CREANDO Y ENSEÑANDO
Cada semana realizo una entrevista a un personaje de Otavalo. Una actividad que me permite seguir ligada a mi entorno y a la gente de mi ciudad. Al mismo tiempo, refuerza mi sentido de pertenencia, al funcionar como un ancla, como un punto de referencia que me recuerda mi raíces, de dónde vengo.
Este viaje en particular era especial pues iba a entrevistar a Raymundo Mora. No lo conocía personalmente, pero sabía que era un artista plástico que se había distinguido dentro y fuera del país, catalogado por la prensa como uno de los mejores retratistas del Ecuador. También conocía su recorrido por la docencia. Fue profesor de dibujo artístico y técnico de los colegios: Otavalo, Nelson Torres, de Cayambe y Alemán, de Quito. Asimismo, fue maestro de la Universidad Técnica del Norte (Ibarra), la Autónoma de Quito y la Tecnológica Israel (Quito). Estaba al tanto, además, de los reconocimientos que había tenido, entre otros: cinco medallas Chicapán, cinco medallas Pedro Moncayo y cinco medallas Pilanquí al Mérito cultural.
La expectativa y emoción era grande, porque tendría la oportunidad de compartir y aprender, pero también de celebrar el talento y la dedicación de quien contribuye al enriquecimiento cultural de Otavalo.
Llegué a su casa y el profesor Raymundo Mora, un hombre gentil y de sonrisa cálida me invitó a entrar. Al cruzar el umbral tuve la sensación de que estaba visitando a un viejo amigo y la reunión de esa tarde era una de tantas otras que habíamos tenido. Antes de empezar la entrevista, me invitó a conocer su casa. Mientras caminaba por la sala y subía los escalones que nos llevaban a la planta alta, no podía dejar de admirar lo que veía a mi alrededor. Era como estar frente a un museo íntimo, donde cada rincón estaba impregnado de creatividad y pasión por el arte. Los cuadros que estaban colgados reflejaban la maestría de Mora y su profunda conexión con su entorno, con su cultura.
¿Cuándo se inició en la pintura?,le pregunté. Él me respondió rápido, con una amplia sonrisa que iluminaba su rostro: “Creo que fui inyectado por ese destino que se llama habilidad, desde el propio vientre de mi madre. Mi pasión por el arte corre por mis venas desde antes de que pudiera siquiera sostener un pincel. En la escuela “José Martí”, de la ciudad de Otavalo, empezaron mis primeros pasos. Mientras otros niños se distraían o jugaban, yo me perdía en el mundo del dibujo. Cuando terminé la primaria, estaba muy triste porque sabía que mis padres no podrían costear mis estudios secundarios”. En ese momento, su voz se quebró y por instantes cerró los ojos.
Menciona que no pasó mucho tiempo, cuando un día alguien golpeó a la puerta de su casa. Fue a ver quién era y se encontró con el director de la escuela José Martí, don Jaime Burbano Alomía, y el padre Rosero, párroco de San Luis. El sacerdote le dijo: “Avisa a tu mamá Rosita y a tu papá que queremos hablar con ellos. Cuando mis padres se presentaron, el director les preguntó qué habían decidido con respecto a mis estudios. Mi madre respondió que nada porque no tenían recursos económicos para que yo estudiara. Entonces el director le contestó con alegría que no se preocupara por mi educación porque él y el padre Rosero habían realizado todas las gestiones para que fuera a estudiar en el prestigioso colegio de Artes Daniel Reyes. Él se va para allá porque se va, dijeron. Así fue cómo entré a estudiar en esta institución”.
El pintor hizo una pausa y me pidió que esperara un momento, mientras se dirigía a su estudio. Regresó casi de inmediato, sosteniendo una carpeta en sus manos y con gestos cuidadosos, me la entregó. Era un obsequio inesperado, estaba impresionada por la generosidad del artista al compartir conmigo un tesoro de información tan valiosa. Era una colección de relatos sobre personajes otavaleños que ya partieron, pero que dejaron una profunda impresión en la comunidad. Cada relato era una ventana abierta a las vivencias y memorias de Otavalo. Estaban fechados en el 2013. Le dije con convicción que esos testimonios no podían quedarse en el papel y me ofrecí a publicarlos en mi portal. El artista, que hoy es docente de la Universidad San Francisco de Quito, aceptó y con enorme placer, la semana anterior he publicado su primer artículo: “El tren en Otavalo”, que ha tenido una buena acogida por parte de los lectores.
Le pregunto, ¿cómo se inició en la docencia? Me mira con detenimiento y sus ojos brillan con una mezcla de nostalgia y alegría. Sus manos, que momentos antes reposaban con calma sobre la mesa, comienzan a gestualizar con delicadeza a medida que las emociones se apoderan de él.
"Recuerdo como si fuera ayer", dice Raymundo: “Era un viernes en la noche y yo caminaba por el parque Bolívar de la ciudad de Otavalo, maravillado por una banda de músicos que invitaba a la gente al reencuentro. Un señor policía me detuvo y me dijo que dos señores, que estaban sentados en una banca me llamaban. Fui a verlos y los reconocí, eran don José Ignacio Narváez, un maestro muy reconocido de la ciudad, y don César Villacís, rector del colegio Otavalo. Don José Ignacio le dijo al rector: “Mira, este es el guambra de quien te hablaba”. Me preguntaron si estaba trabajando. Yo les contesté que no, que recién me había graduado en el colegio de Artes Daniel Reyes. El rector me pidió que el lunes me presentara en su despacho. En efecto, así lo hice. Don César Villacís me indicó la documentación que tenía que llevar al Ministerio de Educación en Quito para que tramitaran mi puesto de profesor de dibujo”.
Raymundo tomó un transporte a las tres de la mañana, para llegar temprano a Quito. Era la primera vez que visitaba la capital. Regresó a Otavalo a medianoche, con el nombramiento de maestro en sus manos. A los 17 años, era el flamante docente de dibujo del colegio Otavalo.
En esta institución trabajó tres años. Luego se fue a laborar al colegio Nelson Torres, en Cayambe. Allí, el rector le propuso que siguiera un curso de seis meses en el Ministerio de Educación, agregando: “Esta es una oportunidad, pero también un desafío para ti. Debes alcanzar un puntaje específico en el curso para no tener que reembolsar los costos del entrenamiento”. El joven docente de 20 años aceptó y obtuvo el promedio más alto entre todos los participantes del curso.
El reconocimiento a su destacada actuación no tardó en llegar. El Ecuador, a través del Ministerio de Educación lo becó a la UNAM, Universidad Nacional Autónoma de México. El ministro le invitó a su despacho. Al verlo, exclamó: “Así que tú eres el brillante maestro. No sabía que eras tan joven. En 20 días estarás viajando a México”. Raymundo nunca sospechó que años más tarde estaría trabajando en ese mismo Ministerio, en estrecha relación con varios ministros de educación en diferentes períodos administrativos.
“¿Cómo ha influido el hecho de ser otavaleño en su obra artística?,le pregunto. Se pone serio, coloca su mano bajo el mentón, se queda pensativo y responde: “Otavalo es una ciudad conocida por sus impresionantes paisajes y lagos, que son fuente de constante inspiración para poetas y pintores. Los artistas en general encontramos en estos escenarios naturales el centro de nuestra creatividad. Lo que nos distingue a uno de otro es la habilidad para reinterpretar estos elementos de la naturaleza con una perspectiva personal y cultural única.
Me despido de Raymundo, con una última pregunta: ¿Qué consejo les daría a los artistas otavaleños que están comenzando en la pintura? La respuesta es rápida: “Que exploren sin miedo su creatividad, que cada pincelada sea una expresión auténtica de quienes son como pueblo y como artistas”.