Dorys Rueda
Quito,  13 de abril de 2015

 

EL CAMARÓGRAFO Y EL ESCRITOR

 

La tarde caía lentamente sobre la bulliciosa ciudad de Quito, tiñendo el cielo con tonalidades doradas y anaranjadas mientras me dirigía hacia una pequeña casa ubicada en el pintoresco barrio de La Magdalena, en el sur de la ciudad. Mis pasos resonaban sobre las estrechas calles adoquinadas, impregnadas del aroma de las comidas callejeras y del murmullo constante de la vida urbana. A medida que avanzaba, sentía una creciente emoción ante la perspectiva de la entrevista con Héctor Aníbal Cisneros, uno de los pioneros del cine ecuatoriano.

Él fue un visionario y talentoso camarógrafo que dejó una huella imborrable en la historia de la imagen informativa del país. Durante la década de los setenta, su lente capturó la esencia de Ecuador, proyectando sus imágenes en todos los cines del país. A través de la pantalla, acercó a los ecuatorianos a su propia realidad, documentando no solo los hechos del momento, sino también reflejando una época de profundos cambios y desafíos. Su trabajo se convirtió en un testimonio visual invaluable del país de aquellos tiempos.

Toqué el timbre con delicadeza. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera lentamente, revelando la figura de un hombre alto con una amplia y cálida sonrisa. Frente a mí estaba don Héctor Aníbal Cisneros. A sus 85 años, aún conservaba una presencia imponente. Su cabello, ya plateado por los años, caía suavemente sobre su frente y su mirada serena, cargada de historias, parecía contemplar el pasado y el presente con igual claridad.

Al cruzar el umbral de su hogar, me presentó a Mery, su esposa, una mujer gentil que me recibió con una sonrisa acogedora y me invitó a pasar a la sala. El ambiente que me rodeaba era cálido y familiar, con una atmósfera que hacía sentir a cualquiera como en casa. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el suave murmullo de una melodía antigua, que se filtraba desde algún rincón de la casa, envolviendo la estancia en una sensación de nostalgia y serenidad. Cada detalle, desde los muebles de madera oscura hasta las fotografías enmarcadas en las paredes, hablaba de una vida llena de momentos compartidos y memorias preciadas.

Se sentó frente a mí y con una sonrisa me dijo: "Veo que le agrada el café. Le contaré algo... “Las motivaciones son impulsos profundos que pueden llevarnos a realizar acciones que, en un principio, parecen inalcanzables o fuera de lo común. Un libro, una melodía, una conversación o incluso una simple remembranza tienen el poder de despertar en nosotros la necesidad de explorar nuevos caminos y emprender actos que nunca habríamos imaginado. Fue precisamente uno de esos impulsos el que marcó mi vida en la juventud, revelándome la pasión por la fotografía y la imagen".

Todo comenzó en el año 1956, un año que Héctor Aníbal recuerda como uno de los más desafiantes de su vida. En ese momento, se encontraba en una situación desesperada: había perdido su empleo y no lograba encontrar la manera de mantener a su esposa e hijos. La presión de ser el sostén de su familia se hacía cada vez más agobiante y cada día que pasaba sin una fuente de ingresos aumentaba su ansiedad. Con el peso del mundo sobre sus hombros, decidió recurrir a sus amigos en busca de alguna oportunidad, esperando que alguien pudiera ofrecerle un trabajo.

Fue entonces cuando su amigo, el periodista Hugo Galindo, le habló de una vacante como mensajero en la Feria de la Unidad Nacional. Para Héctor Aníbal, la naturaleza del puesto no importaba; lo esencial era encontrar una manera de proteger y amparar a su familia en esos tiempos difíciles. Sin dudarlo, se dirigió a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, donde se encontraba la oficina.

Al llegar, fue recibido por su amigo Hugo Galindo, quien lo llevó a la oficina de don Demetrio Aguilera Malta, un personaje que resonaba con fuerza en los círculos intelectuales de la época. No era solo un escritor de renombre; también estaba incursionando en el mundo de la cinematografía.

La impresión que Héctor Aníbal tuvo de  Aguilera Malta quedó grabada en su memoria para siempre: "Era un hombre simpático, agradable y gentil. Un verdadero caballero en todos los sentidos de la palabra". A medida que hablaba, su voz se llenaba de calidez y al mencionar al escritor, sus ojos se iluminaban con una mezcla de admiración y gratitud: “Desde el primer momento, don Demetrio se mostró como alguien diferente, una persona que irradiaba calidez humana y que, a pesar de su estatura intelectual, se acercaba a los demás con humildad y respeto”.

Aún recuerda lo que Aguilera Malta le respondió cuando mencionó que había llegado por el empleo de mensajero. Con una sonrisa en los labios, le dijo: "Usted no será mi mensajero, sino mi edecán". Esas palabras, aunque sencillas, tuvieron un impacto significativo en Héctor Aníbal. Fue en ese momento que comenzó una relación de trabajo que pronto se transformaría en una amistad memorable, llena de enseñanzas, experiencias compartidas y un vínculo que iría más allá de lo profesional.

Cuando la Feria terminó, el escritor le preguntó a Héctor Aníbal, si alguna vez había manejado una cámara. Él, con recelo, le respondió que no, porque nunca podría adquirir un equipo por su alto costo. Aguilera Malta le contestó que le parecía un buen comienzo y con tono afable le entregó el instructivo de una cámara fotográfica para que lo leyera y estudiara con detenimiento.  Luego, de manera cordial sentenció: “Después de la lectura le entregaré su primera cámara para que la maneje correctamente”.

Héctor Aníbal aceptó muy contento la sugerencia y en un par de días tomaba las primeras fotos que le había pedido el escritor. Cuando el joven las reveló y le entregó, Aguilera Malta le dijo muy emocionado: “Joven, le felicito. Usted tiene vocación para la fotografía. En este momento le contrato como fotógrafo de mi empresa”. 

Con Demetrio Aguilera Malta

 

El escritor le entregó todo su conocimiento y experiencia, para que progresivamente fuera aprendiendo el oficio de la fotografía. Más adelante, lo convirtió en camarógrafo, cuando Aguilera Malta montó una oficina para producir el noticiero cinematográfico que se proyectaría en las salas de cine del país. Hector Aníbal, con su equipo de filmación, empezó a realizar reportajes de lo que acontecía al interior del Ecuador, en lo social, cultural, deportivo, económico y político.

A la par del noticiero, le invitó a trabajar en su primer largometraje: “La cadena infinita” que al final resultó un fracaso económico.

Más adelante, el escritor le involucró en un proyecto muy interesante para la época. Se trataba de un documental sobre todos los presidentes de América.  Héctor Aníbal comenzó la filmación con Camilo Ponce Enríquez, pero cuando el escritor viajó a Colombia y reveló el material, se percató que habían saboteado el equipo. Entonces, el proyecto quedó trunco y el joven camarógrafo se quedó sin trabajo.

Aunque ya no laboraba con Aguilera Malta, su amistad con él nunca terminó, siempre estuvieron en contacto. Con felicidad recuerda cómo en cierta ocasión le llamó para que fuera a su oficina, que quedaba en la calle Mejía, entre Venezuela y García Moreno, para presentarle a un amigo suyo que estaba de paso por el país. Acudió con rapidez a la cita y así fue cómo conoció al escritor colombiano Gabriel García Márquez.

Cuando el escritor se ausentaba del país, le escribía. Héctor Aníbal extrae unas hojas de una carpeta y me lee una carta que le mandó el escritor, desde Bogotá. Está escrita a máquina, con fecha 23 de julio de 1958: “Querido Héctor: Me refiero a su atenta carta del 6 del presente, que he recibido con un poco de retraso. Velia corresponde sus saludos, lo mismo que yo y los hacemos extensivos a todos los suyos. Le agradezco cuanto me cuenta de mis asuntos en esa ciudad y estoy seguro de que la impresión que usted me da es la justa. Ojalá, cuando termine la película que voy a empezar a filmar en los próximos días, pueda ir a Quito, para ver qué puedo hacer con las últimas cosas aún pendientes. Le agradezco mucho por su atención al respecto. Ojalá mis asuntos de aquí caminen y, entonces, tal vez me sea posible contar con la lealtad y la amistad de un hombre tan cabal como usted. No solo los malvados y traidores deben triunfar en la vida. En mi próxima carta, le pediré el favor de ayudarme a solucionar el problema de mis libros y otros. Quiero ver qué es lo mejor, para avisarle. Muchas gracias por todo y espero sus noticias. Le ruego no perder contacto conmigo.”

 

Héctor Aníbal, se pone muy triste al recordar la muerte del escritor: “Sentí una inmensa tristeza por mi amigo quien siempre fue generoso conmigo. Compartía sus conocimientos técnicos y los enfoques nuevos y creativos para capturar la esencia de cada historia con profundidad y sensibilidad. Pero también, me transmitía su filosofía de vida y sus consejos tan certeros para los reportajes.  Lecciones que no solo marcaron un punto de inflexión en mi carrera profesional como artista de la imagen en movimiento, sino que dejaron una huella indeleble en mi crecimiento personal como ser humano, como amigo”.  Con un suspiro profundo concluye: “Don Demetrio no solo iluminaba el camino del arte y la literatura, sino también los senderos de quienes tuvimos la suerte de conocerlo en este viaje por la vida”.

Hoy le queda su precioso legado: todas las conversaciones que mantuvieron, aquellos proyectos que no se llevaron a cabo, las cartas que el escritor le envió desde distintos países, la máquina de escribir que le dejó y los libros que le obsequió y autografió.

Al finalizar el encuentro, antes de despedirnos, me contó una anécdota muy interesante. Había sido invitado por el presidente Roldós a cubrir cinematográficamente su visita a Loja, el 24 de mayo de 1981.  Pero un día antes, el 23 de mayo, le llamaron notificándole que no podía viajar porque ya no había cupo. Como todos sabemos, el presidente Roldós falleció la tarde del domingo 24, al estrellarse el avión en que viajaba.  Héctor Aníbal exclamó: “Me salvé de morir en ese trágico accidente, aún no llegaba mi hora".

Héctor Aníbal Cisneros falleció el 21 de febrero de 2021.

                                                           

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  • mapOtavalo, Ecuador, 1961.

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