LA TÍA LAURA

 

 

Uno de los personajes más bonitos de mi niñez fue la tía Laura, así la llamábamos parientes y no parientes, su figura singular unas veces amable y otras muy seria, será difícil de olvidar.

Cuando éramos niños nos sentábamos junto a ella a escuchar los innumerables cuentos sobre muertos, aparecidos, duendes, fantasmas que continuamente le visitaban y le dejaban mensajes, su descripción de los personajes del otro mundo nos dejaba no solo atemorizados sino con verdadero pánico. Después de estas historias ya no salíamos al patio en la noche, rezábamos con devoción y no mentíamos porque podía aparecer María Angula o cualquier otro personaje del más allá.

Las niñas de ojos grandes eran las preferidas por el duende, un pequeño que llevaba un gran sombrero y en las noches, si habías cometido algún pecadillo se acercaba a tu cama y tiraba de las sábanas, otras veces se mostraba agradable se paraba en el umbral de tu puerta y te llamaba. Qué pavor, inocente adrenalina que subía al máximo nivel, mis hermanas y yo nos mirábamos de reojo para comprobar si teníamos ojos grandes y nos tomábamos las manos, las apretábamos muy fuerte para no caer en la tentación de seguir al famoso duende.

Estas historias sirvieron más tarde para que los oyentes más jóvenes armaran escenas para amedrentar a los vecinos y amigos. Mi hermano y sus amigos pasaban sus vacaciones en una ciudad pequeña, en donde un pariente de la tía tenía una casa muy vieja, cuentan que, en una ocasión, para matar el ocio de las vacaciones fueron a un terreno deshabitado, allí encontraron una calavera, no se atrevieron a tocarla, pero sí armaron un partido de fútbol con esta improvisada pelota. El castigo por semejante desacato no se hizo esperar, arrepentidos por la falta de respeto al dueño de la calavera se acostaron temprano y anticipándose a lo que podía pasar ocuparon una sola habitación.

A las doce de la noche, esa era la hora nefasta en aquella época, ahora se dice que la hora mala es a las tres de la mañana, escucharon pasos y una voz profunda, enronquecida y maléfica que gritaba sus nombres.  Se apretujaron bajo las sábanas sosteniéndose unos a otros porque esperaban lo peor, así fue, el supuesto dueño de la calavera se acercó a la cama y tiró de las cobijas. Sus corazones latían a mil por minuto y empezaron a llorar y suplicar. El bromista se dio cuenta que había llegado muy lejos y se descubrió, demasiado tarde, uno de los amigos, vomitaba sin parar, temblaba y se llevaba las manos al pecho, sufría del corazón y estaba al borde de un infarto. La situación dio un giro notable, arrepentido el hacedor de la macabra broma, tomó al amigo en sus brazos y corrió buscando ayuda médica, todos tras él, ahora rezando para que no sucediera lo peor, ventajosamente vivían al frente de un hospital y el amigo se salvó.

Los niños crecimos y la tía no dejaba de asombrarnos, siempre ligada al inframundo, contaba que todas las personas que por entonces morían, venían a despedirse la noche anterior, así lo hizo inclusive el presidente José María Velasco Ibarra. Algunos días anteriores a su muerte le visitó y le dijo hasta siempre amiga María, vota siempre por el mejor candidato, aunque en la posteridad existirán muchos impostores que intentarán imitarme.   Fanática Velasquista, salía a las calles para defender a este gobernante a quien defendía a capa y espada.

En una de las entradas triunfales de Velasco Ibarra a la ciudad, ella desde un balcón le lanzó una guirnalda de flores, emulando a Manuela Saénz y al Libertador Simón Bolívar, cuando lo contaba yo quería ser una de esas heroínas que daba la vida por la patria y se veían recompensadas por un gran amor, más tarde, cuando mi curiosidad me llevó a investigar sobre Manuela y el Libertador, terminé afirmando que los hombres son iguales en todos los tiempos.

La tía tuvo una vida austera, sufrió las consecuencias de la pobreza y la falta de afecto. Su madre, una mujer viuda e inválida le regaló a una vecina, allí empezó a cambiar trabajo de sol a sol por un pedazo de pan y nada de educación. Cuando pudo se escapó de aquella tutela y viajó a una ciudad más grande en dónde nadie le conocía y sabía de sus orígenes.

 Empezó a construir una nueva vida, a reinventarse, diríamos ahora, no sé cómo conoció al que fue su marido, pero no acertó en la elección, el señor más que una ayuda fue una carga y cuando hacía sus trastadas, la tía le castigaba como a hijo malcriado, paliza tras paliza, la pedagogía del momento, cuando no existían psicólogos para largos e inciertos tratamientos, personalmente diría que no fue acoso ni maltrato de pareja, era la metodología de aquel tiempo.  ¿Cómo se enseña la honradez y la responsabilidad a un borracho que saca a crédito la bebida y luego pide que le envían la factura a la esposa?, la tía pagaba, pero advertía que la próxima ocasión no lo haría, violencia familiar, quién sabe, pero a veces la vara acompañada de la explicación hace milagros.

La tía nunca se dio por vencida, trabajaba en lo que podía, pero no le faltaba el pan, sacrificaba sus horas de sueño si esto equivalía a unos sucres más para alimentar a los suyos que en total fueron cinco.

Finalmente consiguió un trabajo estable, una fábrica, aprendió con facilidad la tarea que le encomendaron y allí permaneció muchos años hasta su jubilación. Empezó a gozar de ciertos beneficios, como una casa y salario fijo con el que educó a los hijos. La tía soñadora del más allá tenía los pies en la tierra y los formó honrados, estudiosos, trabajadores. Nadie le había enseñado que primero hay que educar en valores, los que proporciona el hogar y hace de los seres humanos fuertes y esforzados, ella y los de su generación le tomaron la delantera a la educación actual. Ahora se enseñan otros valores, la sociedad los propicia y alienta, los medios los proclaman, son menos trascendentes, útiles para una vida vanidosa, superflua, egoísta, así estamos, marchando para atrás.

La primera generación fue de profesionales destacados, la fortuna le sonreía a través de los hijos, se cumplió esa trillada frase de: lo que ella no tuvo lo tuvieron sus hijos”, en el buen sentido, es decir, estudios, trabajadores, con holgura económica, supongo que con el ejemplo de la madre educaron igualmente a los hijos.

Los nietos y bisnietos ya fueron muchos, otro nivel diríamos ahora, viajan, van a los mejores colegios, ocupan cargos importantes, no sé si ella gozó del progreso de esta generación que crece en la abundancia. Vivió muchos años y se resistía a morir porque al fin la vida le sonreía.

La última vez que le vi, ya estaba muy viejecita, me contaba de sus nietos y trataba de recordar los nombre y las proezas de cada uno.

Murió y ahora sí comprobará que aquello que soñaba era cierto o tal vez su mente creativa adornó las creencias que había heredado.

La tía murió muy viejecita, hace un año, hasta las últimas votaciones pidió consignar su voto, estoy segura que para estas del 5 de febrero del 2005, haría igual, y cómo sería su voto me pregunto.

 

 

Nancy Carillo

Es licenciada en Lingüística Hispánica (Universidad Complutense de Madrid), Doctora en Administración Educativa (Pontificia Universidad Católica del Ecuador), Doctora en Estudios de la cultura con especialidad en Literatura Hispanoamericana (Universidad Andina Simón Bolívar) y ha cursado estudios de Comunicación en el Instituto ILCE, México.

Por muchos años fue coordinadora IB del Programa del Diploma en los colegios: Letort y Academia Victoria. 

Es autora de libros de Lenguaje y Comunicación.

 

 

 
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  • homeLa autora Dorys Rueda, 13 de Febrero del 2013.
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