Toda mi vida he escrito porque toda mi vida he leído
Rubén Darío Buitrón, el poeta
Dorys Rueda
La emoción era palpable mientras me preparaba para entrevistar a Rubén Darío Buitrón, un referente indiscutible de la literatura ecuatoriana contemporánea, nacido en Quito en 1966. La expectativa aumentaba al ser consciente de que estaba a punto de conversar con un hombre que no solo ha ganado tres prestigiosos premios nacionales de periodismo, sino que también es el director general de Notimercio y del portal periodístico y literario loscronistas.org. Este encuentro prometía ser una oportunidad única para profundizar en la mente de un autor que ha dejado una huella significativa tanto en el periodismo como en la literatura.
La entrevista se concretó gracias a la insistente demanda de los lectores ecuatorianos del portal elmundodelareflexión.com, quienes ansiaban conocer más sobre el autor. Los comentarios en la plataforma sobre sus poemas eran reveladores. Expresaban que sus textos los transportaban a un torbellino de emociones intensas y variadas, que iban desde la alegría, el amor y la dicha, hasta la tristeza, el desconsuelo y la soledad. También destacaban el tono irreverente y audaz de sus textos. Muchos de sus poemas cuestionaban los convencionalismos, desafiaban las normas sociales y se atrevían a abordar temas tabúes con una franqueza que pocos se atreven a emplear. Asimismo, sus lectores apreciaban su habilidad para jugar con el lenguaje de manera magistral, creando poemas que, a primera vista, podían parecer simples, pero que revelaban capas de significado a medida que se releían. Esta riqueza de interpretaciones permitía que cada lector encontrara en sus palabras un reflejo de sus propias experiencias, lo que generaba una relación única y personal con cada texto poético.
Ahora me encontraba frente al poeta, quien se sentía a gusto con su taza de café en la mano. Al encender la grabadora, él la observó con curiosidad y, con una sonrisa juguetona, bromeó preguntándome si sabía cómo usarla, dado que era una digital de última generación. Le respondí con confianza: "Claro que sí", devolviéndole la sonrisa. Sin embargo, no pude evitar que viniera a mi mente el recuerdo de mi antigua grabadora de cassette, compañera fiel en tantas entrevistas a lo largo de los años, que recientemente había dejado de funcionar.
Le pregunté sobre sus inicios como escritor y su pasión se hizo evidente. Con un brillo en los ojos, dejó la taza de café a un lado y comenzó a contarme cómo la escritura se convirtió en una extensión natural de su amor por la lectura: "Escribo desde los 4 años, desde que aprendí a leer. No me refiero solo a poner palabras en papel, sino a expresar con la imaginación lo que veía, sentía y me impactaba. Toda mi vida he escrito porque toda mi vida he leído", afirmó con convicción. Luego recordó los poemas de Neruda y Benedetti, sus lecturas de infancia, que ingenuamente en ese momento catalogó como poesía porque era lo único que conocía. Con el tiempo, al leer a los grandes escritores de la literatura y ahondar en el manejo de la estructura poética, comprendió que esa literatura era “ligera”, cursi, demasiado fácil por su enfoque poco profundo y significativo. Su autodescubrimiento comenzó en la adolescencia, una etapa en la que su amor por la lectura se intensificó de manera casi obsesiva. Comenzó a devorar los libros que más lo cautivaban, descubriendo autores y estilos que lo desafiaban y enriquecían su visión del mundo.
Fue en esa época cuando desarrolló un ritual muy personal: escribir extractos de los textos que más lo conmovían en pequeños papeles, que luego guardaba cuidadosamente en una cajita. Estos fragmentos se convirtieron en una especie de amuleto literario, al que recurría a diario como si fuera un ritual sagrado. Cada lectura era una reafirmación de su pasión por la escritura y una manera de mantener viva la llama de su creatividad. Este hábito no solo alimentó su espíritu, sino que también le permitió entender, de manera íntima y profunda, la conexión entre la lectura y la escritura, y cómo ambas son inseparables en su vida.
Le pregunté si estaba de acuerdo con rotular los poemas según sus temas o enfoques, porque hoy se habla de poesía de amor, de poesía política, de poesía social, de poesía filosófica, entre otras categorías. Su tono afable y cordial se tornó formal. Entrecruzó sus manos y con rapidez me respondió: “En absoluto, yo no escribo sobre algo puntual, sino sobre lo que siento. Puedo escribir sobre una canción que escucho en el celular en este momento, sobre el amor de una pareja que veo mientras camino o sobre un crimen del que lamentablemente soy testigo. Escribo lo que siento, escribo lo que necesito decir, lo que necesito expresar. Un buen texto literario trasciende estas categorías, porque a menudo los escritores incorporamos múltiples temas y emociones en una sola obra. Por ejemplo, podemos entrelazar al amor con cuestiones sociales o describir emociones personales y subjetivas con temas de relevancia política”.
Rubén Darío Buitrón ha escrito 13 libros en distintos géneros. Su último libro de poesía, publicada en el 2023, se titula: “Dicen que mis demonios son inofensivos”. Le pregunto si estas 13 publicaciones recogen todo lo que ha escrito. Me responde que no: “He escrito mucho, pero no he publicado todo lo que he escrito. No puedo entregar al lector cualquier producto mediocre y mal elaborado porque en la literatura debe existir un convenio tácito de dignidad entre el poeta y el lector. Hay dos etapas en el proceso de creación: una es la reflexión y otra es cuando el poeta vierte sus sentidos y sentimientos. Pero el trabajo previo a estas dos fases es el verdaderamente literario, donde el escritor trabaja idea por idea, palabra por palabra, sílaba por sílaba, oración por oración. No me siento satisfecho nunca con lo que escribo, aunque ahora me siento más yo, con una libertad absoluta para escribir para decir las cosas que antes no sabía cómo decirlas. Ahora sé exactamente lo que quiero decir, cómo hacerlo, con qué fin y en qué momento. Escribir es como la vida misma; es un proceso, un camino largo donde hay caídas, tropiezos y fracasos”.
Le pregunto si el poeta ha influido en su labor como periodista o si, por el contrario, es el periodista quien ha moldeado su poesía. Su respuesta es contundente y profunda: ambas cosas: “Ahora hago un periodismo poético que no es convencional, que se aleja de lo que muchos consideran el periodismo tradicional. Mi escritura, ya sea como periodista o como poeta, emerge desde lo más profundo de mi ser, desde mis sentidos y emociones. Escribo con total libertad, sin ataduras ni prejuicios, con el propósito de tocar las fibras más íntimas del lector. Este enfoque me ha permitido no solo ser mejor escritor, sino mejor ser humano. Por eso, no dudo en romper las reglas. Lo hago constantemente. Por ejemplo, en lugar de seguir la norma de redactar editoriales en tercera persona, prefiero escribir en primera persona, desde mi propia perspectiva, porque creo que eso aporta una autenticidad y una conexión más directa con quien me lee”.
Antes de finalizar la entrevista, le planteo la idea de organizar un taller de poesía para jóvenes lectores que están comenzando a explorar el mundo poético y buscan un espacio donde puedan compartir su trabajo con él. La propuesta lo llena de entusiasmo, y me confiesa que la docencia es una de sus grandes pasiones. Lleva más de una década dirigiendo talleres de poesía con jóvenes, una labor que considera no solo educativa, sino también profundamente transformadora. En cada sesión, los estudiantes mejoran, pulen y construyen sus producciones, mientras él, como escritor, fortalece su propia comprensión de la poesía. Este espacio es más que un simple taller; es un lugar de encuentro y colaboración, donde las voces jóvenes encuentran eco y apoyo entre sus compañeros, y donde el maestro se enriquece con las creaciones frescas y originales de los nuevos poetas.
Al finalizar nuestra conversación, el escritor se despide con estas palabras: “Me gusta mucho trabajar con quienes recién se inician en poesía y crónica. Hacerlo es sembrar el amor por la escritura y al mismo tiempo reforzar la lectura, dos habilidades que van de la mano.”
Mientras camino de regreso a casa, con el bullicio de la ciudad y el sol de mediodía proyectándose en mí, no puedo dejar de pensar en las últimas palabras de Rubén Darío Buitrón. Su reflexión sobre la conexión indisoluble entre escritura y lectura sigue resonando en mi mente. Para él, escribir es una consecuencia natural de leer, un acto en el que cada libro devorado se convierte en una fuente inagotable de inspiración para sus propios textos. Comprendo que esta simbiosis ha sido el núcleo de su vida creativa, un ciclo en el que ambas prácticas se alimentan mutuamente. Además, es el legado que desea transmitir a las nuevas generaciones: la certeza de que leer y escribir son dos caras de la misma moneda, habilidades que se enriquecen y se fortalecen juntas.