía publicidad.”

Los ojos de Paco demostraron regocijo al recordar cómo don Marcelo le preguntó si venía de “Ideas Internacional”. Cuando afirmó que sí, el gerente añadió: "¡Qué internacional va a ser esa agencia! ¿Cuánto está ganando?" Paco ganaba como 700 sucres, un monto aceptable en ese tiempo, pero le dijo: "Mil sucres". Don Marcelo se dirigió a Gustavo y le pidió que llevara al dibujante a la oficina de doña Cristina, del departamento de personal, para que lo pusieran en nómina con un sueldo de mil quinientos sucres. ¡Era casi el doble de lo que ganaba en Ideas Internacional! Paco, con entusiasmo, dijo: "Allí trabajé por 23 años. Fui dibujante, ilustrador de los suplementos dominicales y de la revista La Pandilla, jefe de diseño y diagramación, y director de arte. Allí conocí al amor de mi vida, mi esposa Rosa Elena, que trabajaba en el departamento de enfermería de la planta, bajo la dirección del Dr. José Tome”.

 Cuenta Paco que un día fue a la enfermería para que le curaran las rodillas lastimadas, consecuencia de un partido de fútbol. Salió una joven vestida totalmente de blanco, pretenciosa como ella sola, y le pidió que se bajara el pantalón para inyectarle. Él, como era atleta, le ofreció su brazo, sin darle chance de que viera algo más que el antebrazo. “De aquí en adelante le llamaré Elenita,” le dijo Paco. Ella le contestó: “Yo le llamaré Paqui, pero no se haga ilusiones conmigo porque tengo un enamorado alemán.”

Desde ese instante, Paco se convirtió en un visitante habitual de la enfermería, ansioso por verla cada vez que podía. Fue así como descubrió su pasión por la lectura. Su biblioteca abarcaba desde las páginas de Vistazo y Selecciones hasta una variada gama de publicaciones. Sin embargo, un día, durante un evento en honor al personal de enfermería, decidió regalarle una acuarela de la calle donde ella residía. Fue en ese momento cuando ella le confesó que estaría dispuesta a dejar al alemán si él abandonaba sus travesuras en Otavalo, Quito, San Antonio e Ibarra, y se comprometía a estar solo con ella. Así lo hizo. Se casaron un 14 de febrero, justo en el día de los enamorados, y compartió su vida con su esposa durante 48 años.

En este momento, Paco me invitó a conocer su taller, un espacio amplio y luminoso, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural. Las paredes estaban adornadas con bocetos y pinturas en diferentes etapas de desarrollo, cada una contando su propia historia. En una esquina, había una mesa de trabajo cubierta de herramientas, pinceles y tubos de pintura, organizados de una manera que solo el artista entendía.  "Aquí es donde me siento libre para crear sin límites," reveló Paco, mientras me mostraba algunas de sus obras más recientes. "Para mí, este taller no es solo un lugar de trabajo, es una extensión de mí mismo. Aquí es donde realmente soy yo”, concluyó con una sonrisa.

Antes de terminar la entrevista, Paco me obsequió uno de sus cuadros, un gesto que hasta ahora me conmueve. Después me abrazó y se despidió con estas palabras: “El verdadero éxito no se mide en reconocimiento o en fama, sino en la capacidad de crear desde el corazón y vivir con pasión.”

 

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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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